Una de las pocas cosas que le quedaba por hacer a Marino Goñi era montar una exposición, y acaba de hacer en el Archivo General de Navarra. Después de cuatro meses y medio abierta al público, la muestra Rockanrolari, rock navarro del siglo XX echa la persiana. Antes de tomarse un merecido descanso, Marino extrae algunas conclusiones de lo que ha dado de sí este proyecto.
La exposición ha estado abierta al público durante cuatro meses y medio. Ahora, en el momento de la clausura, ¿cuál es el balance? ¿Se han cumplido las expectativas iniciales?
La verdad es que, de inicio, no teníamos expectativas. Yo nunca había hecho nada como esto y en el Archivo tampoco se había hecho algo parecido. No teníamos expectativas, pero sí puedo decir que no nos esperábamos el éxito que ha tenido ni la cantidad de gente que ha venido. Creo que la exposición ha gustado; siempre hay alguna crítica negativa, pero en general las críticas han sido muy positivas, que es lo que uno espera cuando hace algo como esto. Yo creo que hemos cumplido.
Creo que la asistencia de público ha ido de menos a más, quizás por el boca a boca.
Sí. Es que las fechas, sobre todo las primeras, no eran las más adecuadas. El 15 de junio, en Pamplona, todo el mundo está pensando en irse de vacaciones o en San Fermín. Los inicios fueron un poco balbuceantes. La segunda quincena de julio también es un poco extraña porque casi no hay nadie en Pamplona; ahí vino mucha gente de fuera, muchos turistas. Luego ha ido in crescendo. A partir de septiembre se ha doblado la asistencia. Si los primeros meses eran unas cien personas al día, a partir de septiembre han sido unas doscientas. Algunos días, incluso más. Ha funcionado el boca a boca, y también la campaña en redes, que ha sido promovida por la Navarra Music Commission, del Gobierno de Navarra.
¿Hay alguna estimación del total de visitantes?
No es oficial, pero, por mis cálculos, alrededor de dieciocho mil personas. Mucha gente ha venido varias veces, por lo que ese dato no es del todo real, pero bueno. Ha venido mucha gente de fuera de Navarra, también.
La exposición cuenta con una ingente cantidad de materiales de todo tipo. ¿De dónde salen? ¿Son todos de su archivo personal?
Ha habido de todo. La base es mi archivo. Siempre he sido un coleccionista compulsivo. Igual no tanto coleccionista, sino más síndrome de Diógenes: me gustaba guardar todo lo que tuviese que ver con el rock, sobre todo con el rock local. Lo iba almacenando de cualquier manera, en cajas… Nunca he sido un buen clasificador. Cuando alguien iba a tirar algo, le pedía que me lo pasara. También ha habido aportaciones de tres coleccionistas. Y también ha habido material que estaba en la Biblioteca General, en la Filmoteca de Navarra… Incluso algo que había en el propio Archivo, como el fondo de los Iruñako, que más de la mitad procede del Archivo. Es cierto que hay mucho material, pero, aun así, seguro que han quedado cosas fuera. Lamento los olvidos, que los hay, de músicos que no aparecen en la expo. Son totalmente involuntarios.
Ha donado mucho material al Archivo. ¿Qué ha donado exactamente? ¿Y que tipo de disponibilidad tendrá?
Es un archivo como cualquier otro de los que está depositado el Archivo General. La fórmula habitual es pedir una cita para consultar el material en sede, no te lo puedes llevar a casa. El material audiovisual no es de mi propiedad, hay cosas que no se pueden reproducir ni poner en redes, pero el que quiera escucharlo podrá hacerlo aquí. No estará todo, pero hay cantidad de cosas que sí, sobre todo muchas maquetas que se han digitalizado. Los vídeos tardarán más en ser ordenados y clasificados, tienen una dificultad mayor por el tema de los formatos. Pero, en principio, es como cualquier material del Archivo, como un códice de hace cuatrocientos años. Todavía no está disponible, pero lo estará en cosa de un año o así. He donado audios, papeles, reportajes, entrevistas… Estamos negociando el legado de Gor, también. No es fácil donarlo todo a la vez y clasificarlo. Lleva un proceso, estamos en camino.
