El futuro del periodismo es cada día más complicado. Del oficio que conocimos cuando cruzamos por primera vez la puerta de una redacción, queda poco. Y no me refiero solo al extinguido olor a tabaco, al sonido de ametralladora de las máquinas de escribir, al tronar de la sala de teletipos, al ring-ring constante de los teléfonos fijos… Aquellas habilidades para buscar noticias, el acceso a las fuentes, la predisposición de los protagonistas, son cosas de otro tiempo.

Como la credibilidad ante los lectores, aquel concluyente “lo dice el periódico...”, que no admitía dudas. Tiempos en los que tocabas a la puerta de la habitación del hotel, abría el máximo goleador de la Primera división de fútbol y no ponía ningún impedimento a contestar unas preguntas.

O llamabas a un teléfono y te atendía en su domicilio quien fue figura del Mundial de 1978. Ahora eso es impensable; todo son filtros, obstáculo, jefes de prensa, gabinetes de incomunicación. Tampoco ayudan los medios que convierten la información en un espectáculo grotesco ni la proliferación de pseudoperiodistas. Estamos tragando mucho.

Este viernes Bryan Adams cantó en el Arena; no hay fotos en los medios clásicos que lo atestigüen, pero cuentan que así fue. Como sucedió hace poco con Lenny Kravitz, antes de difundir imágenes del concierto, el equipo del artista –que elige a quién acredita y a quien no– exige verlas para descartar las que no les gusten. A esto hemos llegado. Lo siguiente será exigir que quieren leer el artículo antes de su publicación y decidir si lo autorizan. Bueno, esto ya está pasando.