"El teatro rompe el silencio de la fosa común"
Para el dramaturgo jienense, que hasta el viernes impartirá un taller de escritura en Olite, el teatro es “un fenómeno ético” y “una buena escuela de vida para comprender la fragilidad de lo que somos”
Deseo, guerra, deserción, poder, violencia, patria… El público que asistió el pasado domingo, 20 de julio, a la representación de En mitad de tanto fuegoen La Cava de Olite transitó por estos conceptos y más de la mano de Patroclo, compañero de armas y amante de Aquiles, que guió un viaje escrito por Alberto Conejero (Vilches, 1976), en el que las voces de ayer y de hoy se entreveran, componiendo un monólogo que se convierte en luz roja de alerta sobre la oscuridad que acecha cuando olvidamos el dolor de otras guerras, de otras violencias.
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“El monstruo más terrible es el héroe de guerra”, dice el personaje, que también grita, avergonzado, “¿cómo nos recordarán si no hacemos nada?” Patroclo sigue ardiendo en Troya, pero también en Gaza, en Ucrania, en Sudán, en el Sahel, en España, en Estados Unidos... Ahí donde trepa el autoritarismo y se prohíbe vivir y amar libremente.
El autor, que estos días imparte el taller Hay que salvar el fuego en el marco del festival navarro, propone una reflexión a tenor de esta obra: “Sabemos todas las guerras y conflictos que el arte o la filosofía no han podido detener, pero no conocemos las que sí”.
Se encuentra impartiendo un taller de escritura en Olite, ¿cuál es el fuego que hay que salvar?
–El título del taller se refiere al propio fuego de teatro, ese invento prodigioso que desde hace milenios hombres y mujeres compartimos y que nos vamos pasando casi como un regalo de Prometeo. A esa cualidad o a esa condición que tiene la escritura para el teatro, que es una escritura viva, efímera y, al igual que el fuego, también peligrosa y misteriosa.
¿Y dónde habita ese fuego? ¿Lo tenemos cada uno dentro y quema de vez en cuanto o lo conservamos anestesiado?
–Ojalá que no lo tengamos dormido. Creo que uno de los regalos de la vida es poder reconocer la propia vocación, sea cual sea, sea; la de un oficio artístico u otro tipo de desempeño. Ante todo, la encomienda debería ser que, ante todo, hay que apurar la vida, encontrar ese juego, vivirla, porque, al final, sabemos que todos tenemos una cuenta atrás y que nos extinguimos al final como el fuego.
A veces parece que somos animales domesticados, de que no nos atrevemos a dar los pasos para sentir ese incendio.
–El teatro también se ocupa de esto, de las pelea o disputas que tenemos todos por tratar de ser lo que somos, por tratar de no caernos de ese alambre entre la obligación y el deseo, entre la norma y el impulso. Yo no digo que haya que ser un kamikaze, más bien se trata de buscar al menos los momentos y las ocasiones que, en el tiempo cotidiano, nos entregan vivencias excepcionales.
De todos modos, atreverse a ser libre y a no dejarse envolver por la masa también se suele pagar...
–Sí, pero también se paga conformarse con el margen estrecho. Yo creo que hay que depositar la fe en aquello que somos, sabiendo que, lógicamente, todos nuestros actos tienen consecuencias y que el límite a nuestra acción es el otro. Al menos habrá que intentarlo y tratar de apurar la vida como se pueda, ¿no? Hay que ser honesto con el propio impulso.
"A mí el teatro me entrega vida. El teatro añade realidad a la realidad y, además, gracias a él, los que nos dedicamos a esta escuela de imaginación moral tenemos la fortuna de poder vivir muchas vidas"
¿Y dónde se quema Alberto Conejero?
–En la escritura. Es curioso, porque el del teatro es un fuego purificador. A mí el teatro me entrega vida. El teatro añade realidad a la realidad. Ahonda en ella y, además, gracias a él, los que nos dedicamos a esta escuela de imaginación moral tenemos la fortuna de poder vivir muchas vidas. Me gusta consumirme en esa llama del teatro, de mi vocación. Desde que lo descubrí siendo adolescente, me quedé atrapado en este juego misterioso. Y, con los años, esas ganas de teatro no solo no han ido a menos, sino que han crecido.
