Pamplona - Interpretar es expresar, es conectar y buscar la mirada. Entre manos tiene varios proyectos en marcha y también en perspectiva, aunque no habla de lo que aún no ha firmado. Si en Telecinco está metida de lleno en la comedia, no ocurre lo mismo en teatro donde su vida es puro drama. Es la protagonista de Jauría, una obra dura que representa de forma literal el juicio de La Manada. Se siente orgullosa de este trabajo porque cree que es necesario contar la realidad y sentencia: "Me siento más útil de lo que me he podido sentir nunca realizando mi trabajo" o "No habla solo de una violación, habla de una enfermedad, de un mal endémico".

Un personaje muy peculiar el de Amaya, ¿no? Muy característico al principio, pero luego deja un poco los tópicos. -A lo largo de la serie se ha salido de lo que podía parecer un poco cliché.

¿Cómo se vive en un pueblo tan básico como en el que se ha rodado la serie?

-Agobiada. Me gusta mucho la naturaleza y me echaba a la montaña para aliviarme de la inmersión tan intensiva que teníamos en lo que es el pueblo.

Supongo que necesitaba cambiar el chip.

-Algo así. Me llevo fenomenal con todo el equipo. Para estar bien y no petarme, necesito estar un rato con mi gente. Al menos para mí, ha sido todo un poco durillo.

A veces aislarse es una cura en salud del estrés de la ciudad, aunque veo que es usted una urbanita convencida. -No digo que no sea bueno relajarte del ritmo de la ciudad, pero tanto no. Yo necesito una conexión con los míos.

¿Urbanita?

-A mí me gusta mucho salir a la naturaleza, pero lo que no me gusta es sentirme encerrada, aunque sea en la ciudad. En un pueblo como en el que hemos estado grabando, las opciones no son tantas y te sientes un tanto asfixiada. Me encanta el campo, pero si no puedo salir porque estoy trabajando de manera intensiva, es cuando me agobio y no me gusta tanto.

¿Pensó en algún momento que si hubiera sabido de antemano cómo era, no hubiera ido?

-No. Iría igualmente, es un trabajo y me siento super orgullosa de él. Los hermanos Caballero han apostado por completo por mí y les voy a estar agradecida siempre. Hubiera ido. Me habría organizado de diferente manera para no sentirme aislada. A lo mejor me habría venido con mi coche o hubiera pedido a alguna amiga que me acompañara. Tras La que se avecina y El pueblo, ¿qué se trae entre manos?

-En teatro sigo con mi monólogo, Iphigenia en Vallecas y con la función de Jauría. Estreno en septiembre una obra nueva con Miguel del Arco: Personas, lugares y cosas. Estoy grabando la primera película de Secun de la Rosa, la estamos haciendo en Benidorm. Tengo también un par de proyectos confirmados al noventa y tantos por ciento, pero hasta que no tengo todo firmado, no hablo de nada.

Es usted prudente.

-Totalmente, en esta profesión no se pueden echar las campanas al vuelo casi nunca. Le vemos en un papel de comedia en El pueblo, pero en Jauría cambia totalmente y se traslada a un drama real, duro y difícil, ¿no?

¿Cómo se siente en una obra de este tipo?

-Es una historia que nos impactó y nos sigue impactando. Jauría es la transcripción literal del juicio de La Manada. La sensación que sientes cuando interpretas este papel es demoledora. Emocionalmente como actriz ha sido un papel muy intenso. Por otro lado, me siento más útil de lo que me he podido sentir nunca realizando mi trabajo. Es muy necesario contar esta historia, no habla solo de una violación, habla de una enfermedad, de un mal endémico que está entre nosotros.

¿Una cuestión de educación?

-Exacto. Esa enfermedad está en cómo se nos ha educado a los hombres y a las mujeres; se nos ha educado en desigualdad y cómo los hombres, históricamente vienen abusando de nosotras como si fuéramos una especie inferior. No todos los hombres.

-Es cierto, no todos los hombres. Pero hay hechos muy graves que tienen que ser contados en todos los medios posibles. Me siento muy orgullosa de Jauría y me siento orgullosa de haber sido elegida para contarlo.

¿Le asustó la realidad del personaje que iba a interpretar cuando le propusieron Jauría?-

Al principio no me asustó. Era trabajar con Miguel del Arco y estaba fascinada, quería trabajar con él. Luego, lógicamente, cuando te vas dando cuenta dónde te has metido y ves la profundidad de la historia y la intensidad de las emociones que tienes que ir recorriendo,

¿Dónde radicaban sus miedos?

-En cómo te iba a afectar cada vez que terminara una función, en cómo puedes cortar con esa intensidad del personaje que estaba interpretando. Era un personaje real, una historia que había sido muy vivida por todos nosotros Pero luego, viendo la reacción del público, viendo que es necesario contar en teatro una historia tan dura, viendo todo lo que he aprendido, me he dado cuenta que compensa el dolor que supone hacer Jauría.

¿Es la obra más dramática que ha hecho?-

No. Es un drama muy duro, es un hecho que ha ocurrido y que supone tanto esfuerzo que duele, pero todas mis obras de teatro por lo general son muy dramáticas. Iphigenia en Vallecas es muy, muy, dramática, con ella me llevé el año pasado el premio MAX de teatro. Otra obra muy dura fue Confesiones a Alá, es la vida una marroquí muy jovencita y cuenta cómo es violada por una multitud de hombres. En teatro, suelo hacer cosas bastante heavies.