Richard Feynman contó en una entrevista que un amigo artista le recriminaba no saber apreciar la belleza de una flor por reducirlo a lo anodino. Él, en cambio, sostenía que el científico ve mucho más en una flor, ya que aprecia las células que hay en ella y las acciones de su interior. “No solo hay belleza en la dimensión que capta la vista”, concluyó Feynman. Este tira y afloja entre arte y ciencia ha atraído a Vik Muniz a lo largo de toda su carrera y ha inspirado sus obras. Su última serie, Flora Industrialis, incide en lo límites de esta relación y en cómo lo interpreta el espectador.

Como el propio nombre indica, Flora Industrialis parte de la formación de una colección botánica industrial, de plantas y flores artificiales hechas con plástico, sedas sintéticas o alambre, entre otros, de las cuales el artista plantea una flor nueva surgida de su mente. Muniz ha explicado hoy miércoles en la presentación en el Museo Universidad de Navarra (MUN), dónde se podrá visitar hasta el 25 de febrero de 2024, la paradoja “entre las plantas naturales que marchitan y las artificiales que adquieren vida al ser fotografiadas”.

Juega con la idea de lo artificial y lo perfecto vinculado a la naturaleza y la naturaleza humana. Pone en relación la fotografía como la conservación de un instante de algo que existió en el pasado y por lo tanto no existe y ahonda en la idea de “la temporalidad de la existencia y la muerte”. 

Para Muniz, “el arte es la evolución de la relación entre la mente y la materia” y por eso mismo no es incompatible con la ciencia. Tiende una relación entre los dos campos con la que ni Feynman ni su amigo estarían conformes y asegura que “la belleza inspira todo lo que tenga que ver creer en algo, abarca tanto a arte como a ciencia”. Para él, son dos ámbitos en contacto con similitudes y diferencias que nos permiten conocer realidades inalcanzables sin la ayuda de estas disciplinas.

En esta serie Muniz trata la veracidad, realidad, definición y exactitud del ámbito científico con la percepción y la memoria personal del artista. Es consciente de la necesidad en la fotografía científica de veracidad, de imágenes técnica y no artísticas, y se posiciona en el punto contrario, generando unas imágenes bellas con una metodología científica

Un trabajo de cinco años 

La colaboración del artista brasileño con el MUN comenzó con una visita en 2018 de las que surgieron dos proyectos. Por un lado, en 2020 se celebró una exposición que recogía parte de las series producidas por el artistas. Al mismo tiempo, se invitó a Muniz a participar en el proyecto Tender Puentes en el que artistas contemporáneos proponen nuevas obras que vinculen sus reflexiones e ideas con las existentes en el Museo. En aquel momento se encontraba la exposición Una Tierra prometida. Del Siglo de las luces al nacimiento de la fotografía en la que se mostraban distintos grabados de flora iberoamericana y europea, pertenecientes a la colección de Ernesto Fernández y Marta Regina, miembros del patronato del Museo.

Tras ver estos álbumes, Muniz decidió basar su proyecto no es la recreación de algunas de esas obras, sino en el concepto de recopilación botánica de plantas y flores que se venía produciendo desde el siglo XVIII para crear una nueva flora industrial, tomando como referencia las labores de los científicos botánicos y artistas. 

Muniz ya había trabajado en esta temática en un serie homónima en 1998 y que se quedó incompleta. “Durante mi carrera he abierto muchas ramas de otras obras que no he podido acabar, por lo que presentar esta exposición 25 años después de tener la primera idea es un éxito”, aseguró el artista. La primera idea contaba con 20 imágenes y acabado con más de 50 ya que prioriza “la acumulación más que cada imagen en particular, todas forman una obra única”. Una obra que presenta las ambigüedades entre ciencia-arte y artificial- natural y a la Muniz anima a entregarse a la belleza sin importar su origen.