Opera Flamenca

Israel Fernández, cante. Diego del Morao, toque. Pirulo y Marcos Carpio, palmas. Programa: fandangos, bulerías, guajira… Programación: Festival Flamenco on Fire. Lugar: sala principal del Baluarte. Fecha: 28 de agosto de 2022. Público: tres cuartos de entrada (28 y 38 euros).

Parece algo pretencioso lo de “Opera flamenca”, para un recital. No es que no tenga categoría musical, porque el flamenco la tiene, máxime con los dos soberbios intérpretes que hoy nos ocupan sino porque el término ópera se refiere, más bien, al espectáculo total, que aquí sería, baile, cante, toque, y el oceánico mundo de los palos flamencos. Más bien creo que Israel Fernández se refiere al periodo histórico, -(entre 1920 y 1955, según la flamencóloga Teresa F. Herrera)-, en el que se quiso profesionalizar económicamente el flamenco como espectáculo; algo que ya intentaron Falla y Lorca, y que dio paso a los tablaos. Con esta mirada histórica Israel y Diego del Morao nos acercan cantes y coplas antiguas, que en la voz del cantaor toledano suenan con brillo nuevo sobre sus raíces profundas.

Israel Fernández asomó, aquí por primera vez, su voz, con Sara Baras en 2019. Sobresalió entre José Cortés y Antonio Reyes, en 2021. Y hoy nos deslumbra con el empaque y duende que ha adquirido su cante. Voz (y me repito de lo dicho en 2021) clara y luminosa, que suele irrumpir desde las alturas con unos ataques rotundos e incontestables, y que se arriesga al adornar los textos (que se le entienden muy bien) con riquísimos “melismas”. Diego del Morao, a la guitarra, sobrepasó, con creces, el concepto de acompañamiento, -impecable por otra parte, para el cantaor-, e hizo de sus falsetas, breves y magníficos recitales. Abordaron palos habituales: fandango, seguiriya, coplas por bulerías, copla por solea…; pero sobre todo la guajira, un cante antiguo de ida y vuelta que ya no canta casi nadie, y menos en recitales. No recuerdo, en este festival, una guajira tan bien interpretada. Suelen despreciarla los más aficionados (es un cante para que baile la masa), pero a mí me gusta, especialmente, porque da un excelente juego de matices a los intérpretes: tiene una medida rara (combina el 3 / 4 con el 6 / 8), que parece escapársele al cantaor, pero que, al final de la frase, siempre atrapa; y una cadencia melosa que logra todo su esplendor en saber hacer el “portamento”, (ese deslizarse desde el agudo), con justeza, sin exagerar ni pasarse de dulzor; todo, sobre una guitarra que, a modo de bajo continuo, marca un ritmo insobornable. Ambos la bordaron. Para colmo de bienes, Israel se sienta al piano, y como quien no quiere la cosa, interpreta una copla y la Nana de Sevilla (Lorca: “Este galapaguito no tiene madre”), con intimidad y delicadeza, y muy bien, aunque se disculpó porque no es pianista. Para el final, una tanda de fandangos, con los hermanos Pirulo y Marcos Caspio, a las palmas. La amplificación sonora y la austeridad y elegancia de la escena, estupendas. El público se marcó, a su vez, una gran ovación, puesto en pie.

El festival Flamenco on Fire, sigue manteniendo su tirón en la calle. El año que viene será su décima edición, y, según el presentador de la velada, quieren hacer algo extraordinario –si hay apoyos, concretó-. Yo sigo reivindicando lo de siempre: algo menos volumen artificial y más pedagogía para el que quiera introducirse en el complejo mundo flamenco: o sea, más información, con programas o supratítulos. Tampoco le vendría mal al festival algún espectáculo de estreno absoluto.Y otra cosa: en esta última función, desde mi situación del palco, llegué a contar veinte móviles grabando el concierto. Son muy molestos para el que está detrás, pero, sobre todo, son una falta de respeto hacia los derechos de autor. Hay que recordar aquello de Lola Flores: “si me queréis, irse”. Aquí: “si os gusta mi música, comprad el disco”.