Pepón Nieto: “El ser humano se tiene que equivocar solo, no sirve que lo haga en cabeza ajena”
El actor malagueño realizará este sábado, 6 de diciembre, en el Teatro Gayarre su última función de ‘Los hermanos’, una comedia de Terencio que propone una reflexión sobre la educación85 a.C. que en esta obra introduce una reflexión sobre la educación.
Precedida del éxito cosechado con motivo de su estreno en el Festival de Mérida 2025, llega a Pamplona esta comedia de enredo con un debate sobre qué tipo de educación es mejor, una severa y rígida u otra más liberal y abierta. Ambos modelos están encarnados por los personajes de Demesa y Micciona, dos hermanas de temperamento muy diferente que educan a sus hijos a su manera. Mientras una es muy estricta y vive preocupada por sus dos hijos, Esquino y Ctesifonte, la otra es una mujer mucho más jovial y permisiva.
Relacionadas
La del Gayarre será la última función de Pepón Nieto en el papel de Siro/ Presentador, ya que debe embarcarse en los ensayos de su nuevo montaje escénico, La pasión infinita, de José Troncoso, que produce y protagoniza y cuyo estreno en Madrid está previsto para el mes de febrero. Junto a él, Eva Isanta, Cristina Medina, Belén Ponce de León, Josu Eguskiza, Jasio Velasco y Mané Solano.
Regresa al Teatro Gayarre, un espacio que conoce bien como casi todos los del Estado, ya que su vida es una gira. ¿Cómo lo lleva?
–Pues muy bien, contento, es mi forma de vida, mi trabajo; es donde me divierto y es así es como quiero estar.
Seguro que tiene una ruta de sitios preferidos en las distintas ciudades que acostumbra a visitar.
–Sí, y Pamplona es una ciudad maravillosa para comer, beber y divertirse. Me gusta mucho volver.
¿Qué le aporta este contacto constante con públicos de todos los lugares del Estado, de norte a sur y de este a oeste?
–Siempre hago teatro, ya sea como contratado o como productor, porque me encanta. Y los programadores ya me conocen, he hecho funciones que les han gustado, quieren repetir conmigo y yo, tan contento. En cuanto al público, cada vez es diferente y puede marcar mucho cómo discurre una función. Hay públicos muy festivos que desde el primer momento te ríen y aplauden todo, porque van al teatro con muchas ganas de pasárselo muy bien, y otros que son más tranquilos, más de escuchar. Y también depende del momento en el que vayas a una ciudad. Yo he estado en el Gayarre en enero y febrero y el público ha estado muy atento, aplaudiendo y poniéndose de pie al final; pero, claro, también he ido en San Fermín y eso ya es otra historia... Lo único que está claro es que el teatro es único y especial porque es irrepetible. Nunca vuelve a darse de la misma manera.
Pese a los tiempos de prisa y tecnología, todavía hay una buena parte de la población que elige ir a un teatro a compartir con personas desconocidas un ritual muy antiguo que se renueva cada vez.
–Y eso es muy, muy bonito. Cada persona recibe la historia de una manera diferente, según le toca, y hay personajes con los que empatiza más o menos. Al final, el teatro tiene que ser un espejo que ponemos delante del público para que se vea reflejado como individuo y como sociedad. Uno nunca debe salir del teatro de la misma manera en la que entró; siempre tiene que haber algún cambio.
¿Es de los que capta la respiración, la energía del público, para saber cómo está yendo la función?
–Sí, pero no solo yo, nos pasa a todos los compañeros. Hay momentos en los que nos miramos y decimos ‘parece que han quedado en el vestíbulo y han acordado que hoy no se ríen’, cuando igual es que, simplemente, están más atentos. Pero sí, claro, cualquier persona que se sube a un escenario nota cómo se encuentran los espectadores a los que se dirige.
‘Los hermanos’ se produjo para el Festival de Teatro Clásico de Mérida de este año, ¿cómo le está yendo a la comedia en espacios más pequeños y cerrados?