Rubén de Eguía, protagonista de 'En mitad de tanto fuego', comentaba hace unos días que admira la capacidad que tiene de mantener varias ideas de obras en la cabeza a la vez y estudiar y leer mucho para cada una de ellas para luego plasmar su texto poco a poco. ¿Hay algún momento de autocensura en este proceso?
–Qué generoso Rubén. Yo no hablaría de autocensura, pero sí hay que tener claro que la firma del teatro siempre es colectiva, en primera persona del plural. Tú sabes que lo que estás escribiendo necesita de la complicidad y de la confianza de los programadores, de los productores, del público, de los propios intérpretes. Por eso no hablaría tanto de autocensura como de toma de conciencia ante el hecho de que la escritura necesita colaboradores y cómplices y que tiene que ser seductora. Yo suelo tardar al menos un año en escribir una obra y no sé cuántas oportunidades va a tener ese texto. Por tanto, cada vez que escribo intento ser honesto y no dejarme nada de lo que quiero contar, sabiendo que esto tiene algo de emboscada, pero a la vez de reunión, de encuentro.
Una paradoja.
–Sí. El teatro es, en ese sentido, una contradicción, ya que, por un lado, hay que querer convocar a la comunidad y que la sala se llene, y, a la vez, deseas echarle un pulso poético al público, mostrarle algo de ti mismo, que la función tenga algo de emboscada. En esa contradicción nos movemos todos, y, siguiendo con lo de la autocensura, no creo haber dejado de escribir algo que deseara escribir.
De hecho, hay una expresión en la función que vimos en Olite el domingo que podría resumir bien su actitud ante la escritura: “Reventar eufemismos”.
–Sí, en ese caso, Patroclo se refiere a que no va a hablar del estimado compañero de armas que fue Aquiles, sino del amante insaciable. Con esto, el personaje nos hace pensar en cómo nos cuentan los demás o en quién nos cuenta. Yo lo siento, pero la relación de la que habla la obra es así en la literatura, en la historia del arte... hasta que, de repente, llegamos a una época en la que Patroclo es el primo de Aquiles... Eso no tiene que ver con las fuentes, sino con un determinado sistema moral que ha proscrito esa relación. Por eso Patroclo también pregunta quién es el que nos ha puesto esa mirada en los ojos. Con En mitad de tanto fuego he cogido a un personaje secundario de La Ilíada para que diga esa verdad, porque también creo, y esta idea era de Tennessee Williams, que nadie es verdaderamente libre hasta que le puede contar a otro ser humano la verdad de sí mismo.
"Me gusta mucho acudir a la cantera inefable de la literatura, encontrarme allí con motivos y con palabras que me convocan y seducen, y, a partir de ahí, escribir mis propias obras"
También ha comentado en alguna ocasión que el teatro, pese a ser, en efecto, una llamada al encuentro público, el teatro es antes de nada una cita consigo mismo con sus miedos, sus dudas, sus preguntas... ¿A lo largo de estos años de escritura, ha encontrado alguna respuesta o le han surgido más preguntas?
–El teatro no cierra los conflictos que tenemos, sino que los hace presentes para que luego los espectadores se los lleven con ellos y extraigan sus propias razones. Y lo que sí he aprendido con el teatro todos estos años es que es un fenómeno ético; porque no se hace a solas y, en él, todos dependemos de todos. Aquí nadie se salva solo. También he aprendido a asumir que las funciones dependen de tantas cosas... Que sople más o menos viento, que haga tres grados más o menos que el día anterior... Por eso el teatro también es una buena escuela de vida porque te hace entender que somos frágiles. En ese sentido, no es una luz cegadora, sino una luz sencilla que se mueve frágil en el viento.
Es personal y colectivo.
–Sí, esto también es una contradicción, y más en mi caso, siendo alguien tímido. Porque en un momento estás en la soledad del escritorio y, al momento siguiente, estás, como estaba yo el domingo en La Cava, escuchando junto a un grupo de personas una frase que has escrito. Ojalá que el teatro nos permita, por un lado, comprendernos como ciudadanía poética y sensible, y nos contagie algo de belleza y acción, y, por otro lado, ojalá que alguna de las personas que ayer (por el domingo) vieron a Patroclo se replanteara algunas cuestiones sobre su propia verdad, sobre qué encierran palabras como gloria y honor o por qué de repente la guerra aparece hoy en día como algo ineludible. Espero que, en medio de esta escalada triste, trágica, belicista que tenemos por todos lados, alguien se fuera al menos con un par de ideas. Con eso, yo ya estaría muy bien pagado.
