uno de los más destacados montañeros del siglo XX, Sir Chris Bonington, ha parado esta semana en uno de esos rincones del planeta en el que este deporte se vive con auténtica pasión. Y los que han podido acercarse a las charlas del mítico alpinista se han dado cuenta de que hablan el mismo idioma: el de la montaña. Tras pasar el martes por las jornadas de la BBK en Bilbao, Bonington paró ayer en la capital Navarra y encandiló a un auditorio de unas doscientas personas con su ideal de montañismo siempre pegado a la aventura.

Conocido sobre todo por haber comandado las míticas aperturas a la sur del Annapurna y la suroeste del Everest, Bonington quiso hablar ayer sobre cumbres más modestas en lo que a tamaño se refiere, aunque no por ello menos meritorias. "Lo grande no es lo mejor, por eso quiero hablaros de montañas más pequeñas y más bellas", comentó este Caballero del Imperio Británico. Y entonces empezó su viaje, acompañando al público a Horizontes lejanos -título de la conferencia- en los que lo que primaba era el montañismo en estado puro, la aventura y la amistad - "la compañía es más importante que la cima", comentó-.

En definitiva, Bonington habló de lo que ha hecho en estos últimos 30 años, casi siempre alejado del foco mediático. "Sobre todo en Estados Unidos y Reino Unido los medios sólo hacen caso a lo que ocurre en los ochomiles. Se interesan por eso y por los récords: si sube el más viejo al Everest, si lo hace el más joven o si quien lo hace es un ciego", comentó con cierta resignación. A su aire, sin importarle dónde se consiguen los galones, Bonington llevó al público a lugares recónditos en los que encontró las aventuras que más le han llenado.

descenso épico con Doug Scott

La hazaña de El Ogro

Su primera parada fue la cordillera del Karakórum y su objetivo allí el Baintha Brakk, más conocido como El Ogro. Bonington logró allí junto con su compañero Doug Scott la primera ascensión de la cara sur (1977). Sin embargo, como decía Ed Visteurs, la cumbre es la mitad del camino y esta ascensión pasaría a la historia por el penosísimo descenso del que fueron protagonistas ambos alpinistas. Bonington, con una costilla rota y tosiendo sangre, cargó a sus espaldas con su compañero, con las dos piernas rotas, hasta el campo base protagonizando un épico rescate para la historia del alpinismo. "Mi mayor experiencia de supervivencia", afirmó.

De El Ogro, una de las montañas más peligrosas del planeta, Bonington dio el salto a otra de las grandes, el K-2, donde saboreó lo más amargo de este deporte, en su caso modo de vida. En un intento a la vía oeste Bonington perdió, en una avalancha, a uno de sus más apreciados compañeros, Nick Escourt. El golpe mantuvo al británico alejado de las grandes cumbres durante dos años. Pero el bueno de Bonington tenía la fiebre de las montañas bien dentro y se levantó. "Nunca te acostumbras a perder a amigos, pero a determinado nivel el alpinismo es así y así hay que aceptarlo", comentó. Y Bonington continuó con su charla, transportando al público a "lugares preciosos e inaccesibles, aunque apenas cuente si los asciendes".

Otra de esas montañas desconocidas por no llegar a los mágicos 8.000 metros, el Kongur, fue la cima con la que volvió a acariciar el cielo. Y lo hizo a lo grande, en estilo alpino en una montaña virgen y remota. Ahí es donde Bonington vio el futuro del alpinismo y donde lo sigue viendo. "¿Qué si aún quedan retos? Sin duda. En las grandes cimas quedan vías, también en el Everest. Todavía quedan muchas cimas desconocidas en las que escalar, complicadas técnicamente y muy estimulantes", respondía a la pregunta de uno de los asistentes a la charla.

Pero, claro, en su época el universo sin explorar era aún mayor. "Fuimos muy afortunados porque entonces había menos escaladores y muchos lugares vírgenes que escalar. Todo estaba por descubrir", explicó. Y es en ese terreno en el que se movió como un pez en el agua, donde realmente disfrutó el británico.

El destino podía estar en el Karakórum, en el Himalaya o en la Antártida, adonde también acudió. La aventura era el objeto. "Dos multimillonarios querían conquistar las cimas más altas de cada continente y me escogieron para acompañarles. Y allí fui. Lamentablemente no pudieron conquistar el Everest y se quedaron sin conseguir el reto", explicaba.

Él si lo consiguió, en 1985, pero ayer no quería hablar sobre aquello. Paso por encima de su escalada al techo del mundo y siguió con sus aventuras y su catálogo de anécdotas. Tenía al público en el bolsillo. Su afán de aventura lo llevo también a Groenlandia, en velero. En aquella ocasión su compañero fue el primer hombre en dar la vuelta al mundo en velero. "Descubrí que a los marineros les gusta el alcohol aún más que a los montañeros", afirmó. Y aunque volvieron sin su cumbre en Groenlandia, él volvió feliz y al llegar a Londres lo celebraron con unas Pintas.

Igual de feliz vive hoy en día Bonington en Lake District, en el norte de Inglaterra,"un buen lugar para ir a pequeñas montañas o escalar en roca". Y con ese optimismo disfrutó ayer de la capital navarra. "Me ha encantado la Parte Vieja y las fortificaciones. Es una ciudad preciosa". comentó. Sir Chris Bonington, todo un caballero.