HUBO una época en la que el líder del Tour no destacaba. Su bicicleta se perdía entre el pelotón, que engullía cualquier nombre. No importa quién comandara la general, sobre el asfalto, todos los ciclistas formaban una marea homogénea, difícil de deshacer para unos periodistas que se dejaban las gafas y la vista en discernir cuál de tantos rostros era el del ganador. Porque la primera edición de la ronda gala se celebró en 1903, pero tuvieron que pasar 16 años para que el maillot amarillo saliera a escena para la tranquilidad de los cronistas. El primer corredor en portarlo fue el francés Eugéne Christophe. Un 19 de julio de 1919. Es decir, hoy, la prenda más distinguida del Tour de Francia celebra su centenario y tan solo cuatro rodadores de EH ha tenido el honor de vestirla: José María Errandonea, Gregorio San Miguel, Miguel Indurain e Igor González de Galdeano.

El primero en ponerse el amarillo fue Errandonea (Irun, 1940). Lo hizo tras dar la campanada en el primer prólogo contrarreloj de la historia del Tour, en el 67. Porque todos esperaban que fuese el local Raymond Poulidor quien se llevara la victoria, pero el guipuzcoano partió a última hora para arañarle al reloj seis segundos y meter el maillot en su armario. Y es que el reglamento permitía que cada conjunto escogiera el momento de salida de uno de sus corredores. Errandonea salió a las 22.00, sin el sol calentando nucas, dispuesto a ganar. Porque para el irundarra, llevarse el prólogo no fue ninguna sorpresa: “Estaba todo calculado y es cierto que a veces las cosas no salen bien, pero en esa ocasión sí salieron como esperaba, que era ganar el prólogo”, dice Errandonea. El corredor solo pudo mantener el amarillo una etapa más -después le relevó el holandés Van Neste- por culpa de una caída y un forúnculo que intentó paliar con una chuleta deshuesada entre tela y nalga; pero siempre recordará ese momento, el más importante de su carrera: “Fue muy especial vestir el maillot amarillo y también fue histórico el disgusto y la decepción de Poulidor y de todos los franceses, que esperaban que ganara esa crono en Angers”.

Tras ello, 25 años tuvieron que pasar para que otro vasco se llevará el prólogo de la Grande Boucle. Fue Miguel Indurain (Villava, 1964) quien lo consiguió y, tras ello, fue sumando Tour tras Tour, hasta llegar a cinco consecutivos. Alcanzó su primer maillot amarillo en Val Louron, tras su escapada junto a Chiappucci; ganó la ronda gala del 91 al 95 y vistió la prenda del líder hasta en 60 ocasiones. Aunque reconoce que, de todos ellos, solo mantiene los cinco con los que llegó a París. Indurain tiene el honor de pertenecer a la galaxia de pentacampeones junto a Eddy Merckx, Jacques Anquetil y Bernard Hinault; forma parte del escuadrón del amarillo y poca presentación más necesita. Sin embargo, antes de que el navarro deslumbrara al mundo con su ciclismo hambriento, hubo un vizcaino que tuvo el honor de ponerse el maillot de líder durante toda una etapa: Gregorio San Miguel.

Era 1968 y tan solo había pasado un año desde la victoria de Errandonea cuando San Miguel (Balmaseda, 1940) se hizo con el amarillo a falta de cinco etapas para arribar a París. El vizcaino tiró de piernas y se lució en un día para el recuerdo en Los Alpes, desde Saint-Etienne hasta Grenoble. Relevó al belga Georges Vandenberghe en el liderato y se sentó en el trono del Tour para olfatear, sonriente, el maillot. Olía a líder. A líder a falta de cinco etapas. San Miguel sintió que podía ganarlo, hoy en día todavía lo cree así, pero dice que le faltó equipo. Le faltaron escuderos, así que no pudo conservar el amarillo. Finalmente obtuvo un meritorio cuarto puesto, pero quedar fuera de un podio que tanto había husmeado le escuece a cualquiera. Con todo, el balmasedarra conserva su premio, su maillot de lana finita, como el mejor homenaje a sus piernas.

el último intrépido Igor González de Galdeano (Gasteiz, 1973) es el último vasco que puede presumir de haber sido líder en Francia. Fue el corredor revelación de la temporada y del Tour de 2002. Era la punta de lanza del ONCE que quería derrotar a Lance Armstrong, el por aquel entonces súper hombre del ciclismo, y tuvo el privilegio de dormir de amarillo siete días. “Gracias a la contrarreloj por equipos y a una buena actuación en la montaña, al final de la primera semana pude colocarme líder”, recuerda. González de Galdeano presume del ONCE, que le brindó uno de los mejores momentos de su carrera al permitirle conservar el amarillo durante varias jornadas: “Es una experiencia que te marca como profesional, es algo soñado para todos los ciclistas”.