Crítica de la Semana de Música Antigua de Estella-Lizarra: Bajo profundoIban Aguinaga
Una de las preocupaciones, hoy día, de los teatros de ópera de todo el mundo, (y de la mayoría de los coros), es la paulatina pérdida del timbre de bajo profundo. No digamos, ya, de los octavistas, esos bajos rusos que tanto nos impresionaron la primera vez que escuchamos (ya hace más de cuarenta años) al coro del Patriarcado de Moscú. Hay excelentes barítonos, que suelen pechar con los roles del Gran Inquisidor, del Sparafucile de Verdi, o del Sarastro mozartiano, y lo salvan, pero sin alcanzar la cavernosidad deseada. Y es que la mayoría de los bajos, son barítonos; los barítonos, son bari-tenores; los tenores siempre tiran al lucimiento del agudo; hasta que llegan los contratenores y sopranistas. Ricardo Mutti, en alguna de esas entrevistas que hace, con bastante sentido del humor, achaca esta pérdida del sonido grave a la alimentación (los yogures, dice), pero sobre todo a la educación hacia el agudo, que, tradicionalmente, se pagaba mejor. Bueno, sea como fuere, esto viene a cuento de que ha sido un privilegio escuchar una voz, con timbre de verdadero bajo, en la cercanía e intimidad del convento de Santa Clara de Estella.
Joel Frederiksen, nuestro protagonista, además de cantante, toca el laúd y compone. Su voz es acogedora para Dowland, Robert Johnson, y todo ese cancionero inglés del XVI que, a nosotros, se nos antoja un poco melancólico; y, también para los italianos Caccini, Kapsperger y Falconieri (s. XVI-XII) más luminosos y algo más adornados por vocalizaciones. Joel ha elegido muy bien su repertorio, porque a sus 66 años no asoma ni pizca de vibrato; su voz, aunque no es muy grande, se desliza homogénea, fluida, redondeada siempre por la cadencia grave en las últimas notas de frase, por su elegancia y esa cierta humildad de trovador que hace que el público le quiera.
Pero Frederiksen, no sólo interpreta a estos compositores antiguos, sino que se apropia de ellos, de su esencia, y compone sus canciones en esa órbita de pacífica narración de los aconteceres humanos: amor, muerte…, o recrea esa atmósfera con compositores de nuestra época (Nick Drake y su Pink Moon, por ejemplo). El resultado es una velada agradable, algo monocolor, pero bien aceptada por la hermosura de su timbre, y que nos descubrió, además, a dos grandes intérpretes de laúd y tiorba (Sam Chapman), y de viola de gamba (Domen Maricic), a mi juicio un poco desaprovechados, porque, aunque la voz llena la sala, el acompañamiento de sus dos compañeros, (los tres forman el “Ensemble Phoenix Munich”), tuvo momentos algo deshilvanados.
Como nos dijo la directora de la Semana, Raquel Andueza, este cabalgamiento de siglos (XVI-XXI) ha tomado protagonismo en el certamen de este año. El comienzo de la velada es una versión muy libre de la antífona gregoriana del “Requiem”, que imprime cierta serenidad al dramatismo del texto. Sin solución de continuidad, sigue “Pink Moon”, y Frederiksen, con su tempo, su cadencia, siempre apoyada en el grave, nos recuerda (estamos ya en el siglo XX) a Leonard Cohen. El bajo norteamericano se luce no sólo en las melodías, sino también, y especialmente, en los recitativos, donde incide en el texto; por ejemplo, en el” Orpheus” de Johnson (1563-1626), que luego deviene en una canción propia, subraya y potencia la palabra muerte con un grave que desciende hasta profundidades abisales.
Magníficas intervenciones solistas (aunque cortas) del violagambista Marincic y del laudista Chapman en Dowland, de W. Byrd, T. Campion y el propio Frederiksen. Nos quedamos con las ganas de escucharles más.
Semana de Música Antigua de Estella-Lizarra
Ensemble Phoeix Munich: Joel Frederiksen, bajo, laúd y dirección. Domen Marincic, viola de gamba. Sam Chapman, laúd y tiorba. Obras de Dowland, Bird, Campion, Caccini, Kapsperger, Falconieri (todos entre siglos XVI-XVII), y Drake, Johnson y el propio Frederiksen (nuestra época). Iglesia de Santa Clara. 7 de septiembre de 2025. Lleno (14 euros).