Sin hacer demasiado ruido, favorecido por el boca a boca, los estudios ETEN Espazio Sonoro de Bilbao se han convertido en una de las guaridas favoritas de un listado de grupos que están sacudiendo la escena independiente vasca: Tatxers, Sal del Coche, Txopet, Sei Sega…

Al frente está el músico y productor Urtzi Iza Sánchez (37 años), capaz de sacar chispa a los artistas asumiendo una línea poco intervencionista, apelando a la libertad de los creadores y con una notable capacidad de comunicación: “A veces, una conversación a tiempo te ahorra tres horas de bloqueo”, asegura Urtzi. 

Urtzi Iza Sánchez está al frente de los estudios ETEN Espazio Sonoro de Bilbao Oskar González

¿Es cierto que descubrió el mundillo de la producción por un regalo de una revista? 

-El juego (Top of the Pops) venía con la revista de pseudodivulgación CNR. Lo metí en el ordenador y vi que funcionaba. Era un poco cutrecillo, pero tenía un secuenciador con samplers y podías grabar los sonidos usando un micrófono de videollamada. Con los años me he dado cuenta de que igual tuvo más importancia de la que pensé en su momento, porque hasta hace poco no me había planteado demasiado por qué me dedico a lo que me dedico. Normalmente, las cosas las haces y listo. 

¿Cuántos cedés llegó a comprar en la tienda Long Play de Bilbao?  

-(Risas). No te sabría decir cuántos exactamente, pero no eran gran cosa, porque no estaba la situación como para tirar cohetes. Sería más o menos uno al mes. Recuerdo que mi ama me compró un CD de grandes éxitos de U2 que venía con una camiseta, y a partir de ahí empecé a escuchar música de una forma más activa. Por aquel entonces yo estaba en primero de la ESO. También recuerdo haber visto por la tele el Tubular Bells III de Mike Oldfield, pero en mi caso, el gran revulsivo fue el ordenador. En casa teníamos Internet desde el año 2000, y eso me abrió bastantes puertas: no tengo hermanos mayores y mi familia no era especialmente musiquera. A la gente de mi generación nos influyó mucho un videojuego superbásico, el Tony Hawk 2, cuya banda sonora incluía grupos con inclinaciones políticas como Rage Against The Machine y Bad Religion, que en el fondo hablaban de cosas parecidas a las que vivíamos en nuestro entorno.

¿Qué queda de su amor por Rage Against The Machine y Bad Religion? 

-A Bad Religion dejé de escucharlos con el tiempo; la verdad es que el hardcore punk nunca me atrajo del todo. En cambio, a Rage Against the Machine siempre termino volviendo, de una manera u otra. He sido muy friki con ellos. Sacaron cuatro discos muy espaciados, se separaron, luego volvieron… pero sin publicar música nueva. Son el reflejo de una época. A la hora de grabar, vuelvo mucho a su sonido. Hay cosas que las replico, casi sin querer, cuando estoy en el estudio. No me lo pongo todos los días, pero para mí siempre serán un referente. Grupos como Royal Blood o aquí Niña Coyote eta Chico Tornado tienen ese punto riffero que me recuerda un poco a ellos. 

¿Qué tipo de productor es usted?

-Para mí, lo esencial es que mi presencia se note lo menos posible. Mi papel consiste en aportar lo que necesita la banda y en facilitar que cada músico desarrolle sus propias herramientas. No suelo ser partidario de recargar los temas con cuatro sintetizadores y dos guitarras solo para que se note mi mano; mi visión va, más bien, en la dirección contraria. Trato de que el sonido que ya generan se expanda de forma natural, sin interferencias ni demasiados elementos externos.

La virtud está en el medio 

Psylocibenea, la sala de referencia de Hondarribia, se encuentra a la entrada de la localidad costera, muy cerca de Irun. Tal y como la conocemos hoy, se reformó en 2008. Fue un gran salto cualitativo. El espacio está gestionado por una asociación musical local y cuenta con una partida presupuestaria anual otorgada por el ayuntamiento. Coqueto y acústicamente impecable, Psylocibenea ha servido de modelo para la sala Kluba de Tabakalera

Según Urtzi Iza, esta es la escala ideal: el punto medio entre una sala profesional como Atabal y la cercanía y amateurismo de un gaztetxe. El músico y productor reconoce que cuando sale a tocar prefiere el calor de una sala o un gaztetxe antes que un festival masivo. Y añade un matiz importante para no volverse loco y sentir que está todo el rato trabajando: “La gracia consiste en estar un poco más cerca del amplificador y menos del monitor; las cosas tienen que sonar y hacer ruido”

¿Ha notado un efecto llamada con el estudio? Grupos que van a ETEN porque han ido allí otras bandas que les molan y así sucesivamente. 

