El concierto comenzó con unos pocos minutos de retraso, y es que a la hora señalada todavía quedaba mucha gente por entrar en el Navarra Arena. Las colas discurrían con fluidez y el personal del recinto se afanaba por acomodar a los asistentes.

A las 21.11 horas, las luces se apagaron y la banda salió a un escenario que llamaba la atención por su sobriedad, con los instrumentos dispuestos a ras de las tablas, sin plataformas ni ninguna otra parafernalia. Antes, un dron-globo con forma de enorme guante de boxeo había sobrevolado la pista del Arena. Era una alusión al título del disco que el canadiense venía a presentar, ese Roll with the punches que verá la luz en agosto; un canto a la resiliencia, en palabras de su propio autor; una invitación a mejorar el juego de piernas para bailar con los golpes que lanza la vida.

La canción que da título al álbum fue, precisamente, la que eligieron para abrir el espectáculo. Adams, con el bajo en ristre, saludó al público y comenzó su particular combate acompañado por un aguerrido y solvente trío (Keith Scott, guitarra; Gary Breit, teclados; Pat Steward batería). Detrás de ellos, una enorme pantalla en la que se proyectaba el vídeo clip de la canción.

Ese fue, junto a un solvente juego de luces, el único espectáculo extra musical que ofrecerían en toda la velada, como si no quisieran que la atención del público se dispersara con fútiles divertimentos.

Los cuatro ofrecieron un sonido poderoso, absolutamente escorado hacia el rock. Las melodías, sin embargo, mantenían el pellizco del pop contagioso que convirtió a Adams en una gran estrella en los ochenta.

Run to you lució como un excelente medio tiempo marca de la casa, y Somebody, de su celebérrimo disco Reckless, levantó las manos de la audiencia y la puso a cantar, cosa que siguió haciendo con ese canto a la eterna juventud que es 18 til I die.

Repaso a los éxitos

La ensalada de éxitos había comenzado. Aunque intercaló composiciones más recientes (como Make up your mind, que también formará parte de ese álbum que está a punto de lanzar), los discos más visitados fueron los que grabó en las postrimerías del siglo XX, cuando todo lo que tocaba se convertía en oro. De ahí salieron las canciones más coreadas y mejor recibidas.

Bryan Adams, por su parte, se esforzaba en conectar con sus seguidores: iba combinando el bajo con distintas guitarras y recorría el escenario para cantar desde diferentes puntos del mismo. Cuando sonaba algún himno, la comunión que se creaba era excepcional. Fue el caso de la balada Heaven, It’s only love (dedicada a Tina Turner, con quien la grabó en su momento), Can’t stop this thing we started… En realidad, casi todo el repertorio de la noche. Incluso se permitió alguna versión que revelaba las fuentes de las que ha bebido: Blue suede shoes (Elvis) o Twist and shout (Beatles).

Y aunque fue un concierto eminentemente rockero, no olvidó su lado más romántico o popero, que estuvo presente en canciones como Shine a light, When you’re gone (solo con su acústica), Have you ever really loved a woman, Straight from the heart (la cantó con acústica y armónica, desde la mesa de sonido)… Añadan a eso algunos hits planetarios del calibre de (Everything I do) I do it for you o Summer of 69, y tendrán la receta para una velada casi perfecta.

Sin fotos del artista

¿Casi? Sí, porque habrán advertido que sobre estas líneas no hay una foto de Bryan Adams. El canadiense forma parte del club (por desgracia, cada vez más numeroso) de artistas que ponen una exigencias leoninas a los fotógrafos de prensa. No se trata solo de un maltrato a los profesionales de la imagen, sino también de una injerencia en el derecho a la información. Y en el caso de Adams llama especialmente la atención, porque… ¡él también es fotógrafo! Fue el único pero que se le puede poner a un concierto, por lo demás, incontestable; músicos entregados, doce mil personas disfrutando, sonido extraordinario y repertorio difícil de igualar.