La París-Roubaix, el Infierno del Norte, es una trinchera de piedras y barro. Una carrera tan exigente que escruta el alma de los ciclistas, que mide sus arrestos y los arrastra a la ciénaga de la supervivencia. Resistir es vencer. Se asemeja la clásica a una guerra. Andrei Tchmil, un clasicómano tremendo (22 de enero de 1963, Jabárovsk, Rusia, ), venció la París-Roubaix de 1994. Llegó en solitario, con el barro tiznándole el rostro del esfuerzo, al velódromo de Roubaix después de componer un acto heroico. Fue una edición que L'Equipe, la biblia del ciclismo, definió con un titular solemne: Épique.

Aún retumba en la memoria colectiva aquella locura de Tchmil, que atacó a 67 kilómetros de la gloria en un día infernal, uno de los más duros que se recuerdan en una clásica que es un calvario. Salvaje y brutal, Tchmil conquistó la París-Roubaix, tocada por la nieve, sin mirar atrás. Irreductible. El ciclista, que nació bajo la bandera roja de la hoz y el martillo, (fue campeón de la Unión Soviética en Ruta en 1991) venció otros dos Monumentos: el Tour de Flandes (2000) y la Milán San Remo (1999), además de un buen puñado de carreras de gran pedigrí.

Aquel día de 1994, entre los endiablados caminos de piedras del Infierno del Norte, le persiguió Johan Museeuw (13 de octubre de 1965, Varsenare, Bélgica), uno de los más grandes clasicómanos de la historia. El belga, campeón del Mundo de 1996, se coronó en tres ediciones de la París-Roubaix y en otras tantas en el Tour de Flandes. En 1994, Museeuw no pudo rastrear al incandescente Tchmil, una fuerza de la naturaleza desatada. Ira y fuego. El león de Flandes aguantó 100 metros el empuje colérico de Tchmil, un tipo que masticaba los pedales con furia. Su estilo, una oda al brutalismo, como esos edificios que acogieron su infancia en la Unión Soviética, enfatizaba su valentía. A Tchmil, al frente en aquel lodazal, nada le asustaba. Corajudo, corría como si persiguiera una misión.

RIVALIDAD DEPORTIVA

La rivalidad en las carreras, donde ambos competían sin desmayo, tejió posteriormente el reconocimiento mutuo y la amistad entre Tchmil y Museeuw. Son amigos. En la distancia, mantienen el contacto. El belga recibió una llamada de Tchmil. Probablemente nunca hubiera querido recibirla. El fin de semana había sido una canto al ciclismo en Bélgica, que celebraba la llegada de las clásicas; la primavera del ciclismo aunque aún dure el invierno. Wout van Aert decoró con el maillot de campeón belga su exuberante actuación en la Omloop. Ofreció un recital de ciclismo. Museeuw vio la carrera con entusiasmo.

El domingo, el calendario de clásicas seguía resoplando espíritu festivo en Bélgica. Asistió Museeuw a la victoria de Fabio Jakobsen en la Kuurne-Bruselas-Kuurne. Lucía el sol. Un día estupendo. Bicis y buen tiempo. Qué más se puede pedir un fin de semana. Entonces, una tormenta de oscuridad entró en su vida como un jinete del Apocalipsis que galopa sobre un relámpago de fatalidad.

"EN MEDIO DE LA GUERRA"

El móvil parpadeó. Bramó una llamada. Era su amigo, Andrei. Siempre es agradable escuchar la voz de un amigo. Tchmil logró la victoria en la Kuurne de 1998 y del 2000. Museeuw la había ganados antes. En 1994 y 1997. Tenían de qué hablar. Del presente y de su glorioso pasado. Pero Tchmil no le iba a comentar las carreras. Tampoco quería a recordar los viejos tiempos. El hombre con el que Museeuw mantuvo intensos duelos sobre la bici, que entonces parecían guerras, porque la guerra, el peor destino de la humanidad, aún no había prendido en la vida de Tchmil, le dio la peor de las noticias.

"Él me dijo: solíamos pelear en muchas guerras en la bici, pero ahora estoy en medio de la guerra", expuso Museeuw con el corazón triste y el asombro de la sinrazón congelándole el ánimo a través de un vídeo en las redes sociales. De repente, el mundo había cambiado. Era un lugar peor. Su amigo le llamaba para despedirse porque no sabía si saldría vivo de la invasión rusa.

Tchmil reside con su familia en Ucrania, donde tiene una empresa de bicicletas. Cuando se desmoronó la Unión Soviética adquirió la nacionalidad. Aunque también tuvo pasaporte moldavo, ruso y belga. Los azares de la vida. El exciclista "vive en la zona de la frontera, a 100 kilómetros de donde se están produciendo los combates" alertó Museeuw.

Tchmil está en el corazón de la guerra. Con la tropas rusas avanzando en territorio ucraniano, Tchmil tuvo que poner a salvo la vida de su mujer y su hijo de apenas un año."Esta mañana he enviado a mi mujer y a mi hijo, de un año, a Rumania para protegerlos. Yo voy a permanecer aquí. Voy a luchar", le dijo el ucraniano a su amigo. "Se me pusieron los pelos de punta. Es un sin sentido. Todo esto tiene que parar", relata Museeuw.

"SOLO QUIERO OÍRTE"

Tchmil, un luchador sobre la bici, no tiene intención de capitular sin presentar batalla. Se irá al frente. Esa es su misión ahora. Apelear por su vida y por el destino de su país. Como todo combatiente, no sabe si volverá a charlar en el futuro con su Johan. Por eso llamó a su amigo. "Solo quiero oírte, Johan. No sé si estaré mañana o pasado mañana. Espero que así sea, pero si no lo es, te mando tres besos", le dijo Tchmil a su amigo durante la conversación de teléfono.

Museeuw, contrariado, sin saber bien qué decir, zarandeados los adentros por la situación, agradeció la llamada a su amigo. "Gracias por haberme llamado. Deseo desde lo más profundo de mi corazón que podamos seguir llamándonos mutuamente". Johan espera la llamada de Andrei. La guerra alista a Tchmil.