Ha pasado un cuarto de siglo y todavía es difícil precisar si se trata de una hazaña o de una locura. Fernando Garrido, un experimentado alpinista de 27 años, subió al Aconcagua (6.959 metros) y, en una pequeña zona llana junto a la cima, instaló una tienda de campaña con la intención de superar el récord de permanencia en altitud, que ostentaba desde 1979 el alpinista y médico Nicolas Jaeger, quien había permanecido casi 60 días en la cumbre del monte Huascarán (6.700 metros), en Perú.
Garrido sabía a lo que se exponía: al margen de la soledad, de las bajas temperaturas y de las rachas de viento famosas en el Aconcagua y terribles cuanto más arriba, su gran adversaria era la altitud. A casi 7.000000 metros, el oxígeno escasea hasta tal punto que la sangre se espesa y se corre un grave riesgo de sufrir necrosis y congelaciones.
Además, el debilitamiento es progresivo, lo cual Garrido trató de combatir con complejos vitamínicos preparados para la ocasión. Aun así, y pese a permanecer la mayor parte del tiempo dentro de su tienda, tumbado y economizando esfuerzos, Garrido perdió el pelo de la cabeza y las uñas de los pies, bajó 15 kilos de peso y sufrió congelaciones en la nariz y en varios dedos de los pies.
Pero, según comentaba después, aún fue peor el impacto psicológico: en las últimas semanas de estancia en la cima sufrió alucinaciones como pensar que había alguien junto a él. La aventura del montañero aragonés tuvo una gran repercusión gracias a que a través de una radio se pudo comunicar desde la cima del Aconcagua.
En aquel entonces, José María García era el rey indiscutible de la información deportiva y el asunto le pareció tan interesante como para volcarse en él. Sus conversaciones con Garrido marcaron un hito en el periodismo deportivo español, aunque no faltara tampoco el más puro estilo Supergarcía: a lo largo de esos dos meses, llegó a poner a Garrido en contacto en directo con el presidente del Gobierno Felipe González, y con el rey Juan Carlos, para que le mandaran los típicos dulzones mensajes de ánimo.
Por desgracia para Garrido (y para García), una avería en su radio impidió al montañero mantener la conexión en los últimos días. El día que batió el récord, Garrido estaba demasiado exhausto y harto del esfuerzo como para disfrutarlo, hasta el punto de que luego explicaba que no sintió nada, ninguna emoción.
Todo eso se lo reservó para cinco días después, cuando descendió del Aconcagua y se abrazó a sus compañeros y a su novia Maribel en el campamento base. Atrás quedaba esa locura, esa hazaña al límite de la resistencia del cuerpo humano.