–Aparte de Mérida, hicimos otro par de festivales de verano y enseguida pasamos a teatros cerrados. Es lo habitual, yo he estrenado cinco veces en Mérida y siempre hay que hacer una adaptación porque en ese teatro todo es diferente. Y ya no solo por esa cosa festiva y mágica de actuar en un espacio de la época romana, al aire libre y ante 3.500 personas, sino también porque técnicamente es muy distinto. Allí la iluminación es de otra manera y entras y sales desde otros sitios, pero, en lo esencial, la función no cambia.
Creo que en Pamplona se despide de ‘Los hermanos’.
–Sí, la gira continuará, pero la de Pamplona será la última función de Los hermanos para mí. Me da pena porque voy a echar mucho de menos a mis compañeros. Tenemos muy buen rollo y la función es muy divertida y disfrutona para los actores, pero tengo que dejarla porque me embarco en otro proyecto teatral que estrenamos en febrero y que esta vez sí produzco. Se titula La pasión infinita, escribe y dirige José Troncoso y somos cuatro actores en escena. Es una pieza maravillosa que tengo muchas ganas que vea el público. Compaginar una serie o una película con una obra de teatro es factible, pero dos obras de teatro, no.
De los clásicos, en este caso de Roma, se han representado bastante más y han dejado una huella más acusada las tragedias que las comedias.¿Por qué?
–Básicamente, porque están mejor escritas. Hay pocas comedias grecolatinas y la mayoría están inacabadas. Siempre he ido al Festival de Mérida con este tipo de textos o con historias que suceden en esa época, más que nada porque es una condición indispensable para que te programen, y siempre lo he hecho con comedia porque así me lo pedía el director, pero me he tenido que romper la cabeza para conseguirlo. Siempre hay que arreglarlas, darles la vuelta, porque ellos utilizaban estos textos como pretextos para bailar, hacer una chanza o meterse los unos con los otros, era todo muy naïf. Sin embargo, los dramas y las tragedias grecolatinas nos dibujan mucho como individuos y como sociedad; incluso tienen términos y personajes que se usan en psicología hoy mismo. Por ejemplo, tú puedes montar Antígona ahora sin tocarle ni una coma y funciona.
Casualmente, también llevó a Mérida ‘El eunuco’, otra obra de Terencio, un dramaturgo especial, ya que fue un esclavo liberado.
–Sí, es un autor que me gusta mucho porque es el primero que mete el discurso político en la comedia. En esta función, habla de la buena y la mala educación. Y su texto hace preguntas, pero no las responde, eso ya le corresponde al espectador. Terencio hace muy buenas preguntas y se preocupa de exponer los modelos de conducta, de educación y de sociedad.
Muy actual.
–Eso es. Terencio es un autor muy culto y lo que escribe no es ninguna tontería; siempre hay un discurso detrás, una pregunta incómoda, y eso me gusta. Sobre todo si tiene que ver con un tema fundamental como es la educación, que debería ser el pilar de cualquier sociedad, pero sobre el que no solemos ponernos de acuerdo nunca. Estamos muy polarizados, en este caso las madres de los personajes lo están. Una es muy estricta y otra más permisiva, y yo creo que el ser humano se tiene que equivocar solo; no sirve hacerlo en cabeza ajena. No vale que nuestras madres nos digan ‘no hagas esto porque te va pasar tal o cual’, tenemos que experimentarlo.
Hablando de educación, seguramente hemos hecho algo mal cuando resulta que hay una cantidad no despreciable de gente joven que se sube al carro de la ultraderecha.
–Sí, no puedo entender que haya gente tan joven diciendo que con Franco se vivía mejor. Hemos fracasado, algo hemos hecho mal. No puede ser que los chavales salgan del instituto sabiéndose la lista de los reyes godos y sin tener ni idea de lo que ha pasado aquí en los últimos 50 años. Nos tenemos que hacer muchas preguntas y cambiar muchas cosas.
En cualquier caso, hoy llega al Gayarre ‘Los hermanos’, una comedia con sustancia.
–Y dirigida por Chiqui Carabante, que es de Málaga, como yo, y aunque nos conocemos desde 1992, no habíamos trabajado juntos nunca. A mí me apetecía mucho porque tiene una visión muy lúdica, festiva y un punto de vista como muy canalla del teatro que está en esta función. No se anda con tonterías y va al meollo del mensaje. Me ha encantado trabajar con él, repetiría todas las veces que él quisiera.