DONOSTIA. La felicidad es una emoción que se produce en un ser vivo cuando cree haber alcanzado una meta deseada. Esa fue sin duda la sensación que experimentaron los cerca de 3.000 realistas que se acercaron hasta Miranda de Ebro tras sellarse la clasificación para una final de Copa 32 años después. Entre ellos solo los privilegiados 1.050 con entrada disfrutaron de la inmensa fortuna de presenciar en directo en el vetusto Anduva una de las mejores victorias de su equipo en las últimas tres décadas.

Lo que se generó durante el día en las calles de la ciudad burgalesa fue una de las atmósferas futbolísticas más extraordinarias que se han creado en mucho tiempo. Pese a los lógicos nervios y a la creciente tensión según se iba acercando la hora del comienzo del choque, las dos aficiones convivieron sin provocar el más mínimo incidente a lo largo de todo el día, según fuentes policiales locales consultadas ayer por este periódico. Ni uno. Y eso que el consumo del alcohol fue incesante y que la decepción en el bando local tras el desenlace de la eliminatoria acabó resultando conmovedora. Como es lógico, las escenas más tristes las protagonizaron muchos niños, que no pudieron contener el llanto después de la derrota de sus ídolos. La sensación de los castellanos era de que tenían muchas opciones de clasificarse tras el 2-1 de la ida.

Las dos hinchadas incluso se citaron en un céntrico bar de Miranda, el Donald, para acudir al campo juntos y recibir a sus respectivos equipos en los aledaños del campo.

Anduva es un estadio en el que se respira fútbol. Con un estilo muy británico. Todo lo contrario que La Cartuja, escenario de la final, que es un recinto frío, con una odiosa pista de atletismo, como bien sabemos por estos lares. Y eso es lo que se llevaron los 1.050 con entrada, ya que pudieron paladear el pasaporte a la final sintiendo a sus jugadores muy cerca y sufriendo junto a ellos. No lo olvidarán fácilmente. Bueno, en realidad fueron 1.051, puesto que, pese a que había dos cinturones de seguridad para entrar en el campo, al menos un aficionado se coló y, al entrar en la grada supletoria del Fondo Norte, le lanzó su entrada sin utilizar a un afortunado amigo de su cuadrilla que había viajado de vacío. Durante el partido, Bultzada, que estaba situada en la parte central del graderío, fue la que llevó la voz cantante y el motor de todo el fondo norte del estadio.

Fue curioso, porque tras tres semanas en las que las dudas y el miedo se habían extendido entre la parroquia txuri-urdin, a la hora de la verdad, el día de la batalla, la gran mayoría acudió convencida de lograr el pase a la final. Durante el encuentro, rivalizaron en cánticos con la animosa hinchada local, que hizo valer su mayoría para imponerse por momentos. En los últimos minutos fue precioso cómo todos los seguidores locales extendieron sus bufandas y entonaron el himno y un emocionante "Orgullosos de nuestros jugadores".

Con el pitido final, la afición blanquiazul explotó de alegría. El banquillo saltó al campo a celebrarlo con sus compañeros, mientras Imanol, desnortado, con la mirada perdida y las manos en la cara, aguantaba como podía el llanto. Quien no lo consiguió fue un emocionadísimo Jokin Aperribay, que incluso alzó los brazos al cielo junto a Mikel Ubarretxena. A partir de ahí, las imágenes de felicidad, esa emoción que se produce en un ser vivo cuando cree haber alcanzado una meta deseada, fueron increíbles e inolvidables. Toda la plantilla se acercó hasta el fondo para festejarlo con su hinchada, entre la que había muchos bañados en lágrimas de alegría. No solo cantaron y bailaron a pocos metros de la valla, sino que tuvieron el detalle de acercarse y muchos de ellos de fundirse en abrazos con sus respectivos familiares. Especialmente emotivo el de Imanol y Aperribay, el primero, ya que luego llegaron muchos más entre ellos; el de Oyarzabal con su aita, que le acompaña a casi todas partes; y el del técnico con su hijo emocionadísimo y roto por la ilusión. Postales que tardarán en borrarse de la retina de los presentes. A partir de ahí, las escenas de celebración fueron constantes. Hasta directivos y jugadores abrazados a periodistas que cubren la información local, algunos de ellos también con los ojos húmedos. Y la salida con muchísima afición esperando. Parte de ella que se había acercado desde el centro donde el Ayuntamiento de Miranda había colocado una pantalla gigante y en la que hubo mayoría visitante. Imanol se volvió a quedar con todos, cerrando su rueda de prensa con los mejores deseos para el Mirandés y un "¡Aupa Real, Dios!". En el Chiringuito contó que cuando era niño era de los que se encerraba en su cuarto enfadado cuando perdía la Real. Pero especialmente significativa fue la presencia del gran Bixio Gorriz, que vivió como un aficionado más la tensión de la noche en los micrófonos de la Ser y que se quedó esperando solo en la cabina a que le dieran paso. Solo no. Con su bonanza y sus recuerdos. Imanol acabó subiendo para agasajarle de forma que pone en riesgo las costillas de cualquiera de los elegidos.

Cuando el autobús ya había arrancado de vuelta, el oriotarra le hizo parar para saludar y ser agasajado por unos seguidores. Lo que sin duda no esperaban es que en Zubieta les aguardara pasadas las 2.00 horas otro centenar de aficionados que les recibió con bengalas. Imanol pidió al chófer que fuera tocando la bocina. La alegría era incontrolable.

La Real siempre ha sido un motor de sensaciones en Gipuzkoa. La alegría que provocó el miércoles con su clasificación perdurará en el tiempo. Miranda ya forma parte de la leyenda txuri-urdin. Solo queda rematar en la final para que la felicidad sea definitivamente completa. Hacía mucho tiempo que la hinchada realista no lloraba tanto. Esta Real tiene un color especial...