En tres meses ya estaremos en las vísperas de Eurovisión. Mientras, el nivel de las noticias que genera este concurso -o lo que quiera que sea esta reunión musical de las televisiones europeas y otras íntimos- es alucinante. El otro día, el primer ministro Italiano Salvini echaba pestes porque el elegido para representar a la RAI era negro. Y así lo hizo notar sin que los italianos e italianas le hayan pedido: “Váyase señor Salvini, lárguese” que es lo que ayer repitió Casado a Sánchez convirtiendo el Congreso en el eterno día de la marmota. Pero no, hasta lo que sé, nadie le ha pedido que se vaya a Salvini y su mandato puede durar bastante más que el que se le augura desde ayer a Pedro Sánchez. Un presidente breve pero que, al menos, no ha metido zambra en decir que la canción de RTVE de Miki para Eurovisión es lo más parecido al Georgie Dann de El negro no puede. Una canción que (se veía venir) acabará siendo a los ojos de la historia además de un himno, un jodido precedente del fascismo que ya se está instalando por el Mediterráneo. Pero que Eurovisión se celebre este año en Tel Aviv va en serio y hasta han llegado a un pacto para que la canción que ganó el año pasado, Toy, ya no se considere un plagio. No es que no lo sea, sino que el festival lo único que pide es que las canciones, buenas o malas, al menos sean originales. Ahora para arreglar el entuerto a toro pasado, los presuntos compositores han aceptado que también figure como autor el músico estadounidense Jack White, que al parecer fue quien verdaderamente escribió esta canción hace 15 años. Un mal menor porque si la canción ganadora no debía haberse presentado, lo lógico es que el festival pasara a celebrarse en el país de la televisión que quedó en segundo lugar. Y tampoco quedó claro si fue Chipre o Austria por la influencia a última hora de un aparato tan poco patriótico como el televoto, algo que los Salvinis que nos rodean predicen que hasta los inmigrantes acabarán usándolo.