Después de tomar en marzo la difícil decisión de que no haya público extranjero en los Juegos de Tokio, con el mazazo para los ingresos que eso supone y con cierta desnaturalización de lo que es la cita olímpica, las autoridades japonesas están ahora dándole vueltas a la posibilidad de que tampoco haya público local. Todo contra una pandemia que, al parecer, Japón no consigue frenar como le gustaría. El problema es que éste es el último muro de contención; si se toma esa decisión, el siguiente debate será directamente sobre cancelar o no -y esta vez de forma definitiva- los Juegos. Lo más curioso es que la principal oposición a que se celebren no viene del extranjero, ni mucho menos del COI (entre salud y economía, el organismo no duda ni un segundo a favor de la segunda), sino de la propia población japonesa. Pese al coste millonario. Gente con prioridades claras.