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Joaquín Sabina emociona en su primer concierto de despedida de Pamplona

Los ocho mil espectadores que acudieron al Navarra Arena despidieron en pie a un emocionado artista que realizó un amplio recorrido por legendarios temas de cuatro décadas de música

Sabina saluda al público del Navarra Arena.Patxi Cascante

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Poco antes del inicio del show, una sensación extraña flotaba sobre el Navarra Arena; se notaba la excitación previa a los grandes acontecimientos, pero también podía percibirse una cierta tristeza en los rostros de muchos de los asistentes. Venía Sabina, sí, y ese siempre es motivo de celebración, pero en esta ocasión lo hacía para despedirse del público navarro. La ceremonia del adiós se desarrollaría en dos actos: el concierto de ayer, jueves, y el del sábado, que será el último del jienense en Pamplona.

Fecha: 19/06/2025. Lugar: Navarra Arena. Incidencias: Primero de los dos conciertos que Joaquín Sabina ofrece en Pamplona en su gira de despedida. Público sentado. Lleno, unas ocho mil personas. Joaquín Sabina (guitarra y voz), Jaime Asúa (guitarra), Mara Barros (coros), Laura Gómez Palma (bajo), Pedro Barceló (batería), Borja Montenegro (guitarra), Josemi Sagaste (percusión y vientos), Antonio García de Diego (guitarra y teclados)

Aunque el sabor podía preverse agridulce, en la actuación de anoche prevaleció, con creces, la alegría. También la emoción, que pudo notarse desde que el artista apareció en el escenario con traje negro y bombín de paja blanca. Antes habían emitido el vídeo de su último single, El último vals, lanzado precisamente como reclamo de esta gira. La letra destila las mismas dosis de ironía y poesía de siempre, y por el clip desfilan viejos amigos del artista como Leiva, Andrés Calamaro o el mismísimo Javier Krahe, revivido para la ocasión por obra y gracia de la inteligencia artificial. Se preveía un repertorio plagado de grandes éxitos, y así fue; los primeros en sonar fueron los más recientes: Lágrimas de mármol y Lo niego todo. Le acompañaba la banda habitual, un sexteto que combinando instrumentos abarcaba guitarras, teclados, bajo, batería, percusión, saxo, flauta, armónica, acordeón y coros. Un sonido extraordinario para rodear la voz cada vez más grave de Sabina. Si algunos se quejan de la producción de algunos de sus discos de los ochenta y noventa, plagados de detalles que no han envejecido demasiado bien (aquellos sintetizadores…), nada podrán reprochar al acabado que lucen los temas en los últimos tiempos. Puro rock, en el sentido más amplio del término: a veces delicado, a veces aguerrido, a veces rumbero y a veces cercano a la canción de autor, porque todo eso es Joaquín Sabina.

Tras ese inicio con los temas más recientes, comenzó el trepidante viaje por más de cuatro décadas de música de altísimos vuelos. Sonaron, por resumirlo mucho, todas las canciones que uno espera escuchar en un concierto de Sabina. No podía faltar, por ejemplo, Calle Melancolía, uno de sus primeros éxitos, en una delicada versión adornada y dulcificada por la flauta de Josemi Sagaste. Le siguió la icónica 19 días y 500 noches, aquella rumba que escribió pensando en cedérsela a algún grupo tipo Siempre así o Camela, pero que al final decidió guardarse para él. También rebuscó en lo más hondo del baúl de los recuerdos, donde halló algunos temas de cuando el mito de Sabina comenzaba a hacerse gigantesco, en torno a 1990: Quién me ha robado el mes de abril y Más de cien mentiras.

Llegó entonces una especie de intermedio formado por dos canciones, en las que Joaquín se retiró del escenario: Y si amanece por fin, cantada por Mara Barros, y Pacto entre caballeros, en voz de Jaime Asúa. Dos buenas interpretaciones (especialmente la primera) de dos grandes canciones (especialmente la segunda). Fue el momento más prescindible de la velada. Y es que puede que Sabina ya no se vea en según qué tesituras, pero escuchar ciertas canciones en boca de otros cantantes no deja de tener cierto aire verbenero.

Regresó el flaco al grito de “mucha mucha policía” y su sola presencia bastó para que gran parte del público se levantara de sus butacas. Volvieron a sentarse para disfrutar de la elegante Donde habita el olvido, escrita a partir de un verso de Neruda. Después, dos de sus cimas compositivas: Peces de ciudad y Una canción para la Magdalena. Se acercaba la recta final y había que pisar el acelerador, cosa que hizo con Por el bulevar de los sueños rotos, Y sin embargo (con tremenda intro coplera de Mara Barros), o la ineludible Y nos dieron las diez. Los bises los abrió Antonio García de Diego con La canción más hermosa del mundo, que hubiese sonado más hermosa todavía en la maltratada garganta de su autor; este apareció en su último verso, con chistera y chaqué morado. Confesó que había bebido y vivido mucho en la autobiográfica Tan joven y tan viejo. Y disparó sus dos últimos y certeros cartuchos: Contigo y Princesa. El Navarra Arena aplaudía puesto en pie. Joaquín Sabina saludaba, visiblemente emocionado. Parecía que estaba diciendo adiós a su público, pero eso es imposible: las leyendas son eternas.