Si hacemos caso a los datos que publicó la semana pasada El Observatorio de las Series, podemos confirmar que el trasvase de cientos de miles de espectadores a las nuevas plataformas están cambiando también muchos de los hábitos: la manera de relacionarnos con la cultura, el consumo del ocio e incluso influye en un descenso de las prácticas sexuales. Para empezar, este cambio se debe a que un buen número de espectadores ya es consciente de que lee mucho menos desde que se ha instalado alguna plataforma en su casa o el espectador se ha instalado en la plataforma, que no se sabe cuál es el orden. Ya tienen asumido que han cambiado los libros por el mando a distancia pero también su visita semanal a los cines -el cine se alterna en casa con las series al tener a su alcance un inmenso catálogo-. Eso no quiere decir que veamos más televisión. No. Solo que ya no dedicamos tanto tiempo a pasarlo delante de ella. Nuestro consumo directo se traduce en ver maratones de series de una tirada y hacer sesión continua de varías películas. Las plataformas han venido para quedarse y, de paso, influyen en nuestra manera de vivir las cosas. Si nos enganchamos a una serie ese tiempo que se lo quitaremos a la televisión convencional de los anuncios y donde Belén Esteban y compañía arrasan cada día sin excepción. También navegaremos mucho menos por esos caminos impredecibles por los que nos llevan en internet y hasta nos despreocuparemos también de oír música. Y claro, si echamos una tarde entera enganchados a una serie, eso no será compatible con hacer deporte; si apuramos la tarde y entramos en la madrugada, pertenecer a una plataforma también nos quitará horas de sueño porque nos vamos muy tarde a la cama. Y aquí también hay consecuencias: esta nueva afición a devorar series a todas horas influye en que un pequeño porcentaje de espectadores deje de lado sus relaciones sexuales. ¿A que va a estar ahí una de las claves de la baja natalidad?