Tarsila do Amaral pinta el Brasil moderno en su obra vitalista y colorista en el Guggenheim Bilbao
El museo abrió la programación artística de este año con lienzos de la creadora brasileña, que confrontó el arte de su país y la vanguardia europea
Tarsila do Amaral –o simplemente Tarsila, tal y como firmaba y se le solía llamar– fue una mujer emancipada, independiente, adelantada a su tiempo, siempre en permanente cambio, que tuvo que enfrentarse a una serie de estereotipos para abrirse camino en un sistema de arte eurocéntrico y dominado por los hombres, y cuya obra y cuya figura siguen siendo hoy tan relevantes como entonces, en palabras de Juan Ignacio Vidarte, director general del Guggenheim Bilbao.
El museo bilbaíno presenta hasta el 1 de junio la obra vitalista y colorista de esta artista brasileña, basada tanto en el imaginario indígena y popular como en las dinámicas modernizadoras de un país en plena transformación. Con esta creadora, el Guggenheim arranca la programación de esta temporada que tiene un marcado carácter femenino, ya que las cuatro monográficas están protagonizadas por mujeres, tal y como destaca Vidarte. A la exposición de Tarsila do Amaral, le seguirán María Helena Vieira da Silva, Helen Frankenthaler y Barbara Kruger.
Tarsila provenía de una familia muy adinerada, su abuelo era un gran terrateniente dedicado a la producción del café, y fue educada en la cultura francesa. Pintora y viajera, audaz y cosmopolita, “pero a pesar de ello, de ser una mujer de clase de elite en aquella época, también tuvo que enfrentarse a un mundo artístico que no resultaba nada fácil para las mujeres ni en Europa ni en su país. Abrió un modelo que no existía en Brasil, de figura femenina que hizo algo importante en la historia del arte”, explicó Cecilia Braschi, que ha comisariado la exposición junto a Geaninne Gutiérrez-Guimarães.
Es, por tanto, en opinión de Geaninne Gutiérrez-Guimarães, una figura “importante y necesaria para conocer en el arte latinoamericano del siglo XX”, con muchas mujeres destacadas.
La retrospectiva incluye 147 obras, de las cuales 50 son pinturas. “Tarsila no pintó mucho, en su catálogo hay 230. Para reunir esta importante selección que se puede ver ahora en Bilbao hemos contado con la ayuda de los museos brasileños, pero también de coleccionistas privados. Además, incluye obra de todas sus épocas, desde 1918 a su final. La mayoría de las exposiciones que se habían realizado hasta ahora no incluían su última etapa, pero nosotros hemos querido ponerla también en valor ”, explicó Cecilia Braschi.
De Brasil, a París
Tarsila emprendió su primer viaje de estudios a París en 1920 y sus primeros cuadros atestiguan una formación académica clásica, heredera del impresionismo. En su ausencia, en febrero de 1922, Sao Paulo celebró una Semana del Arte Moderno, con artistas locales como Anita Malfatti o Oswald de Andrade, un evento que causó sensación. A su regreso a Brasil Tarsila se unió a esa nueva generación y tomó fuerzas para emprender un nuevo viaje de regreso, esta vez decisivo para su carrera.
A partir de 1923, Tarsila, como se la conoce rápidamente en los medios artísticos franceses, frecuenta en París los talleres de Fernand Léger o André Lhote. Se sumergió en la vanguardia europea y comenzó a construir una red artística intercontinental, una inquietud por representar a su país y un lenguaje visual prácticamente sin precedentes en pintura y dibujo, abriéndole el paso para coronarse como la pionera del modernismo en Sudamérica. Ensayó el cubismo o el fauvismo, pero como muchos artistas sudamericanos, su paso por París le sirvió en realidad para reflexionar sobre su país de origen. Buen ejemplo de esta época es Carnaval en Madureira (1924), en el que representa un viaje que hizo ese mismo año a Río de Janeiro con sus amigos modernistas durante el Carnaval. En A Cuca, de tonos oníricos, reproduce con colores vivos la figura de un monstruo conocido del folclore brasileño.
El Brasil caníbal
Tarsila regresó a Brasil con la manufactura vanguardista desarrollada en París y decidió representar temáticas brasileñas. Su amante en la época, Oswald de Andrade, publica el Manifiesto antropófago en 1928, que proclama entre otras cosas la necesidad de “devorar” las influencias culturales extranjeras. A partir de ese momento, Tarsila renuncia a la representación de temas populares y a las geometrías de origen cubista, lo que hace que su repertorio europeo y brasileño sea digerido y transformado.
Tras acabar su relación con Oswald de Andrade a finales de los años 1920, la pintora entró en una nueva fase, la marcada por su viaje a la Unión Soviética con su nueva pareja, el psiquiatra Osório César. Coincidiendo con el crash bursátil de 1929 y el hundimiento de la economía occidental, pasó a un tono más sombrío y pesimista influido por el realismo social y el muralismo mexicano.
La crisis de 1929 afectó duramente a la familia de la artista. Tarsila deberá trabajar a partir de esa época, y su obra pictórica centra su mirada en la clase obrera, con obras como Operarios, de 1933. Al igual que hizo Frida Khalo en México, sus obras siguen los preceptos del Realismo social. Su proselitismo comunista la condujo a una de las experiencias más traumáticas de su vida: estuvo un mes encarcelada en 1932 durante el gobierno de Gétulio Vargas.
La representación de personajes afrodescendientes, tanto masculinos como femeninos, es evidente a lo largo de toda su obra. Varios especialistas han evidenciado que el modelo de su cuadro La negra fue, muy probablemente, alguna de las nodrizas que vivían bajo el régimen de la esclavitud en la fazenda de la familia Do Amaral. Fue acusada de racista por una obra cargada de buenas intenciones pero que idealiza al indígena en un mundo colonial sin mala conciencia. “Hay que considerar que es una mujer nacida en una sociedad y en una época determinada. La esclavitud se abolió solo dos años después de su nacimiento. Desde Europa hay una fascinación por un primitivismo que los artistas van a buscar en su cultura”, aseguró Cecilia Braschi.
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