Desde finales del siglo pasado las mujeres comenzamos a recibir mensajes desde diferentes fuentes sobre la importancia de la práctica de ejercicio físico y deporte para nuestra salud. La oferta en los gimnasios ha ido creciendo para nosotras, desde entonces, de forma imparable en cuanto a variedad de contenidos, formatos y accesorios, convirtiéndose en un auténtico business.

De la austera gimnasia de mantenimiento realizada con chándal y colchonetas de espuma como único material disponible se ha llegado al ejercicio con chalecos de electroestimulación y pantalla de medición de la intensidad. Resulta interesante observar salas repletas de personas en mallas pedaleando al ritmo de la música, grupos trabajando en postas un circuito de crossfit o gente caminando o corriendo en las cintas rodantes mientras controlan sus parámetros cardíacos por el móvil. Es gratificante comprobar como las mujeres van comprendiendo la necesidad de incorporar la práctica física en sus vidas como fuente de salud.

Sin embargo, en nuestra sociedad consumista parece que solo podemos tener una buena salud si acudimos a un determinado centro deportivo, a practicar la última actividad de moda y, además, con una determinada indumentaria. Parece una necesidad imperiosa hacerse socia de un determinado gimnasio para poder tener salud. Y, sin embargo, nada más lejos de la realidad. Llegadas a este punto es fundamental recordar que el mensaje que intentan transmitir hasta la saciedad las instituciones y organismos de referencia en materia de salud y ejercicios físico es que por un lado llevemos una vida activa y por otro reduzcamos nuestro nivel de sedentarismo. Realizar una determinada actividad deportiva o de fitness un par de horas a la semana está muy bien, pero es más importante mantenernos activas todos y cada uno de los días de la semana.

Es cierto que la práctica de una determinada actividad física en un centro deportivo o de fitness nos aporta un sinfín de beneficios, entre los que podemos destacar: la obligación de romper nuestra rutina, el innegable componente social al ser un espacio de encuentro con amigas a las que de otra forma no podríamos ver (sobre todo cuando, además, son madres), el aprendizaje y ejecución de patrones de movimiento de forma correcta y dirigida, y desde luego, la mejora de nuestras capacidades físicas a la vez que una fuente de bienestar físico y psicoemocional. Pero es poco responsable delegar nuestra salud en una actividad de dos horas por semana, mientras el resto del tiempo lo pasamos, mayoritariamente, sentadas en el trabajo, en el coche, estresadas y, habitualmente, descuidando las posturas.

Es cierto que el ejercicio físico es tan agradecido que aunque realicemos un bajo nivel de actividad física éste siempre nos ayudará a sentirnos mejor, pero indudablemente no podremos revertir una situación de sedentarismo global con una pequeña práctica puntual. Ciertamente, más vale poco que nada, pero es necesario que vayamos entendiendo que para vivir en salud lo fundamental es ser una persona activa. ¡Cuidado! No confundir ser activa con ser hiperactiva. Hacer muchas cosas a la vez pensando, además, en todo lo que nos queda pendiente nos sitúa en una vorágine de estrés que poco tiene que ver con el concepto de actividad saludable al que estamos aludiendo. De hecho, la actividad saludable es un concepto inversamente relacionado con el estrés y con el sedentarismo, elementos éstos que pudieran parecer antagónicos pero que, paradójica y habitualmente, coexisten. Y es que muchas veces somos personas superocupadas que acabamos el día tan cansadas que solo queremos tirarnos en el sofá y desconectar haciendo zapping o wasapeando. Esta realidad cotidiana nos lleva a un escenario de estrés y sedentarismo donde la práctica física, bien sea ir al gimnasio o salir a caminar, se pospone sine die, resultando ser el peor de los contextos posibles desde una perspectiva de salud.

De hecho, en un artículo de 2005, la OMS advertía de que, manteniendo estos niveles de inactividad física, para 2025 se prevé que el 75% de las enfermedades no transmisibles tengan como causa principal el sedentarismo. Mientras que por su parte el estrés está directamente relacionado con patología cardiovascular y muerte prematura. La propia OMS nos alerta de que cuidar la salud debe incluir tanto un aumento de la actividad física, como una reducción del tiempo en estático.

Por tanto, un buen ejercicio para mejorar nuestra salud integral debería comenzar por un replanteamiento vital. Apuntarnos a un centro deportivo es una buena opción pero también podemos autogestionar nuestra actividad física y por tanto, nuestra salud. Los organismos internacionales nos especifican que menores de 5 años deberían hacer 180 minutos diarios de actividad física como mínimo. Entre los 5 y los 17 años, 60 minutos/día. Y las personas adultas, 150 minutos/semana de actividad moderada o 75 minutos/semana de actividad vigorosa. Pero no solo eso, también nos animan a llevar a cabo otros cambios como: hacer pequeñas pausas activas, cada hora o cada dos horas en nuestro trabajo; dejar el ascensor y subir y bajar por las escaleras; despertarnos con unos estiramientos suaves como el saludo al sol en vez de sentarnos con el café ojeando el móvil; cambiar la elección de nuestro modo de transporte optando por la caminata o la bicicleta?. Pequeñas grandes acciones con las que podemos empezar a cambiar nuestro mundo. Y de paso, el de las personas que nos rodean. No olvidemos que los bebés, niños y niñas aprenden por imitación. No importa lo que se les diga, siempre copiarán las acciones y actitudes que vean a su alrededor y fundamentalmente de sus personas de referencia: padres, madres, profesorado, profesionales del ejercicio? Seamos unos buenos modelos, representando aquello que querríamos para nosotras: menos sedentarismo, menos estrés, mas actividad física y, por tanto, más salud y felicidad.