pamplona - El papel lo aguanta todo. También el ciclismo, territorio propicio y eternamente unido a su pasado, dispuesto siempre para que lo más bizarro encuentre su sitio y parezca normal, incluso razonable, como en una carpa de circo de medio pelo. Es el mal endémico del ciclismo, repleto de episodios sonrojantes e ilimitada su capacidad y querencia para revolcarse en el fango. Sobre ese humus, se posan desvaríos varios. El ciclismo soportó, en su día, el retorno de Francesco Moser a los 42 años. El italiano quería reivindicar su récord de la hora. Habían transcurrido seis años desde su retirada. Era 1994. Moser no lo logró, pero mejoró sensiblemente su plusmarca anterior, obtenida en 1984. Era más viejo, se había retirado, pero corría más que antes. Cosas del ciclismo y sus tics. En la misma línea argumental, nadie se extrañó más de la cuenta con el regreso de Lance Armstrong tras su barbecho después de haber ganado siete Tours de Francia de aquella manera. Entonces no se sabía la verdad, aunque se intuía que el dominio del texano y su equipo sobrepasaba la lógica. En su rentrée, aunque cuestionado por algunas voces, fue aclamado por muchas otras. Años más tarde, cuando se supo lo de su trampa, la omertá, el matonismo y demás, le lapidaron en la plaza pública. Era el demonio.

Sucede que en el ciclismo nunca faltan las ocurrencias. Siguiendo a la tradición, siempre hay espacio para otro disparate. Primero, alguien eleva una ceja como si quisiera amagar con la desaprobación; después, se elevan los hombros a modo de resignación y seguidamente se tiende al aplauso. Todo eso ocurre en un par de segundos. En 2019 se espera la actuación de la mujer barbuda en la París-Roubaix o esa es la idea que lanzó Andrea Tafi (7 de mayo de 1966, Fucecchio, Toscana), con la edad propia para disfrutar de la prejubilación en las grandes empresas, 52 años, pero con el entusiasmo intacto de los adolescentes que persiguen darse un capricho. El italiano, un clasicómano que venció en su día el Giro de Lombardía, el Tour de Flandes y conquistó el Campeonato de Italia en ruta, quiere estar en el Infierno del Norte cuando se cumplen 20 años de su triunfo.

Andrea Tafi, profesional entre 1989 y 2005, no quiere capitular. Desea otra guerra que pelear. Otra batalla que paladear. Aunque las suyas, como la de tantos otros, tenían truco. La trampa como método y la EPO como carburante imbatible. El 24 de julio de 2013 su nombre apareció en el informe publicado por el Senado francés como uno de los treinta ciclistas que habrían dado positivo en el Tour de Francia 1998 con carácter retrospectivo, puesto que analizaron las muestras de orina de aquel año con los métodos antidopajes actuales. El rastro de la EPO, invisible para los sistemas de detección en los 90, se encontró en el 70% de las muestras que dieron positivo y que no hicieron distinciones entre aristócratas y plebeyos.

¿una locura? A Tafi le apodaron Il Gladiatore (el gladiador). Entonces tenía 32 años y era un percherón del Mapei, el equipo de las grandes clásicas. Tafi continúa entrenando y acumulando kilómetros en las alforjas como alimento para su reto. Está en forma, pero su planteamiento genera desconcierto y asombro, cuando menos. ¿Qué mueve a alguien de 52 años a embarcarse en semejante aventura? Tafi, atrevido, entregado a su misión con el arrebato intacto, respondió. “Todo el mundo considera que estoy loco, pero yo no lo creo. Sigo a mi corazón. Sé lo difícil que va a ser, pero quiero saber dónde están mis límites. No me vais a oír decir que voy a llegar en una u otra posición. No soy un hipócrita. Voy a entrenar y ver dónde acabo”, expuso el toscano en el diario belga Het Laaste Nieuws.

La idea de Tafi, que emparenta con los discursos de los iluminados y vendedores de elixires que recorrían incansables con su ovillada cháchara el salvaje oeste, ha encontrado, sin embargo, acomodo en un equipo, si bien se desconoce cuál será la escuadra que le dará el empujón para recorrer el averno. “Ya tengo equipo, aunque no puedo dar su nombre”, relató el italiano, que trató de engatusar con su quijotada a Patrick Lefevere, el gobernante del Quick-Step, que le escuchó, pero le frenó en seco. En la escuadra belga, la París-Roubaix es una carrera que merece una genuflexión. Correr para ganarla. “He mantenido contactos con Patrick Lefevere”, apuntó el exciclista toscano, que reconoció que el mánager de la formación no quería participar en esa propuesta con barniz de enajenación. “Me dijo que él tenía un gran equipo y que le gustaba lo que quería hacer, pero que le resultaba imposible hacerme un hueco, ya que cualquier corredor que toma la salida en Roubaix lo hace para ganar. Lo entiendo perfectamente. Por fortuna, he encontrado otro gran equipo”, desgranó Tafi.

El exciclista italiano es consciente de que su anuncio ha despertado cierto interés y que a varias estructuras -se habla del Dimension Data como equipo que le podría dar el sí para formar en la clásica- la ocurrencia les puede suponer mayor presencia en el escaparate se ponga el italiano un dorsal o no. La París-Roubaix, uno de los Monumentos del ciclismo, y, probablemente, la clásica más dura del calendario, empedrada su leyenda para la eternidad por el afamado, idolatrado y temido pavés, resolverá finalmente si Tafi va en serio o lo suyo responde a una campaña con la que obtener impacto mediático por la altura del reto al que desea enfrentarse catorce años después de su retirada como profesional. En cualquier caso, el ciclismo, siempre dispuesto a autolesionarse, a hacerse el harakiri, abre la puerta a otro episodio digno del circo y la mujer barbuda: la quijotesca ocurrencia de Andrea Tafi camina hacia la París-Roubaix.