"IR al Everest con la novia, en agosto, con el monte petao de nieve y subir solo, sin oxígeno y sin cuerdas fijas, con una tiendica detrás, es el máximo. La máxima expresión del alpinismo en el Himalaya. No se puede mejorar". A su manera, Iñaki Ochoa de Olza describía así la que para él era la ascensión por antonomasia. Quien la firmó no pudo ser otro que Reinhold Messner, y lo hizo hace hoy 30 años.
Sólo dos años antes de aquella memorable ascensión, Messner había hecho historia al convertirse, junto al austriaco Peter Habeler, en el primer hombre en ascender el techo del mundo sin la ayuda de oxígeno suplementario. Entonces, en 1978, eran una incógnita las consecuencias que podría tener para el cuerpo humano exponerse a semejante altitud e incluso si era posible.
"Cuando decidimos hacer el Everest sin oxígeno todo el mundo estaba en contra de ello. Decían que no era posible. Los médicos afirmaban que era una locura, y que podían demostrar que no era posible. Para el gran público el Everest sin oxígeno me dio el estatus de un hombre loco. Mucha gente no lo entendió. Sólo los escaladores. Tampoco el Nanga Parbat. La travesía de los Gasherbrum -con Kammerlander- fue una de las ascensiones más bellas que hice", afirmaba Messner sobre su ascensión de 1978.
En las antípodas de la autocomplacencia, tras esta histórica ascensión, Messner siguió con el más difícil todavía entre ceja y ceja. Antes de hincar el diente al Everest de nuevo, firmó dos ascensiones para el recuerdo. Primero, se atreve con el Nanga Parbat en solitario y sin oxígeno y, después, escala el K2 junto a Michl Dacher, de nuevo sin oxígeno.
La ascensión al Nanga Parbat, donde nueve años antes había perdido a su hermano, fue en cierta medida el preludio de su emblemática expedición al Everest en 1980. "Mi padre y algunos amigos me preguntan por qué precisamente ahora (después del éxito de la expedición al Everest) lo voy a intentar otra vez, y en solitario. No me estremece pensar que voy a escalar solo. Sí me aterroriza verme toda la vida haciendo lo mismo que he hecho en las seis semanas comprendidas entre lo del Everest y el Nanga Parbat (...). No quiero morir de inactividad, cansado de tanto decir "¿Qué tal está?" y de tanto estrechar manos. (...) Ahora quiero demostrarme a mí mismo qué significa estar solo. Por ello voy al Nanga Parbat", escribía Reinhold Messner.
Y en medio de esta demoledora dinámica de rizar el rizo, en 1980, con 36 años, le llega el momento de su ascensión perfecta. Messner parte hacia el techo del mundo con la intención de clavar sus crampones el solito a 8.848 metros, y naturalmente sin oxígeno.
Escoge la cara norte y planta un campo base avanzado a 6.500 metros. El montañero tirolés enfila la ruta china. Antes de llegar a la arista noreste, sin embargo, se ve obligado a atravesar el collado norte hasta el Corredor Norton. En tres días se planta en la cima.
"La ascensión de 1980 al Everest es lo más rudo que he hecho nunca. Estaba solo ahí arriba, completamente solo. Fui capaz de llegar a la cima únicamente porque tenía esa fantasía, llevaba dos años con ese sueño de coronar el Everest en solitario", sostiene Reinhold Messner.
Cuando, tras la ascensión en solitario al Nanga Parbat, a Messner le preguntaban si consideraba que le imitarían, él no lo dudaba. "Seguro. Y las generaciones venideras harán este tipo de expediciones con más elegancia y facilidad. Escalar en un día y todavía con menos medios técnicos un ochomil por una pared difícil: hasta ahí tenemos que llegar", respondía.
El optimismo de Messner, salvo en contadas ocasiones -por ejemplo, la locomotora Alberto Zerain trata ahora de ascender en solitario el Everest por el Corredor Hornbein-, no se ha visto correspondido, menos aún en el techo del mundo, hoy convertido en una especie de parque de atracciones. Sin embargo, como escribía Iñaki Ochoa de Olza en Bajo los cielos de Asia, cuanto más expediciones convencionales se hagan al Everest "más brillarán con luz propia" ascensiones como aquélla de Messner de hace 30 años.