Nuestra aventura comenzó hace unos meses. En otoño, el run run anual del campo llegaba a mis oídos. Tantos y tantos cambios que se decían haber desde el verano, poco creíbles en cuanto a la Feria del Toro se debe, terminaban, como siempre, cuando a finales de noviembre la Casa de Misericordia daba a conocer el elenco ganadero que su Comisión Taurina había contratado para los siguientes Sanfermines. Y en ellos se daba un cambio entre los ocho carteles que correrán por las calles pamplonesas. Sólo quedaba decidir cómo realizar el viaje, y empezar el arduo trabajo de ponerse de acuerdo con las ocho casas ganaderas. Algo más complicado de lo que el personal pueda creer. Y en la decisión, Gabino fue el que más insistió en que todo empezara en el campo charro.

Ya es febrero. Medio invierno ha pasado cuando, aún sin amanecer pasábamos por Burgos camino de la ruta del toro charra. Con David al volante y Gabino de copiloto, les voy contando a dónde vamos y porqué. Y es que, tras la muerte del ganadero salmantino Domingo Hernández, sus hijos Justo y Concha, hará poco más de tres años que separaron sus caminos, repartiendo lotes por sorteo y quedándose Justo la finca y hierro Garcigrande que se encuentra en Alaraz, y Concha el hierro a nombre de su padre y una finca cerca de Vitigudino. No he estado nunca pero sé que fue la finca de El Viti, una gran extensión con mucho trabajo y esfuerzo metida en ella. También dónde queda. No han sido pocas las jornadas que he pasado en la venta El Cruce, punto central donde saldremos a pasar por La Fuente de San Esteban camino de Traguntía, nombre de la finca donde nos esperaba nuestro primer hito en el viaje.

Uno de los vaqueros de la finca dirige a los toros. D.N.

La mañana es fría, y hasta hace un rato la niebla, casi, se podía cortar. En cuanto se levantó, el paisaje rural de grandes extensiones muy cuidadas entre tapias de piedra se impone. Llegarse a la ganadería no supone esfuerzo una vez cogida la ruta de La Fuente a Vitigudino. La mañana, despejada, con un sol que comienza a brillar con fuerza y eleva unos grados el mar de nieblas que hemos recorrido, es ideal para visitar el campo. Llegados con antelación, nos quedamos a la espera de nuestros anfitriones en la zona de la casa. Junto a ella, la zona de la placita, las corraletas y pasillos por donde mover los toros, nos dejan una gran estampa de un hermoso y bien dispuesto lugar. Como nos dirán después, el genial torero de la zona se gastó sus buenos cuartos en traer cuadrillas de albañiles que durante casi dos años dejaron su impronta en cada cuidada tapia. Mientras esperamos vemos que el trabajo no cesa. El silencio campestre se torna en movimiento y jaleo. Los vaqueros están moviendo el ganado. Cosa que, una vez más les cuento, ya es habitual en casi la totalidad de ganaderías de bravo actuales. Nuevamente somos testigos del correr de los animales, que ya de por sí es un espectáculo. 

Poco después de la hora el hijo de la ganadera llamado como su abuelo, dador del nombre a la ganadería, aparece. Viene de viaje y nos comenta que su madre está en Madrid, por lo que no podemos verla. Nos pide unos minutos, y aparece con el coche de campo. Nos dice que su madre nos esperaba dos días más tarde, pero que no pasa nada, que nos montemos y él se encarga de enseñarnos lo que tiene. No es la primera vez que me ocurre, y eso que acabo hablando unas cuantas veces con cada casa. En marcha por la propiedad nos comenta que los veedores de la Casa han pasado dos días antes que nosotros, y que aún tiene sin definir el lote de Pamplona. Tiene una amplia camada de saca sobre los 120 animales. Y eso son muchas corridas posibles, y para nuestra feria tiene 15 toros apartados, lo cual son muchos para estas fechas. O lo que se suele ver en otros lares.

Quince toros disponibles

Por otra parte, pensar que puedan tener hasta 15 toros, a falta de una yerba, disponibles para una feria tan exigente en cuanto al volumen y las caras como se exige en La del Toro pamplonesa me parece aún más impresionante. Separados en diferentes apartados de la finca, tardamos un rato en ver todos, y más, cuando nos metemos por corrales donde se siguen moviendo parte de esa larga camada a manos de su mayoral y resto de vaqueros. Las fotos de las carreras no hacen justicia a la impresión que da verlos de tan cerca. 

No soy capaz de definir un posible lote, y el joven ganadero lo ve en mi cara y en mis palabras. Él, resuelto y firme, me dice que saben de sobra lo difícil que es entrar en una feria tan corta y deseable como la nuestra, y que van a preparar el mejor lote para que nadie tenga duda alguna. Todos recordamos lo sucedido en su última comparecencia, y allí lo hablamos. Para él lo más difícil es estar. Yo le comento que creo más complicado entender y permanecer en el tiempo en dicha plaza, porque la fidelidad de los organizadores viene dada por cumplir sus expectativas, que son las de la Feria del Toro. Y ese es un trabajo diario y sin descanso. Y viendo hermosos animales pasamos el mediodía. 

Llega la hora de comer. Aviso que hemos quedado con el señor alcalde de La Fuente, nuestro amigo Cañamero. Nos despedimos y dejamos unos detalles, aunque eventualmente, porque terminamos comiendo en el mismo sitio. Paco venía en principio con El Capea, pero Pedro ha tenido un imprevisto de última hora. Nos da su recado que a ver cuándo vamos a su casa, a ver los apartados para los rejones. Y entre charlas taurinas comemos y alargamos sobremesa, en un viaje que empezamos con todas las ganas del mundo, y como siempre haciendo muchos kilómetros el primer día. Y tanto que así, porque ya a oscuras llegamos a Mérida. El habitual hotel del centro está de reformas, ósea que volvemos al de más de veinte años atrás, que está a las afueras. Allí nos quedamos cenando. Mañana madrugamos. Hemos quedamos temprano en casa de Borja Domecq. El próximo domingo se lo cuento. l