Mingma Sherpa: "La raza se pierde y en el futuro quizás no haya sherpas en la montaña"
Nació cerca del cielo. A 4.000 metros, envuelto por montañas en el valle Arun que se extiende a los pies del Makalu, el gran negro, la quinta cima más alta del planeta
portugalete - Su padre murió cuando él tenía doce años dejando a su madre sola con seis niños y dos niñas. Con quince, descalzo y un doko -cesta de bambú que utilizan en Nepal para cargar cosas- atado a la cabeza, se hizo porteador. Primero, por la ruta que lleva al campo base del Makalu y, después, por todo el Himalaya buscando expediciones en las que trabajar. Pasó cinco años, joven y fuerte, transportando de 40 a 50 kilos montaña arriba a cambio de lo que hoy viene a ser un euro al día. No se calzó unos crampones ni empuñó un piolet hasta los 20 años, cuando empezó a ser porteador de altura. Lo primero que dice Alex Txikon cuando le presenta es que este, la piel morena, el pelo negro y duro, los ojos tan profundos como la noche, no es un sherpa cualquiera. Fue el primero de su raza en escalar los catorce ochomiles (cerró el círculo en 2011 en el Kanchenjunga), además de ser el más joven en lograrlo (31 años) hasta que uno de sus hermanos, Chang Dawa, le arrebató ese récord. "Y lo más sorprendente", agrega Txikon; "no falló en ninguno de los intentos de hacer cumbre. Subió los catorce a la primera".
¿Los niños sherpas nacen porteadores?
(Ríe). Los sherpas somos algo diferentes al resto de las etnias nepalíes. Nacemos en altitud, en las zonas rurales más altas, por encima de los 3.000 metros en muchos casos, y eso es bueno para ser montañeros. La altitud a la que nos acostumbramos desde que nacemos es la gran diferencia con, por ejemplo, vuestro país, Euskadi, que es verde y montañoso y me hace sentir como en el Himalaya. No pensaba que era así.
¿La altitud es el único secreto de la fortaleza de su raza en la montaña?
Sí, no hay más. Yo veo a los americanos y a los europeos, a los occidentales en general, y tienen mucha experiencia en la montaña y son tan fuertes como nosotros. A veces vienen y nos enseñan cosas, aprendemos de ellos.
¿Cuándo descubrió que la montaña era más que un elemento paisajístico, que se podía escalar, tocar, abrazar?
Me lo dijo la radio cuando tenía 15 años. A las zonas rurales como en la que yo nací no llegaba el periódico ni la televisión, pero todas las mañanas a las 7.00 en punto escuchaba en el transistor historias de ascensiones protagonizadas por gente de todo el mundo en el Kanchenjunga, en el Everest... A pesar de que nací a los pies del Makalu, para nosotros el gran negro, desconocía que existía algo que consistía en subir montañas y que la gente tenía esa pasión y esa curiosidad.
¿Entonces es cuando siente la llamada de la montaña?
Entonces es cuando siento que quiero ir allí arriba. Pero yo no sabía nada acerca de los catorce ochomiles. Yo estaba interesado en tener un trabajo y salir del valle. Entonces no era como ahora, porque en todo el Arun solo había dos porteadores que tenían la opción de serlo. Y yo solo era un crío que no sabía nada de la montaña.
¿Cómo se abrió paso en ese mundo?
De la única forma posible: porteando por un euro de ahora al día, adentrándome en los campos base, teniendo contacto con los turistas... Estuve cinco años así, tratando de ganarme el respeto de los alpinistas, cargando el que más, siendo el más rápido, demostrando que era el más fuerte.
¿Así se gana el respeto un porteador?
Cargando en el doko entre 30 y 60 kilos, corriendo tanto como podía. Tenía que destacar a toda costa.
La labor de un sherpa es oscura, están fuera del foco mediático. ¿Cuándo descubre usted que quiere salir de la sombra para ser protagonista?
En 2000, cuando subo mi primer ochomil (Manaslu) y la gente me empezaba a pedir que le acompañase a otras expediciones, a otros ochomiles. Subo el Cho Oyu ese mismo año, en otoño, y la primavera siguiente el Makalu y creo que es entonces cuando empiezo a soñar en escalarlos todos.
Holla nueve ochomiles en cuatro años y luego su carrera se detiene.
Tuve problemas físicos. En Nepal no hay muchos recursos y conseguí un visado para viajar a Japón. Entré como trabajador en una fábrica de Toyota y pude operarme. Estuve cuatro años allí hasta que en 2009 regresé a Katmandú. Pero entonces pensaba que mi sueño se había esfumado, que ya no sería capaz de escalar montañas como antes.
Pero regresó a las montañas.
