Tenía la Milán-Turín, resituada en marzo, a dos brazadas de la monumental Milán-San Remo y entregada al esprint una vez borrado el final de Superga, el aspecto de los ensayos generales, o al menos de los simulacros de La Classicissima. La Milán-Turín no tiene la jerarquía de la clásica que finaliza en Vía Roma, pero es la clásica más vieja.

Repleta de arrugas, pero con el recorrido llano y liso, lució un rostro firme, un lifting idóneo para los velocistas, que fueron de Lombardia al Piamonte, del extrarradio de la capital lombarda a las afueras de Turín. Con las grandes estrellas pendientes de la Milán-San Remo, la carrera concentró a un buen puñado de esprinters con la idea de recoger el legado de Arnaud Démare, que venció en la edición de hace un par de años.

Entre esos tipos que gozan con la adrenalina, la velocidad y el vértigo, ninguno como Mark Cavendish, el velocista eterno. Infatigable. El esprinter de la Isla de Man, 36 años, continúa centrifugando los pedales con el ímpetu de un adolescente. Aún le perdura la explosividad, que es lo primero que se pierde con el paso del calendario. Cavendish es refractario a la corrosión de la vejez. Mantiene intactas las fibras rápidas. Durante un tiempo se asemejó a un exciclista.

Él, que siempre brotaba en los esprints, fue tan anónimo durante 2020, enrolado en el Bahrain, que se alistaba a las fugas para que le vieran. Coqueteó Cavendish, en plena decadencia, con dejar el ciclismo hasta que Lefevere le rescató de la intranscendencia. En 2021 sumó cuatro etapas en el Tour de Francia. Un milagro en bici. Revivido cuando regresó a la guarida de la manada de lobos de Lefevere, Cavendish es un cohete.

A LOMOS DE MORKOV

El británico no dejó que nadie le sombreara en el esprint. Morkov, el mejor lanzador del mundo, se lo metió en el bolsillo. Cavendish era el pajarillo que lucía el plumaje sobre la estampida de rinoceronte de Morkov. Cuando Cavendish se impulsó con ese estilo tan suyo, su puño veloz atravesó el viento. Era su único adversario.

Bouhanni, que se maneja con destreza en el boxeo, se fue a la lona. Kristoff tampoco debatió en realidad. A ambos los desactivó el salvajismo de Morkov, una bendición para los velocistas del equipo. Morkov es la pértiga. Aclarado el paisaje, Cavendish solo tuvo que pleitear con su leyenda, que es gigantesca.

IGUALA A SEAN KELLY

El velocista alcanzó su victoria 159 y desempató con Greipel, que contaba 158 laureles. Con la gloria de la clásica, Cavendish se emparejó en el histórico con el mítico Sean Kelly, uno de los más grandes. El ciclista de la Isla de Man continúa batiendo récords. Hombro con hombro con King Kelly, si bien el irlandés era un ciclista con mucho más radio de acción que Cavendish. Vencedor de 7 París-Niza, dos Milán-San Remo, dos París-Roubaix, dos Liejas, tres Giros de Lombardía, cinco etapas del Tour, 16 de la Vuelta y la general de 1988, entre otros logros. También se coronó tres veces en la Itzulia el irlandés.

En su segunda juventud, Cavendish es un hombre al triunfo pegado. Por eso, después de la alegría y de abrazarse a Morkov en señal de agradecimiento, quiso reivindicar su nombre y su estatus en el duelo que mantiene con Fabio Jakobsen para acudir al Tour como el velocista del Quick-Step.

ROMPER EL RÉCORD DE MERCKX

"Sin Fabio el equipo también responde", dijo a las cámaras Cavendish, que persigue el récord de victorias de etapa en la Grande Boucle. Empatado con Merckx a 34 triunfos, el británico percute con virulencia para convencer a Lefevere, que confía en Jakobsen. Cavendish, orgulloso, mantiene la mirada y no baja la cabeza. Está dispuesto a luchar para tener un dorsal en el Tour.

Marcellusi, Viegas y Bolivar no aspiran a tanto. Humildes, lo suyo son asuntos más terrenales. Trenzaron la fuga en cuanto se desperezó la clásica. Rodaron al frente 170 kilómetros. El pelotón dio carrete a los tres muchachos hasta que decidió esposarles cuando el aroma del esprint era inevitable. En ese instante, Ben Healy y Bettiol atacaron a dúo. Una oda a las utopías. Healy, irlandés, tozudo, se reivindicó.

Fue la lija para laminar al Wolfpack, los lobos que pastoreaban el rebaño. El irlandés es otro joven con descaro. Debutante en el WorldTour, no se asustó Healy. Dejó su impronta. El Quick-Step tuvo que alternar a varios de sus costaleros para mitigar el empeño del irlandés. Luego apareció el urbanismo italiano con las rotondas barnizando de nervios y tensión la desembocadura de la clásica apresurada. Terreno para Morkov. En la recta de meta, la locomotora danesa descarriló a todos para posar a Cavendish sobre su victoria 159. El británico no cede. Cavendish, el rayo que no cesa, alcanza a Kelly.