Siempre ha habido gente sin ningún temor a negar lo evidente. Es como si apostaran a doble o nada. Hace unos años, tras los atentados del 11-M en Madrid, hubo unos cuantos que apostaron, en contra de las cientos de pruebas incriminatorias, que la autoría había sido obra de ETA. Y así siguieron durante muchos años y siguen todavía algunos recalcitrantes, por más demostrados los hechos y por muy enjuiciado que quedara el tema. Hoy también siguen proliferando los que niegan a pies juntillas que el calentamiento global nos esté afectando. Y lo hacen con todo tipo de argumentos entre los que destacan las heladas de la semana pasada en Norteamérica. Da igual que los mapas detecten subida de temperaturas constante en los polos y desprendimientos de grandes bloques de hielo que luego se deshacen en los océanos cada vez algo más calientes. Bloques de hielo tan importantes que a menudo se llevan grupos de animales como ha ocurrido en Novaya Zemlya, una población rusa debajo del Ártico que ha recibido la visita inesperada de más de 50 osos polares y cuyos habitantes se encuentran recluidos en sus casas a la espera de que las autoridades les saquen los plantígrados de sus jardines. Ante noticias como estas siempre hay quien dice que los osos volverán a sus antiguos asentamientos apenas vuelvan las heladas. También aquí se ha dicho que en las últimas elecciones andaluzas algunos votantes de izquierdas votaron a la derechas solo por llevar la contraria. El pasado domingo en Madrid la manifestación en la plaza de Colón atrajo a unos miles de patriotas y, por lo visto en las imágenes de televisión, tocados muchos de ellos de banderas españolas de lo que consideran una patria única e indivisible. Está claro que estos tampoco reconocen el cambio climático que puede fragmentarlo todo. Prefieren salir a la calle a gritar que no pasa nada; que todavía hace mucho frío y el invierno de los de antes está a punto de regresar. ¡Qué asco de tiempo!