En el siglo XII, mientras los reinos cristianos de la Península trazaban alianzas, consolidaban territorios y alzaban catedrales para demostrar su poder, el arte viajaba a tientas de un lugar a otro, cruzando fronteras y generando redes de creación que hoy revelan la existencia de auténticas escuelas escultóricas. Fue entonces cuando surgió un estilo que, más que un simple movimiento, fue toda una escuela con maestros, discípulos, talleres organizados y un sistema de transmisión formal: la soriano-silense. Esta es la tesis que defiende José Luis García Lloret, doctor en Historia del Arte, en su nuevo libro Una escuela de escultura románica en Aragón, publicado por la Institución Fernando el Católico. A lo largo de sus páginas, rompe con la visión tradicional del llamado arte silense, vinculado al monasterio de Santo Domingo de Silos, para proponer un enfoque que reconoce la existencia de una verdadera escuela románica, al estilo de las identificadas en la Francia medieval, como la de Chartres, o en Italia.
Una nueva mirada al románico
“Siempre se ha hablado del arte silense como un estilo”, explica García Lloret. “Un arte que surge desde Silos, con rasgos clásicos e influencias bizantinas, humanista y naturalista, que supuso una innovación en los últimos periodos del románico”. Sin embargo, su investigación apunta a que no se trataba únicamente de un conjunto de rasgos estilísticos, sino de un sistema artístico estructurado en el que los maestros formaban discípulos y dirigían talleres que actuaban bajo su supervisión, generando una producción homogénea en distintos territorios.
Y Navarra se convirtió en el germen de una escuela. La iglesia de San Miguel, en Estella, es uno de los lugares clave para entender el surgimiento de la escuela soriano-silense. Allí trabajó el conocido como segundo maestro de Silos, un escultor de gran refinamiento, formado en el monasterio burgalés, que introdujo un tratamiento humanista y naturalista de las figuras, con composiciones de influencia clásica que representaban un cambio profundo respecto a las fórmulas románicas más hieráticas de épocas anteriores.
Estella, en el siglo XII, era un importante enclave comercial y político, en pleno Camino de Santiago, donde el intercambio cultural con artistas de toda Europa era constante. La portada norte de San Miguel, atribuida a este segundo maestro de Silos, se convierte así en el testimonio de una nueva sensibilidad artística que no solo embellecía los templos, sino que comunicaba un mensaje de poder, prestigio y apertura cultural.
Una huella en Castilla
El segundo maestro de Silos llevó su arte a Castilla. En la ciudad de Soria, hacia 1170-1175, dirigió el trabajo de un gran taller de escultores, posiblemente unos diez, para la decoración de tres de sus iglesias principales. Fue un encargo regio, impulsado por el rey Alfonso VIII de Castilla y su esposa, Leonor Plantagenet, como parte de su proyecto de consolidación del poder real y de proyección cultural en el territorio.
García Lloret destaca que “en Soria se aprecia claramente que había un artista principal dirigiendo el trabajo de un taller regio”, un dato que refuerza su tesis sobre la existencia de escuelas escultóricas organizadas, con sistemas de enseñanza y jerarquías internas. Desde Soria, el estilo se difundió hacia otros enclaves de la extremadura castellana, como Almazán y Fuentidueña, dejando su huella en capiteles, portadas y claustros.
Pero la expansión no se detuvo en Castilla. Navarra volvió a ser protagonista gracias a la figura de Giraldo, uno de los discípulos más destacados del segundo maestro de Silos. Documentado como maestro en la catedral de San Salvador de Zaragoza entre 1192 y 1198, Giraldo fue también el principal responsable de la escultura en Tudela, replicando el sistema de trabajo aprendido en Soria. “Los canteros de Soria pudieron desplazarse a Tudela en un contexto de pactos de paz entre Castilla y Navarra, que solían ir acompañados de intercambios artísticos y préstamos de maestros”. Esta movilidad de artistas y talleres, incentivada por la política de los reyes, creó una red cultural y escultórica que trascendía las fronteras políticas. Así, la escuela soriano-silense se convirtió en un vehículo de cohesión cultural entre territorios con identidades distintas, pero con una misma visión artística.
Aragón y el enigma de San Juan de la Peña
La investigación de García Lloret también aporta luz sobre un grupo escultórico aragonés de estilo homogéneo, tradicionalmente atribuido a un maestro anónimo conocido como maestro de San Juan de la Peña o maestro de Agüero. Frente a la visión que lo consideraba un simple nombre genérico, el autor identifica a este creador con un personaje histórico concreto: Guillermo de Boclón, un artista de origen francés imbricado en la tradición del románico pirenaico que supo asimilar y reinterpretar los modelos innovadores difundidos por la escuela silense.
Para García Lloret, reconocer la escuela soriano-silense como tal implica revalorizar un sistema de creación y transmisión artística que funcionaba de manera estructurada en la Península. Un sistema con focos principales –Estella, Silos, Soria, Tudela, Zaragoza, San Juan de la Peña–, con maestros de referencia y con discípulos que expandían los nuevos modelos hacia otros enclaves. Porque el arte transgrede las fronteras y sella su imagen en la historia.