El cordial exmiembro de Caléxico y de La vaca azul arribó a Gasteiz el viernes 25; a Bilbo el 27; a Iruñea el próximo 17 de enero y a Donostia el 1 de febrero. No repite set-list: “Si tocara toda la gira el mismo repertorio moriría de tristeza”, testimonia.
¿Un lugar perfecto es un disco perfecto?
-No es un disco ni es un lugar, es un sitio emocional al que intento llegar. Va de actitud y de la cantidad de esfuerzo que le pongas a las cosas, para disfrutar de los pequeños objetivos que consigas.
¿Qué le diría al Jairo del primer disco?
-Que no se va a creer lo que le va a pasar…
Su apellido Zavala es de origen vasco. ¿Ha indagado en ello?
-Sé que Zavala significa ancho en euskera y que realmente se escribe con b. Mi cuerpo está lleno de mestizaje. Mi mamá vivió 15 años en África central, mi papá es peruano con apellido vasco. Soy un reflejo de lo que es nuestra sociedad hoy.
Dice que le cuesta componer. ¿Qué astros se le tienen que alinear para parir una canción?
-Que te toque la canción en su contenido. Si no me emociona a mí, difícilmente voy a poder defenderlo luego. Y contar esa historia que hay escondida en su letra.
Es un trabajo muy de pies descalzos sobre sustrato de folclore mundial, orgánico a diferencia de su álbum previo.
-Sí, hay más desnudez, pero hay mucho trabajo de síntesis, que a veces, pensamos que una cosa sencilla es más fácil. No, al revés. Ha sido muy complicado, pero he tenido la ayuda de un productor, Gustavo Guerrero, venezolano afincado en México con un talento descomunal y que me ha sacado hasta la última gota.
¿Por qué utiliza el concepto “música latina” o “latinoamericana” cuando nunca existió lo latino en América, si acaso por la religión colonialista? Valdría con americano o hispanoamericano.
-Sí, en ocasiones los adjetivos o nomenclaturas son erróneos, pero se necesitan para situarte en un primer momento. Luego a quien le interesa, profundiza. Claro, latinos viene del latín. Y con América hay un problema porque se piensa en Estados Unidos, aunque va de Alaska a Tierra de fuego con infinidad de pueblos, culturas o idiomas que interesan.
Y en ellos se pierde…
-Soy muy curioso. Y como la música es tan tacaña, hay que trabajar mucho.
Es un disco corto y con menos colaboraciones. Es bonita la del músico de Madagascar y su proyecto en el segundo país más pobre del mundo.
Sí, de repente me veo allí y descubriendo que tienen influencias polinesias en esa isla africana, por el océano Índico. Y con un bambú y unos alambres hacen el instrumento nacional, la valiha. Y tú aquí pensando que necesitas cosas para ser, y no. Ser es fluir y para ser no hacen falta cosas. Kilema tiene un discurso conciliador en el que caben muchas voces. Quizás es una de las cosas más bonitas que me traigo de allí, esa colaboración. Otro regalo que me da la música.
¿Recuerda una anécdota sobre la comida de una familia en Madagascar?
-Claro. Llegamos a una aldea. Me llevan a conocer a una mujer y a sus hijos. Su casa es de seis metros cuadrados. El hijo mayor estaba haciendo una comida para todos con lo que había recolectado ese día que era un plato de saltamontes. Era para una mujer y sus nueve niños. Por supuesto, el marido no estaba. No puedes mirarlo con los ojos occidentales, pero te das cuenta de las cosas a las que nos aferramos aquí y necesitamos, y en otros lugares, con dignidad, la gente sigue adelante de una forma asombrosa y en circunstancias inmensamente duras para nosotros.
Por primera vez se ha dejado autoproducir. ¿Cómo se ha sentido?
-Hay que hacer un trabajo de agarrar tu ego y atarlo fuerte, es difícil porque yo tengo un ego enorme y me costó (risas). Pero ya que empecé a trabajar con un productor, me entregué en cuerpo alma. Si no, ¿para qué voy a disfrutar de esa experiencia? Y entonces, como bien has dicho, uno descubre que hay muchos cajones que uno puede abrir y otras miradas. A mí me ha servido. Y no solo en lo musical, también me apretó en la lírica y en la métrica o en encontrar imágenes poéticas. Que te den palmaditas en la espalda y te digan que lo estás haciendo muy bien no sirve para nada. Eso es quedarte en tu zona de confort. Si te aprieta es que le importas.
¿Ha vivido eso mismo en otro momento de su vida?
-Sí, yo vengo de estudiar en la escuela pública y cuando un profesor era muy incómodo era que te estaba enseñando. Como tú bien sabes, la educación es el tesoro más importante que tenemos. Es la pata de la dignidad de nuestra sociedad.
Escuela pública, dice. ¿Algún mensaje al respecto?
-Que yo soy fruto de ella y estoy muy orgulloso de haber tomado parte y sé que está llena de profesorado magnífico, que necesitan muchos más recursos y que, aunque todo tiene margen de mejora, nuestro sistema de educación y sanidad debiera ser transversal por el tesoro que es. Invito a la gente a que reflexione si se rompe una pierna en Estados Unidos.
Ha hecho canción un lema positivo: “Ojalá el amor nos salve”, y quiero preguntarle, no de qué, sino de quién nos salve.