-Supongo que es inevitable. Que hoy esté grabando con tantos grupos tiene mucho que ver con toda la gente que he conocido desde que empecé a hacer música en 2006, cuando me movía por Bilbo. Era de los que hablaba con los técnicos de sonido en los conciertos, con músicos, con bandas… y poco a poco empiezas a ver las cosas desde otro lugar. Se va creando un caldo de cultivo. A día de hoy, todavía me resulta curioso que me llame gente que no conozco para grabar en el estudio. Cuando viene peña de Donostia o Leitza, no deja de ser un poco fuerte. Pero todo se reduce a la comunicación directa y a ayudar a que cada persona desarrolle su capacidad artística. A veces, una conversación a tiempo te ahorra tres horas de bloqueo. Jose Lastra -que ha trabajado con grupos como Zea Mays- solía decir que la mejor manera de desbloquear una situación es parar, respirar, pensar y volver. Hay que procurar que los procesos no se hagan bola.

¿Los gaztetxes han vuelto a ser piezas fundamentales en el resurgir del nuevo movimiento de música de guitarras en Euskal Herria? 

-Me parece un milagro que sigan existiendo. Es la hostia que haya gente que tenga ganas y tiempo para poder llevar adelante este tipo de iniciativas. Al mismo tiempo, también creo que es un poco inevitable que en un futuro pueda surgir un modelo que sea más viable para todo el mundo, como en el caso de Astra de Gernika (un modelo mixto con colaboración del ayuntamiento), que se ha convertido en referencia. Cuando voy de gira con TOC veo el cariño y la dedicación con la que se organizan las actividades en estos espacios y a veces me da qué pensar cuánto podrán durar, porque cada vez tenemos menos tiempo.

La actividad de los gaztetxes ha sido cíclica: ha habido épocas mejores y peores, pero siempre han estado ahí. 

-Últimamente, tengo la sensación de que se está creando una especie de gira de gaztetxes, y no sé hasta qué punto debe ser esa su función. Los gaztetxes, que son espacios de autogestión donde caben la música, el arte, cuestiones políticas y todo tipo de iniciativas culturales, están empezando a parecer una segunda estructura dentro del circuito de conciertos, donde ciertas bandas tienen más presencia y otras muchas menos oportunidades. Dicho esto, ojalá haya más espacios así, porque hay muchos colectivos que lo están haciendo muy bien.

Xabi, de Silitia, decía en esta misma sección que la explosión de Chill Mafia abrió las puertas al resto. 

-Cuando aparecieron, yo no sabía de dónde venían, y menos mal. En Euskal Herria venimos de una tradición muy concreta, casi de árboles genealógicos culturales, lo cual está muy bien, pero en este caso llegaron con sus propias reglas y estructuras no convencionales. Eso ha servido para empoderar a quienes hacen música desde sus casas con una tarjeta de sonido, y también para quitarle peso a esa visión casi totémica que arrastramos los que venimos del rock, donde todo tiene que ser perfecto y milimétricamente calculado. Pues no siempre tiene que ser así. Parafraseando a Xabi, Silitia me ha permitido ver la música desde otro lugar y me ha valido para quitarme muchos prejuicios y complejos. 

En otro nivel también están los casos de Tatxers o antes Vulk. 

-No sé si llamarlo mainstream, porque Tatxers no creo que lo sean, pero estamos en un momento muy bonito en el que se están rompiendo ciertas barreras y hay un mayor batiburrillo. Ya no ponemos etiquetas, como en los tiempos del rock radical vasco, ahora es solo… música vasca. Quizás el metal va un poco aparte, con un sonido más duro pero que convive perfectamente con todo lo demás. A veces cuesta que funcionen algunas cosas: muchas bandas con las que trabajo crees que van a tener una repercusión y no se da o cuesta un poco más. Es una dicotomía extraña.  

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¿Decir que la música independiente es artísticamente superior a la comercial o mainstream es un simplismo? 

-(Se lo piensa). Las grandes frases siempre son simplistas porque resumen a la mínima expresión una realidad que es mucho más compleja. El mainstream puede ser espectacular, ¿pero qué es el mainstream? Pink Floyd no eran Pimpinela y vendían muchos discos. Evidentemente, el mainstream no es siempre culturalmente relevante; Arde Bogotá, por ejemplo, no me dicen nada, pero entiendo que funcionen. Suenan bien y cumplen su función. Ibil Bedi también es una banda que llega a mucha gente, pero no hacen nada que no quieran hacer; me consta que analizan cada decisión musical al detalle. La gran cuestión aquí es si vives o no de la música. Esa es la clave para poder trabajar con libertad. El otro día, con Niko Bortolini de Nize, en una entrevista en Euskalerria Irratia de Iruñerria, surgió una reflexión: “Nosotros vivimos con la música, no de la música”, y eso les permite ser libres.