pamplona - Sho Hatsuyama (Nippo) se ganó el premio al empleado del mes. No tuvo rival. Fue el único que trabajó con denuedo en una etapa en la que el pelotón se declaró en huelga por culpa del viento, que no apareció cuando todos pensaban que se llevaría todo por delante. Un kamikaze. Hatsuyama quemó 3.520 calorías en su heroico acto. “En mi hambre mando yo”, pudo decir. Alguno tal vez le tache de esquirol, pero Hatsuyama llenó de honor una travesía eterna y sin miga. Samurái. 145 kilómetros de sol naciente en un día eterno, de esos que se apilan en el Giro en su primera semana y ponen a dieta al pelotón para cuando las montañas, encadenadas sin solución de continuidad, no dejen más que un manual de agonía y supervivencia. Sho, japonés, abandonó la isla, que siempre tienen ese deje de claustrofobia, para seguir la rueda de su destino. Hatsuyama se enroló a la aventura con la única compañía de su petate y su sombra, el mejor amigo del hombre cuando no hay nadie con quien hablar.

A la espera del viento, entre informaciones meteorológicas, se hamacó el pelotón, con la nariz respingona y los ojos entrecerrados ante la ocurrencia de Hatsuyama y el exotismo de un japonés de turismo por Italia. Sho, en su soledad, en su ilusión, fue un Gary Cooper pero sin el matiz del peligro, que le restó épica a la excursión. En realidad, Hatsuyama cabalgó en busca de la nada, o de sí mismo, porque no hacía falta ser un visionario para saber que su camino no le conducía a ningún lugar concreto, salvo a la carretera que hilaba Vinci, donde sopló con fuerza el viento, y Orbetello. El pelotón se erizó pensando que el viento arrasaría con todo en un travesía hiperbólica por la distancia, 220 kilómetros, contracultural en la era del ciclismo exprés y los esprints en las montañas. Retornó el Giro sobre su historia, al ciclismo de antaño, cuando las distancias tenían significado por sí mismas. Elia Viviani se llevó el triunfo, que no la gloria, porque su esprint resultó irregular. Levantó los brazos, pero los jueces dieron el triunfo a Fernando Gaviria, segundo. Al italiano, su bandazo en el esprint le dejó sin confeti.

Era imposible que hubiera festejos en una jornada sin contenido porque no se presentó Eolo, en la que solo se cambió el gesto durante 6 kilómetros, los últimos, tras 214 con el ritmo propio que acuñan los bidegorris. Y en esa aceleración, después de un pacto de no agresión, con los equipos ovillados, con los dientes afilados, hubo quien se cayó y quien, como Richard Carapaz, necesitó apresurarse tras una avería mecánica. El ecuatoriano, que tuvo que pedalear sobre la bici de un compañero, cedió 46 segundos en meta. Al inglés Tao Geoghegan, envuelto en una caída, no le fue mejor y perdió 1:28 en Orbetello. El Ineos no es el Sky aunque sea su heredero.

Como en la carretera no se movía una hoja y lo único que acontecía era el orgullo de Hatsuyama, protagonista de un biopic, el Giro miró a Vinci, donde nació Leonardo, probablemente el mayor genio de la historia. El Renacimiento, la luz que alumbró Europa, no se entiende sin él. En Leonardo confluían el pintor, anatomista, arquitecto, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico... Entre su ingente obra, el curioso infinito, pintó la Última cena y la Mona Lisa, dos de las pinturas más famosas de la historia. El prodigio italiano también imaginó como nadie el futuro. Como perfiló un rudimentario helicóptero, alguien pensó que la mente extraordinaria del genio, qué menos, sería capaz de dibujar una bici en el siglo XV, con cadena y todo. Apareció en el Códice Atlántico. Un investigador alemán demostró que ese diseño se introdujo entre los papeles del inventor en 1961. Leonardo no inventó la bici, aunque bien pudo hacerlo el genio.

Hatsuyama no pasará a la historia, pero el japonés le echó coraje y le otorgó un mínimo de altura moral y dignidad a la etapa, donde gobernó el “y si ...”. Entre tanto, se expandieron los bostezos en lo ancho de la carretera en medio de la desgana. Conversaciones de ascensor y poco más. Sho, que alcanzó un renta de más de siete minutos, capituló en cuanto el Trek le dio algo de vida a una jornada melancólica por pura inercia, que pedaleaba con ruedines y tenía aspecto de huelga encubierta. Todos lo entendieron, menos Sho, el nipón, que fue por libre. Ya se sabe que en las huelgas a la japonesa se trabaja más. La dignidad de Hatsuyama.

Carapaz pierde 46 segundos

Cambio de bici. A Richard Carapaz (Movistar), el escudero de Landa, le salió cara la etapa por culpa de una avería mecánica que le imposibilitó llegar con los mejores a meta. El ecuatoriano perdió 46 segundos. “Desde el inicio fue una etapa nerviosa, pero uno nunca espera incidentes así. He pasado por encima de un bache, he dañado una rueda y he tenido que cambiar bici con Pedrero. Yo soy pequeño y mis compañeros son más altos (ríe), así que iba pedaleando como podía. Luego nos ha pillado la caída y ya ha sido imposible remontar”, dijo Carapaz.