-Una canción de mi disco anterior decía que todos exigimos un cambio, pero nadie quiere cambiar. De nosotros mismos lo primero. Para lograr ese asidero en el amor necesitamos un cambio personal: una mirada más generosa en nuestro entorno cercano, no estoy hablando de asaltar los cielos. Soy firme creyente de esos movimientos pequeños que pueden ser muy poderosos si los hacemos todos, claro.
Y, ¿de la actitud de qué personas?
-De la gente con discursos excluyentes, de los que enarbolan discursos de odio, o de nosotros mismos cuando somos demasiado machistas o agresivos. Ninguno somos inocentes.
Esa canción tiene un vídeo amistoso y tramposo para quien lo ve…
-Bob Dylan nos enseñó eso. Hay que mentir más que hablar. Inventarse un relato es muy importante porque una cosa es lo que pasa y otra lo que se narra y ahí crece. Tenía amigos músicos que están en Madrid y les dije que vinieran sin saber para qué. Lo grabamos en un plano secuencia.
Sus discos se venden en más de 30 países. ¿Estarían en la estantería de músicas del mundo, además de la de pop?
-Como decía un amigo: A mí lo que me interesa es estar en la estantería de alguien. Es muy importante que la gente se entere. Ya en serio, no tengo nada en contra de las etiquetas. Ya tengo una edad y sé bien lo que no hago.
Formó parte de La vaca azul con quien firmaban una curiosa versión de Ojalá de Silvio. Participó también en Caléxico, con quienes mantiene vínculos.
-Ya no estoy en Caléxico porque no me da la vida, pero en el último disco sí he grabado algo. Han sido 12 años felices y seguiré mientras quieran.
Tocaron en Donostia.
-Sí. En el María Eugenia. Muy bonito. Aman Euskadi. Alguien les regaló una cesta de frontón y se la llevaron en el avión encantados.
Otro proyecto actual, del que hablan maravillas, es Micro Mambo.
-Es un desahogo que tenemos Martín Bruhn, Héctor Rojo y yo en la recámara. Son dos maestros. Hacemos el gamberro.
Es actualidad el film La estrella azul, que ha apoyado estos días en Argentina. Sin spoilers, ¿qué tiene el final de esa película que lo catalogan como el mejor del año?
-Una muestra del poder del amor en los momentos más duros y resuelto de una forma magistral de la que no se habla. No sé si he visto un film hecho aquí con esa factura técnica. Allí, hemos grabado el vídeo de La Gloria, que será el próximo single y saldrá antes de navidades.
¿En su canción Coreografía hubiera ido muy bien la voz del tristemente desaparecido Pau Donés, de Jarabe de Palo?
-Me hubiera encantado, un sueño. Pau bebía de muchas fuentes que yo me he acercado.
¿Estos días se informa sobre el día del Alzheimer y la desnuda Niebla quizás trata sobre ello?
-Sí. De perder nuestra memoria, a uno le toca y lo vive como desaparición de nuestros recuerdos, nuestra realidad. Quizás lo más duro es afrontar ese hecho.
Viene a Bilbo, Donostia, Gasteiz, Iruñea. ¿Cómo somos el público vasco si es diferente en algo? Recordamos que estuvo también en una ocasión en Plateruena de Durango.
-He tocado muchas veces en Euskadi. Se habla de su tierra y gastronomía, pero yo me quedo con las personas que la habitan. Siempre se me ha recibido de una forma muy honesta, cariñosa. No es un tópico. Es una realidad. Creo, voy a ponerme dramático, que es porque salgo al escenario a morir. Puedo tener un día mejor o peor, pero salgo de verdad siempre al escenario.
“Salgo al escenarioa morir”
¿Cómo serán esos conciertos?
-Yo estoy feliz integrando las nuevas canciones en el repertorio, con un trabajo escenográfico nuevo, muy sencillo porque no quiero que nada tape a la tocata de estos músicos increíbles. Cambio los repertorios con una banda que me sigue hasta el infierno y eso es un privilegio. Me odian por ello (Risas).
¿Es leyenda urbana que lo cambia durante el propio bolo?
-Siempre he hecho el repertorio del día cinco minutos antes de salir. Me sorprendió que la gente no lo hiciera. Yo me moriría haciendo siempre el mismo set-list. Moriría de tristeza.
Suele amplificar mensajes positivos, mundanos, y también habla de sanar heridas en este disco.
-El que no anda no se tropieza y el que no tropieza no se ha caído. Y yo creo que todos nos hemos caído y lo importante es levantarse. El derecho al error. Me ha pasado cientos de veces y me sigue pasando. Cuando creo tener todo controlado me viene un gancho por la izquierda que no había visto. ¡Soy un creyente de las levantadas!
En otro tema, dice que le pierde la delicadeza cuando se convierte en canción.
-La habilidad es peligrosa porque nos puede aferrar a nuestra zona de confort. Y de asumir que la responsabilidad no es una obligación, sino un derecho que te tienes que ganar. Puedes caer en la ñoñería.
¿Con qué músicos vascos tiene conexión?
-Uno de mis grandes amigos es Kaki Arkarazo y he grabado bastantes discos en su estudio. No se me ocurre otro vasco más admirado y respetado por mí.
Me piden que, como concluye sus conciertos, insista en preguntarle si el amor nos salvará…
-Yo quiero pensar que sí y en ello estamos trabajando. Y con el acto más importante que puedo hacer, con la música, para mí es un acto de paz y de hermanamiento. Suena naíf, pero en estos tiempos tan crudos creo que hay que reforzar lo tan cotidiano como importante.