El día 2 de septiembre de 2017 a los 90 años y tras una larga y fecunda carrera pictórica, fallecía el patriarca y alma mater de lo que hemos venido denominando Pintores de Baztan, dentro de la llamada Escuela del Bidasoa. Los lazos de amistad entre los integrantes de este grupo le han dado mayor cohesión, aunque se pueda advertir en ellos una evolución, que partiendo de la figuración ha mutado hacia una amalgama de estilos donde se advierten influencias impresionistas, postimpresionistas, constructivistas e incluso abstracción de base figurativa. En este colectivo baztandarra de artistas es donde Apezetxea con su carácter conciliador, su maestría, su autoridad moral y su magisterio ejerció aún sin él quererlo, un liderazgo indiscutible.

Su pintura se centra en Baztan, y su mayor logro ha sido una reinterpretación del bucolismo de este valle, en una mirada cezaniana que aporta una singular renovación. Aunando vida y pintura, Jose Mari siguió pintando hasta el último momento, esa fue su razón vital; en su sancta sanctorum de su casa Zubietea nos mostraba su trabajo, fiel a su cita anual, tal y como lo sigue haciendo su familia en la actualidad, deleitándonos con cuidadas selecciones de su obra.

Cinco años sin Apezetxea

Apunte biográfico

José Mari Apezetxea nace en Erratzu en 1927, desde pequeño muestra gran afición y facilidad para el dibujo. Entre 1940 y 1947 se producen dos procesos de aprendizaje muy importantes. Primeramente el ingreso en el Seminario de Pamplona, donde adquirió una sólida formación humanística y se acercó a la Historia del Arte, disciplina esta que seguirá cultivando durante toda su vida. En segundo lugar, su formación artística con el gran maestro Javier Ciga, en el periodo estival, en la casa Etxenikea de Elizondo, dado sus lazos de parentesco (sobrino segundo de su mujer Eulalia Ariztia). Ciga, le enseñó el qué y el cómo de la pintura: encaje, organización y composición de los elementos plásticos, perspectiva, juego de luces y sombras, corrección dibujística, géneros pictóricos, además de los secretos del color, sus mezclas y su magia, es decir, el oficio de pintor. De esta época, conservamos interesantes obras como las cabezas de aitetxi, naturalezas muertas (rosas y bodegones) o el idilio vasco. Jose Mari, como gran artista que fue, pronto se desprendió de estas influencias, para crear un estilo propio. Asimismo, en 1940, ganará el primer premio en el concurso de carteles de la Gran Exposición Misional y, ocho años más tarde, diploma de honor en el certamen de pintura del Ayuntamiento de Pamplona.

Cinco años sin Apezetxea

Con la salida del seminario en 1947 y veinte años de edad, nuestro pintor se encontraba en una difícil encrucijada, era el momento de seguir con su formación artística que bien podía haber sido en Madrid o París, pero eran tiempos difíciles de posguerra y había que seguir con la tienda de tejidos familiar. Fue una decisión asumida que no supuso un aislamiento; más bien fue su ventana al mundo y a través de numerosas publicaciones, catálogos y exposiciones realizó una investigación y aprendizaje autodidactas.

En 1948, con la llegada del pintor bizkaitarra Fidalgo a Elizondo, se produjo una sólida amistad y una colaboración artística que se materializó en un estudio de pintura conjunto. A ellos se uniría una joven Ana Mari Marín, y así se formó el núcleo duro de lo que luego se ha venido llamando Pintores de Baztan. Por medio de Fidalgo, Apezetxea conocerá a Ibarrola, Oteiza y otros. Al mismo tiempo, se irá acercando al constructivismo a través de la obra de Arteta y Vázquez Díaz; todo ello se hace visible en obras tempranas.

Análisis pictórico de su obra

El encuentro con la pintura del padre del arte contemporáneo, Cézanne, le abrió un mundo a través del cual seguirá interiorizando e investigando a lo largo de toda su carrera. Apezetxea, hizo suyos algunos principios cezanianos y construyó a través del color un espacio, donde se suceden las formas, la geometría, las masas, la luz, la perspectiva. Todo esto, le llevó a una ruptura del principio de perfección formal, donde se suceden las perspectivas no ortodoxas o los equilibrios inestables dando paso a una renovación pictórica, que culminó con una abstracción contenida que le agradaba, pero, como decía, siempre desde la figuración.

Huyó de la barroquización, sintetizó y simplificó los elementos pictóricos, partiendo de un geometrismo constructivista que define los planos generadores de la forma. Esta visión geométrica se vio atemperada, por la dulzura, sinuosidad, ritmo ondulante y orgánico de la naturaleza de Baztan. Línea y curva conviven en su pintura, creando un conjunto armónico, enriquecido con una gama cromática equilibrada, suave y sin estridencias.

Otras formas geométricas puras se observan en sus metas, puentes, lajas de piedra, o en los propios trazados urbanos y sobre todo, en uno de sus temas referenciales como es Gorramendi. Al igual que Cézanne con su mítica montaña Sainte -Victoire, la montaña se convirtió en musa y símbolo. En Apezetxea adquiere esa forma de macizo piramidal, que se hace uno con el cielo, cerrando el espacio. Es elemento vertebrador, donde los demás objetos se van colocando en una suerte de perspectiva en altura, con ritmo ascendente.

La pintura de Apezetxea, no se reduce a una visión geométrica fría y carente de pasión, sino que, junto a ella late la pulsión cálida del color, que dota al paisaje baztandarra de ese lirismo que le caracteriza, tornándose en universo pictórico amable como el valle mismo. Esta carrera artística se vio completada, con una importante labor de magisterio pictórico entre los años 1995 y 2010; estos cursos veraniegos basados en una trasmisión de conocimientos prácticos de la pintura del natural, han hecho emerger nuevos pintores que proyectan su larga sombra, asegurando así la continuidad artística de Baztan.

El mismo pintor explicaba sus obras, y el proceso de ejecución de las mismas, con gusto y placer, recreando así el acto pictórico. Su discurso era rico y bien trabado, donde afloraba su formación humanística, que se mezclaba con su gracia particular. Pronto rompía su inicial timidez para explayarse con fluidez. Todo ello, acompañado de su natural optimismo y aderezado con sus jocosos comentarios. En lo personal, era sencillo, xaloa y gozua, como decimos en Baztan, ejemplo de bondad y honestidad, ejerciendo una pintura de verdad, sin trampas ni artificiosidad.

La obra del pintor espera, una gran exposición retrospectiva y antológica, además de una monografía y catálogo. Animamos a las instituciones públicas a que se hagan cargo de ello, aprovechando quizás el año 2027 en el que se cumple el doble aniversario: el centenario de su nacimiento y los 10 años del fallecimiento de este gran pintor baztandarra.

*El autor es historiador del Arte y presidente de la Fundación Ciga