No logramos señalar, en toda la historia del ciclismo, a un ganador de Giro y Vuelta, y tres podios en el Tour, y otras buenas victorias, con tantos críticos como Quintana. Con mucho menos palmarés se ha admirado y elogiado a muchos ciclistas, pero algo tiene el colombiano que le convierte en pimpampum de sus detractores. Es como el carisma, pero al revés. Un problema que no sabe -o le da igual- solucionar. Y no vale que tenga un carácter arisco, que también lo tenían, por ejemplo, Hinault o Fignon, y poco o nada les restaban. Quizás su fama de chuparruedas -aunque en esta Vuelta ganó con brillantez en Calpe, al ataque-, quizás su exigencia permanente de ser único jefe de filas -con Valverde no se ha atrevido, pero a Landa lo ha desquiciado estos dos últimos años-. A saber. Pero en el ciclismo define más la imagen que las victorias, y la de Quintana es la de ese ciclista huraño que casi todos quieren que pierda. Mal asunto para él.