Y en ese camino, ¿hay planes de publicar algún tipo de libro o catálogo? Porque sería una pena que todo este trabajo se diluyera sin que quede constancia del mismo.
Sí. En el Archivo, la costumbre es hacer los catálogos una vez terminada la exposición. El libro se prevé que lo hagamos en 2025. El material básico del libro será el material de la exposición: las cronografías, los cronogramas, las fotos, la información… No sabemos hasta dónde podremos llegar, eso lo iremos viendo. Pero la exposición tendrá continuidad en el libro.
Viendo el éxito de la exposición, ¿se plantea llevarla a otros lugares?
No. Nos lo han preguntado, pero no se puede, porque está montada para este espacio. Los objetos van a seguir estando. Si en algún momento hay una petición seria para llevarlo, se podría valorar, pero la exposición como tal no se va a repetir en otros lugares.
Además de la exposición, también se han organizado charlas y proyecciones de documentales que profundizaban en décadas concretas. ¿Han tenido buena aceptación?
Sí, han ido muy bien. Tanto para las charlas como para las proyecciones la sala ha estado siempre prácticamente llena. Igual lo normal es que alguien venga a una charla concreta porque le interesa esa década específica, pero también ha habido gente que ha venido a todas. Eso me ha gustado. Ha habido gente joven que ha querido ver de dónde venimos. Ese era uno de los objetivos de la exposición. Lo mismo con los cuatro documentales que hemos proyectado. Sobre el rock de Navarra no hay mucha documentación organizada, y elegimos uno de la Kelly Family (Searching for the magic golden harp), que cuenta el origen de la Kelly Family, un grupo famosísimo en todo el mundo y muy relacionado con Navarra; Córtate el pelo, que va sobre el origen del rock en Navarra, en los años sesenta. Ese documental lo hice yo y de alguna manera fue como el origen de esta exposición; sobre los ochenta no encontré nada específico de Navarra, pero pusimos el Salda badago, que está filmando casi íntegramente en Pamplona y que explica perfectamente quién es quién en el rock vasco de los ochenta; por último, el de Sonido Pamplona, de Beatriz Echeverría, que es muy curioso, porque es un documental hecho en 2007 sobre una escena minoritaria, pero muy interesante, que se desarrolló entre 1995 y 1998.
También se hizo la presentación de un libro.
Sí. Eso vino un poco sobre la marcha. Los hermanos Osés acababan de preparar un libro sobre el mítico Disco Club 29, que los que vivimos aquella época sabemos la importancia que tuvo. Representó el cambio de una Pamplona a otra.
Y ha habido actuaciones en directo.
Cuando pensé en esto, monté un escenario virtual y lo comenté con varios músicos, porque quería que alguien viniera a tocar. Era verano y los músicos estaban de gira, pero conseguí que Gorka Urbizu y El Drogas hicieran un par de actuaciones, prácticamente sin avisar. Fueron los dos momentos cumbre, porque una exposición de música sin música en directo…
Para alguien que no haya podido ver la exposición, vamos a hacer un breve resumen, por décadas, que era como estaba organizada. Los sesenta fueron el inicio del rock en Navarra.
Los sesenta fueron la explosión. No había nada y a partir del 61 empieza a haber grupos. Están los Iruña’ko, sobre todo, y muchos otros. Luego llegaron otros estilos, anticipando lo que vendría después, en los setenta. Disco Club 29 está aquí. La revista Disco Express fue una locura maravillosa de cuatro alucinados que consiguieron hacer una revista en Navarra que se vendía en toda España y que tenía una vitola de seriedad. La figura de Joaquín Luqui es importante. Los sesenta fueron un subidón, a todos los niveles.
Paradójicamente, los setenta fueron muy duros para el rock, cuando se puede pensar que habría habido un cierto aperturismo.
