odo el castellano que aprendió Michael Robinson lo hizo en sus años en Osasuna y después se dedicó a conservarlo, como reconoció en más de una ocasión, que no a mejorarlo. Una cadencia y vocalización exclusiva, también el sostenimiento de una reflexión en el aire esperando a que rompiera la palabra, una seña de identidad que consolidó en su trayectoria en los medios de comunicación y que le llevó a nombrar así, Acento Robinson, su último programa en la Cadena SER.

El Michael Robinson futbolista que llegó a Osasuna en enero de 1987 era un tipo orgulloso y risueño que saltaba al campo a dejarse la vida por la camiseta y que comprobó rápidamente que a la grada de El Sadar le bastaba con ello, con sudar y morir en cada asalto, que no es poco. Por eso Robinson encajó, cayó bien y dejó una huella especial en el aficionado, un recuerdo que fue mejorado con el paso del tiempo y que resultó aderezado por su presencia en los medios en los 30 años siguiente. En el campo lo daba todo en lo físico y en lo mental y, por esto, sabía cuándo había que correr aunque no se fuese a ninguna parte porque no era una carrera perdida, sino un arañazo a la confianza del contrario ante el fragor de ese tanque sin frenos que chocaba con todo y un guiño a la grada de ese delantero soriente y feliz, un código particular que anunciaba a la siguiente un zarpazo. Robinson siempre fue simpático y cercano en Pamplona con los aficionados y periodistas, e hizo un tándem muy corto en el tiempo con Sammy Lee, ese medio centro eléctrico con el que Osasuna insistió en la vía inglesa. Con Robinson latía el orgullo de quien saltaba al campo a ganar, a que nadie le tocara los cojones, aunque jugase en el último de la Liga. Algo que nunca está de más que alguien recuerde por mucho amor propio que se tenga. Por eso y más, nos tomamos una cerveza a tu salud. O varias. Como entonces.