Sin llegar las navidades, cada año comenzamos a pergeñar los avatares del viaje invernal en busca de los toros que, si no ocurre percance alguno, llegarán al Gas rochapeano a la espera de ser corridos y lidiados en los siguientes Sanfermines. Una vez que la Meca da los carteles ganaderos, inicio el diseño complicado del viaje, teniendo muchas variables a conjugar. Y este curso, añadimos dos nuevas premisas. Dar la vuelta a la ruta para no hacerla similar al pasado, y añadir un personaje más al nuevo tour. Modificamos fechas y días, añadimos lugares distintos y buscamos casas nuevas a las ya expuestas por la Comisión Taurina, que sin duda veremos. Y una vez que lo tenemos en papel, nos lanzamos al teléfono y buscamos lo más difícil todavía: que todo lo pensado se dé en la realidad, cosa que no siempre se puede, pero este es el resultado que les presento en las próximas semanas.

Dicho así, la segunda semana de febrero, nos ponemos en ruta el mismo trío de estos últimos años más un cuarto que se nos une. Mi hijo Asier decide hacer un alto en su condición de opositor y venirse a disfrutar de su pasión por el campo y por el toro. En el coche, camino de la sierra madrileña, con el maletero más lleno que nunca, vamos haciendo recuento de lo que llevamos, de si llevamos exceso de equipaje, o si bastará con las chistorras de Arrieta y los pimienticos de Juncal para convidar a nuestros anfitriones. El caso es que todos tenemos claro que si viajar tres se hace difícil para visitar desahogadamente las fincas, cuatro ya va a ser aún más complicado. Gabino ya cuenta los pequeños todoterrenos de alguna casa, pero ya veremos cuando allí estemos. No va a ser el tema en la casa de El Palomar, digo. Y recordamos cómo en el último encuentro fuimos en el vehículo de visita seis personas de forma cómoda, así que la charla continúa por otros derroteros. Hemos salido bien temprano. Casi podían habernos confundido con el cambio de turno de las fábricas. El primer día se hace largo, y hemos quedado muy temprano en la finca que el ganadero tiene entre Guadalix de la Sierra y Soto Del Real, así que no toca otra que ver amanecer camino de Burgos.

Entramos por la vía pecuaria que recorre El Palomar hasta llegar a la puerta principal. Entre tapias cerradas nos hacemos sitio sin fallo alguno. Ya somos veteranos en esta casa, pero abrir la puerta y encontrarse de bruces con los cuidadores de la casa, o séase toros libres, es andar con tiento y sin brusquedades. Y entre ellos nos vamos hasta la casa y zona de trabajo, dejando atrás a los astados vigilantes. Hace fresco, a pesar del sol. Se hace necesario el abrigo tras estirarse un poco por la kilometrada. Hay paz, mucha tranquilidad a pesar de estar a poco más de cincuenta kilómetros donde cinco millones de personas deambulan como hormigas por la Villa y Corte. El tractor del pienso perturba nuestra charla, y detrás vemos a Juan, el mayoral, a caballo, y una pick up que conduce Ricardo, uno de los hijos de Victoriano. Vienen por el corredero trasladando reses, y arrimados a la valla admiramos el encierro.

Tras saludarlos y charlar unos minutos, aún nos queda un rato de espera, mientras dejamos que ellos continúen con sus labores. Tienen que encerrar y embarcar algunos toros. Hemos quedado con el hermano mayor, Pablo, que viene con algo de retraso, por lo que seguimos paseando por la placita de tientas.

El líder del año

Llega Pablo. El trabajo de última hora le ha retenido más de lo esperado en Madrid. Sin pérdida nos ponemos en marcha, aunque lo que debía ser una mañana entera, se recorta más por nuestras prisas que por otra cosa. No obstante, todos dentro del cómodo todoterreno, la espera termina por sacar una sonrisa a toda la ‘ troupe’. Lo primero, paramos junto a los cercanos toros que nos observaban dentro del recinto de la casa. Resulta que dentro de los ocho o nueve hay un par de posibles para Pamplona. Al final, cuando vienen los veedores a reseñar una probable corrida, al hacerse con diez meses de antelación al evento final necesitan contar con diez o doce bureles, aunque con los meses se quedan en siete u ocho elegidos, para terminar por correr seis. De ello vamos hablando en el coche, además de dar la enhorabuena al ganadero. Han sido los ganadores del ‘hierro de oro’, premio a la mejor ganadería del pasado año, y es que, de las muchísimas corridas que lidiaron, todas salvo una dieron buena nota, incluida la de Pamplona. Además, han arrasado en la votación, lo cual da más valor a su labor. Difícilmente podremos superar este año, pero para eso trabajamos cada día, nos dice Pablo con orgullo.

Vamos de cerca en cerca, mientras el personal sigue con su trabajo con otros lotes por el corredero, que a ratos importunamos con nuestra presencia. Vemos muchos de los típicos toros burracos y salpicados de la casa, pero ninguno da la talla para el lote de este año para Pamplona. Todos negros salvo un castaño bociblanco. Hablamos de algo tan importante siempre en el campo como el agua. Se ve la nieve en todas las cumbres, y parece que este año hay más agua. Tampoco es complicado decir eso, comento yo, el pasado año fue el peor de la historia desde que hay registros. Pero confirma que va mejor de lo previsto. Si sigue lloviendo en primavera y los toros siguen su curso, estarán en ‘pamplona’, afirma el ganadero, usando la palabra que se dice en este mundillo para denominar al toro de más tipo del campo. Dos en un cercado, tres negros más en otro, cuatro negros más junto a un castaño, y otros dos posibles más entre los dieciocho toros separados para las corridas de Madrid dan seguridad al lote final que llegue a nuestra feria. Los toros están hechos, pero, claro está, les falta esta última primavera para tener más remate. El año pasado toda la base era cinqueña. Aquí y en todas las casas, pero este año no va a ser así.

Terminamos casi a la hora de comer donde empezamos. Pablo nos reprocha que tengamos que seguir a la carrera, y le prometo que la próxima temporada terminaremos con él y que nos iremos juntos a comer al pueblo, o echamos el día entero en sus dominios. Te tomo la palabra, sentencia. Y tras darle nuestro pequeño obsequio nos despedimos y volamos a la carrera. Salimos por las cercas de piedra, finca serrana con poco arbolado a mil metros de altitud, muy diferente a todas las que nos esperan. Todas son diferentes, voy charlando con mi hijo, pero el trabajo que hay en esta me encanta, quizás más por lo complicado y diferente a una hermosa dehesa extremeña o andaluza. Y a la carrera, continuamos camino de otra sierra. De Somosierra a Gredos. Toca visitar Lanzahita y los cárdenos de Escolar, y hacia allí vamos, aún con toda la energía del mundo y solo unos cientos de kilómetros a la espalda, charlando de los hermosos toros que acabamos de ver. Ojalá no ocurra percance alguno y lleguen los mejores, nos decimos. ¡Ojalá!