En 2010, al Annapurna I. Allí me reencontré con muchos amigos, Alex (Txikon) entre ellos, que me ayudaron a llegar hasta la cima. Cuando lo hice me dije que tenía que luchar por hollar los catorce.
De primavera de 2010 a primavera de 2011 escala el Annapurna I, Dhaulagiri, Nanga Parbat, G-I y Kanchenjunga. Asombroso.
Ya no era fuerte como antes de la operación, pero tuve suerte.
En una etnia de porteadores que nunca tuvo como meta la hazaña personal, ¿qué supuso que usted escalara los catorce ochomiles y se emparentara con los grandes himalayistas occidentales?
Tendríamos que haberlo hecho 50 años antes.
¿Por qué no se hizo?
No lo sé. Todo el mundo ha alabado siempre la fortaleza de los sherpas en la montaña, pero ninguno se había propuesto subir los catorce ochomiles. La única diferencia entre otros sherpas y yo es que fui el primero que quiso hacerlo y lo vio como un reto. Quizás tenga que ver con el programa de radio que escuchaba con quince años, quién sabe.
Usted es un sherpa diferente.
(Ríe). Puede ser. Pero resultó que mi comunidad se sintió feliz y orgullosa de que uno de los suyos hubiese logrado algo así.
¿La mentalidad del sherpa ha cambiado?
Es muy diferente. Antes éramos porteadores que cargábamos 30 o 50 kilos descalzos mientras nos mordían las sanguijuelas y ahora hay sherpas que son pilotos de helicóptero, médicos, ingenieros, hombres de negocios...
Los tiempos cambian, las condiciones de vida mejoran, las tradiciones se van perdiendo, las culturas se mezclan... ¿La raza del sherpa, la genética que le hace fuerte en la montaña, se pierde?
Sí, y estoy preocupado. Quizás en el futuro no haya sherpas en la montaña. Quizás no lo veamos nosotros, pero sí las generaciones que vienen por detrás.
Tiene un hijo de once años. ¿Será porteador?
No, no le gusta.
¿Se pierde también la esencia de la montaña, su misticismo, la magia?
¿Por qué lo cree?
¿El Himalaya no está masificado y sucio?
¿Sucio? Esa información es errónea. El Everest no es un vertedero. Está todo bien regulado y el campo base, limpio. Este año el Gobierno nos encargó hacer lo mismo con el campo dos. La montaña se limpia ahora todos los años y nadie deja allí su basura. Lo que está pasando es que están aflorando los escombros de lo que se dejó tirado décadas atrás, cuando la mentalidad era otra. Lo de la masificación es otro tema. Depende de la perspectiva. ¿Sabe cuántos alpinistas han subido el Everest a día de hoy? 5.000. Eso es un porcentaje muy pequeño de la población mundial que siempre ha deseado escalar la montaña más alta del mundo. De verdad, la masificación, a día de hoy, no la veo como un problema.
¿Qué hace ahora?
Tengo una agencia que se dedica a guiar a montañeros en el Himalaya (se llama Seven Summit Treks) con la que quiero ayudar a gente cuyo sueño es escalar una de las grandes montañas y no puede permitirse un desembolso tan grande. Quiero derribar esa barrera. Trabajo también para tratar que las nuevas generaciones de porteadores sherpas aprendan lo que es la montaña antes de llegar a ella. También peleo por sus derechos. Ahora, un sherpa que trabaja en el Everest gana un mínimo de 3.000 dólares en dos meses, pero un porteador muy bueno puede llegar a ganar 10.000.
¿Usted?
Me han ofrecido mucho dinero por hacerlo, pero yo ya no escalo. Aunque si lo hiciera no lo haría por menos de 20.000 dólares.
(Frunce el ceño y se pone serio). Que tanto unos como otros se equivocaron. El error de lo que ocurrió es compartido al 50%. Ahora ha pasado todo y es algo que no va a volver a suceder.
¿Está seguro?
Simone, Steck y Griffith son amigos míos, pero no tienen que olvidar que no son famosos por ser italianos o suizos, sino por estas grandes montañas. El Himalaya se lo ha dado todo y el Himalaya es de todos, no tiene puertas. Eso no tienen que olvidarlo.
¿Es un reproche?
No quiere serlo. Lo que realmente quiero es que lo que ocurrió sirva para que todos reflexionemos y comprendamos que allí arriba en la montaña formamos una familia. Históricamente, a los sherpas se les ha machacado, sobre todo a principios del siglo XIX y en los años 50. Se les trataba como esclavos, como estúpidos, y eso se ha acabado. Los sherpas no se mueven solo por dinero sino por la relación y el bien social. Este es el primer incidente que sucede entre los sherpas y los europeos y estoy convencido de que será el último.