ace 50 años, Anaitasuna se engalanaba para dar la bienvenida a uno de sus mayores tesoros. A un lugar que, desde que abrió sus puertas, maravilló no sólo a la sociedad que lo impulsó. Deslumbró también a la ciudad que lo alberga, Pamplona. A la región que lo acoge, Navarra. Y despertó el reconocimiento de muchas otras comunidades, que miraban con admiración y envidia sana una infraestructura moderna y colosal, donde el deporte -especialmente el balonmano- se vivía a lo grande y con pasión. Tal día como hoy, un 20 de junio de 1971, se inauguraba el pabellón Anaitasuna.

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En medio siglo de existencia, su fama ha traspasado lo meramente deportivo. Concebido a la sombra del balonmano, pero destinado también a otras disciplinas de pista como el fútbol sala, el baloncesto o la gimnasia rítmica, este pabellón que hoy sopla velas se ha convertido también en un emblema cultural, folclórico y hasta político. Partidos de un signo y de otro han ofrecido mítines u organizado congresos en Anaitasuna. Entidades solidarias como la Asociación de Donantes de Sangre de Navarra han celebrado sus fiestas anuales allí. La música ha sido también especial protagonista con cientos y cientos de conciertos de bandas y artistas estatales, internacionales y de la tierra. E incluso, como curiosidad, en 1998 tuvo lugar la asamblea anual de la Comunidad de Testigos de Jehová y bautizos por inmersión. Un pabellón, en definitiva, que ha albergado en sus 50 años de vida multitud de eventos de diversa índole. Pero que no ha perdido, por supuesto, su papel esencial y primigenio: el deportivo.

el impulso del balonmano Hubo una época en la que las gradas de este pabellón pamplonés se quedaban pequeñas para presenciar un partido de balonmano. Donde se aprovechaba cada resquicio, cada ínfimo hueco, para vibrar -en medio de una inmensa humareda de tabaco- de los derbis entre Anaitasuna y San Antonio. Hasta 5.000 espectadores, en un espacio concebido para 2.975 asientos, vivían la rivalidad sobre el parqué original. Rivalidad que también se trasladaba a veces a la propia grada, con los habituales piques entre aficiones.

Y es que Anaitasuna, su pabellón, es lo que es en gran medida gracias al balonmano. A un deporte que llegó a sobresalir por encima de otras competiciones y que incluso relegó al todopoderoso fútbol. Antes de que la nueva pista fuese una realidad, los partidos disputados en otros enclaves al aire libre como el antiguo Ruiz de Alda congregaban a una multitud. El balonmano era el deporte rey y se vivía con fervor. Y si hay un nombre que conviene recordar para entender esta pasión es el del doctor Jesús Mª López-Sanz quien, tras cursar la carrera de Medicina en Zaragoza, introdujo el veneno de este deporte en Navarra y fue su valedor. Su alma mater.

Llegó un punto, a finales de los 60, en que fue necesario dotar al balonmano de un nuevo escenario. Y no sólo eso. Urgía levantar una infraestructura más ambiciosa para albergar las actividades de una sociedad a la que se le habían quedado pequeñas sus dependencias en la calle Mayor.

El ímpetu y la motivación de un grupo de personas, entre las que se encontraba el propio López-Sanz, hizo realidad ese sueño. Un grupo en el que, entre otros, no hay que olvidar a artífices como Modesto Beperet, Antonio Mosquera, Vivanco, Rosa Garay, Ignacio Ayerra, Filo Hernández, José Mª Flores, Ciriza, Gorostizu, Mutiloa, Jesús Sánchez o Josetxo Prat.

Todos ellos ayudaron, de un modo u otro, a que las nuevas instalaciones de Anaitasuna -con el pabellón como piedra angular- se convirtiesen en una realidad. El impulso en el plano deportivo lo daba, sin duda, el balonmano y eso propició que entidades y organismos competentes apoyasen un proyecto que incluía además una piscina olímpica, un frontón, una pista polideportiva adyacente, un local social o un gimnasio, entre otras dependencias.

Los arquitectos Javier Sánchez de Muniáin y Fernando San Martín se encargaron del plan original, mientras que la dirección de obra corrió a cargo de los mismos y de los aparejadores José Solchaga y José Luis Sola. Las obras se adjudicaron a la empresa Constructora Martínez-Ayanz. El presupuesto, al iniciar los trabajos, alcanzaba ya los 33 millones de las antiguas pesetas -unos 198.335 euros-, mientras que al terminar se situaba, por diversas mejoras, en los 47 -alrededor de 282.475 euros-. Su financiación estuvo sustentada por pilares básicos como la Delegación Nacional de Deportes, a través de su Delegación Provincial; la Diputación Foral de Navarra; la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona; y el Banco de Crédito a la Construcción.

una copa para inaugurar La primera piedra del nuevo Anaitasuna se colocó el 29 de noviembre, día de San Saturnino, de 1968, mientras que el 20 de junio de 1971 se inauguraba con un acto en presencia de las más altas autoridades. Incluyó, además, un desfile de dantzaris, y de niños y niñas vestidos de pamplonicas y con trajes regionales. El nuevo pabellón se estrenaba, ese mismo fin de semana, con la disputa de la por entonces Copa del Generalísimo, en la que participaron Granollers, Barcelona, Atlético de Madrid y Marcol de Valencia. Este último se proclamó campeón y alzó el primer trofeo en un escenario que, por su majestuosidad, se empezó a calificar ya como La Catedral.

En 1971, Anaitasuna jugaba en su nuevo pabellón como equipo de División de Honor, una máxima categoría que había alcanzado en 1967. Jugadores como Hualde, Carlos, Leache, Portillo, Zamarbide, Ayerra, Aldaz, Mintxo, Lecumberri, Alonso, Vicente, Sarasola o Cotelo fueron de los primeros privilegiados en jugar en una pista única. Una cancha que ha sufrido posteriores y necesarias reformas, que ha visto pasar más recientemente a potencias europeas como el Magdeburgo, el Melsungen o el Füchse Berlín; que ha albergado finales de Copa estatales y continentales; donde se han jugado play off de ascenso a la ACB de baloncesto; se han disputado campeonatos de España de Boxeo y también de Gimnasia Rítmica, otra de las señas de identidad de Anaitasuna. Pero que, tras 50 años, no ha perdido su esencia como enclave deportivo y cultural de Pamplona.