Hablando de preguntas y respuestas, ¿cuáles son esas premisas que les da a tus alumnos de los talleres de escritura antes, incluso, de que se pongan a escribir?
–Lo primero, que, si tienen la oportunidad, vayan a un teatro que esté vacío y se sienten en la primera fila o donde quieran, y que piensen que todo lo que van a escribir se dirige a ese espacio en un tiempo efímero; ante unos espectadores que son los que van a completar la obra. Pero, sobre todo, por qué lo que van a escribir solo puede ser teatro y no audiovisual o narrativa o poesía; que piensen en la propia especificidad de la escritura teatral. Y por qué se debería escribir algo que fuera del teatro no sobreviviera, que solo perteneciera al teatro. Diría que ese es el el punto de partida.
En su caso, ha escrito unas cuantas obras a partir de clásicos, a los que estudia profundamente a través de las mejores traducciones, pero luego se aparta para plasmar su visión de la cuestión que quiere abordar. ¿Cómo es ese proceso?
–No soy un autor que tenga la esclavitud o el arancel de la originalidad. Me gusta mucho acudir a la cantera inefable de la literatura, encontrarme allí con motivos y con palabras que me convocan y seducen, y, a partir de ahí, escribir mis propias obras. En parte, mi teatro también es un diálogo con una tradición que, en mi opinión, tenemos una obligación de transmitir. Y más en un tiempo en el que las humanidades están acosadas y acorraladas, tanto en la escuela pública como en el propio imaginario de la sociedad. Esto es un legado que la humanidad lleva salvando milenios, y carecer de él nos va a hacer más serviles y dóciles. Yo acudo mucho a ese material, me gusta dialogar con la literatura, incluso con la pintura, como estoy haciendo ahora con una obra sobre Leonora Carrington. Fui un adolescente que había sido un niño disléxico con pocas posibilidades por cuestiones de clase, y la literatura amplió esos márgenes y me dio horizonte y alegría. Ahora, trato de devolver esa deuda.
"Es tristísimo que los poderes consideren a los ciudadanos vasallos y que les quiten la posibilidad de establecer sus propias opiniones y miradas sobre el hecho artístico"
A través de ‘En mitad de tanto fuego’ nos queda claro también que no atesoramos la memoria de otros que vivieron lo mismo antes. ¿Por qué no aprendemos?
–Patroclo nos dice desde ese limbo que parece que no aprendemos nada y que en una generación olvidamos lo terrible de la guerra y volvemos a empezar la cadena del horror de huérfanos, de madres sin hijos y de amantes separados. Y yo en este sentido pienso que conocemos todas las guerras que el arte o la filosofía no han podido detener, pero no sabemos las que sí. No sabemos cuántos espíritus sensibles de repente tuvieron un gesto de compasión, o decidieron usar la palabra en lugar de la agresión; o el teatro para romper el silencio de la fosa común o el olvido de las de las víctimas; con el recordatorio de que detrás de las guerras lo que hay al final es la humanidad derrotada. En estos tiempos en los que nos llegan imágenes tan catastróficas y vergonzantes, la empatía y la propia bondad pueden ser casi un acto revolucionario.
Ha sufrido la censura directa con su obra ‘El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca’, que aquí sí pudimos ver. ¿Qué ha aprendido de la experiencia?
–He aprendido que el teatro sigue siendo importante. Tanto para el censor como para los hombres y mujeres de Briviesca, que el día que se tenía que haber hecho la función acudieron a ese espacio para leer el texto poniendo sus cuerpos. Y comprendí que el teatro sigue siendo importante, que sigue siendo urgente defender la libertad de expresión y el libre acceso de la ciudadanía a la cultura. Es tristísimo que los poderes consideren a los ciudadanos vasallos y que les quiten la posibilidad de establecer sus propias opiniones y miradas sobre el hecho artístico. Además, aprendí la necesidad de seguir luchando para que mi país sea un país del que pueda sentirme orgulloso.