Totalmente. Es que no hubo aperturismo. El final de la dictadura fue más duro todavía que los sesenta. En los sesenta, Fraga Iribarne consiguió hacernos creer que podíamos hacer lo que quisiéramos, pero todo esto se desenmascaró en los setenta. Había también una crisis económica tremenda que no se superó hasta que Felipe González empezó a tomar las medidas que se debían haber tomado diez años antes. Los músicos se dedicaron a tocar en orquestas, no era posible vivir de la música si uno quería hacer sus canciones. Estaba la censura… Contra todo pronóstico, los setenta fueron un bajonazo enorme respecto a los sesenta.
Los ochenta, que para usted empiezan, musicalmente hablando, en el 78, supusieron una gran explosión.
Los ochenta fueron una vuelta al espíritu de los setenta, por varias razones: el espíritu punk se extendió por todo el mundo; volvieron las canciones cortas, la vibración directa; no hacía falta ser un gran músico ni un virtuoso. Fue otra explosión, como en los sesenta, pero con unas circunstancias muy distintas. El éxito de Barricada fue fundamental, como lo fue el de los Iruñako en los sesenta. Abrieron la brecha al principio de la década y un montón de gente se apuntó. Yo viví muy directamente esa explosión, que se manifestó en todos los ámbitos: en los bares, en las calles, en la prensa, en los grupos que se forman, en las giras que se montan, en los discos que se graban… Hay mucha gente que inicia la aventura y, aunque no todos triunfan, se consigue montar una infraestructura de estudios, managers, fotógrafos, diseñadores, lugares para tocar… No en todos los sitios había todo esto, pero en Navarra, sí. Había un buen humus para que salieran grupos. Eso fueron los ochenta, la base de lo que pasó en los noventa.
En los noventa hubo una enorme diversificación de estilos.
Sí. Yo creo que todos estábamos un poco agotados, eso se notaba mucho alrededor del 88. Como productor, empecé a grabar a grupos diferentes, intentamos que hubiese otras cosas. Teníamos que abrirnos. Esta explosión de estilos ahogó lo que venía del rock radical vasco, aunque no lo hizo desaparecer. Ahí estaba Piperrak, que tenía un éxito increíble y parecía que había salido en el 82. Había grupos de metal como Koma o Flitter que convivían con grupos de pop y de rock. Estaba El Gusto es Mío, que no era comparable con Tahúres Zurdos, que hacían un pop más cañero, cercano al rock duro. Y un montón de grupos que empiezan a cantar en euskera y en inglés. El grunge, la música electrónica, en cuyas redes caímos muchos que veníamos del rock… Los noventa fueron años muy ricos, la infraestructura creció mucho. Hubo más estudios, por ejemplo. Siempre digo que el rock navarro se hizo adulto cuando Barricada llegó al número 1, en el 90 más o menos. Esa fue una buena base, y ya a partir del 2000 empezamos a exportar muchísimos grupos. Ahora, en cualquier festival, del tipo que sea, puede haber un grupo navarro: Lendakaris Muertos, El Columpio Asesino, El Drogas, Berri Txarrak, Zetak, Iseo & Dodosound…
Ya hemos dicho que la exposición reúne muchísimo material de todo tipo. ¿Habría forma de resumirla en pocas palabras?
Cuando hacía las visitas guiadas, siempre terminaba diciendo que teníamos que sentirnos muy orgullosos del rock navarro. Cuando vienen artistas de fuera, Tarque, Rosendo o el que sea, siempre dicen que aquí tenemos buena mandanga. El rock navarro goza de una excelente salud, quizás le falte un poco de autoestima, y no tanto entre los músicos, sino más entre los aficionados, que a veces no son del todo conscientes de lo que tenemos en casa. Estamos muy bien reconocidos fuera. No hay que poner en valor el rock navarro fuera, sino dentro. Hay mucho nivel y no para: cada día hay una maqueta, un disco… Y cada año hay un fenómeno nuevo. Todos los años tenemos fenómenos musicales, es alucinante. Yo no quiero quedarme pensando en lo bueno que era el pasado. En absoluto. Me interesa muchísimo lo que está sucediendo ahora. Hay una continuidad.