“Aquí no hay chivatos ni policías ni es delito hablar libremente”, escribía Jesús San Martín en su diario en el encierro que protagonizó junto a 46 compañeros más en las minas de Potasas durante quince días, entre el 7 y 21 de enero de 1975.
Felipe Martínez, el minero más veterano de todos ellos, de 87 años, rememoraba ayer aquel episodio: “Fue todo muy duro: se la jugamos a la Guardia Civil y entramos a la carrera en la mina. Nos mantuvimos como una piña; pero el último día, teníamos miedo porque no sabíamos qué iba a hacer la policía con nosotros. Pero, nada más salir del pozo, se me acercó un practicante conocido y me avisó de que nos iban a llevar a casa. Me comentó que no me podía decir nada más y se fue”.
Cuatro décadas después de ese momento, 22 de ellos se reunieron ayer en Pamplona para recordar una protesta que reivindicaba mejores condiciones laborales, derecho a asambleas y la readmisión de trabajadores despedidos.
El mismo día que se cumplieron los 40 años de la salida de su encierro, ayer, 21 de enero, se citaron en un restaurante de la capital navarra para rememorar una huelga que, al final, supuso el despido de los 47 por motivos sindicales, con sanciones de entre 10.000 y 50.000 pesetas, pero que no pasó a la historia como una más. La solidaridad con los mineros se propagó por el cinturón industrial de Pamplona y pararon hasta 20.000 trabajadores durante esos días, de los que 1.500 fueron despedidos de empresas como Eaton, Inepsa, Frenos Iruña, Safar, Ibérica o Ufesa.
Además, 30 sacerdotes iniciaron una huelga de hambre por estos mineros en el Arzobispado y redactaron una homilía en la que denunciaban la injusticia social y la falta de libertad para que los trabajadores se pudieran reunir y asociar, que se leyó en varias parroquias. Así el régimen franquista, en decadencia, consideró esta huelga, asignada al movimiento clandestino de Comisiones Obreras, un ataque directo, ya que el ministro de Información y Turismo, León Herrera, señaló el mismo 7 de enero que el Gobierno era consciente de que estaba sometido a “un reto político de origen subversivo al pretender atentar contra el Estado e instituciones”.
Antes de producirse el encierro, los trabajadores de Potasas de Navarra, una plantilla de 2.200 profesionales, llevaban 50 días de huelga para lograr la actualización de los sueldos, corregir la excesiva diferencia entre los salarios existentes dentro de la empresa, dejar de vincular las nóminas a la productividad y reducir la jornada semanal de 48 a 40 horas. Tras las navidades, el día 7 de enero, la empresa anunció que sancionaba durante dos meses más, sin empleo y sueldo a la plantilla, sin entrar a negociar nada.
desde el pozo de undiano
Seis kilómetros en ocho horas
La Guardia Civil no supo cuántos entraron
Ante el inmovilismo de la empresa, estos mineros se dirigieron a Astrain para entrar a la mina desde el pozo de Undiano, a seis kilómetros de donde pasaron el encierro. “La Guardia Civil no supo cuántos entramos y desde dentro dijimos que estábamos cien y se lo creyeron. Nos costó ocho horas llegar desde Undiano hasta una sala acondicionada en el pozo de Esparza, que llamamos el hogar del minero”, cuenta Jesús San Martín.
Estos trabajadores se hicieron con 50 kilos de naranjas, 30 kilos de leche condensada, 240 barras de chocolate, 200 cajas de galletas, 200 latas de verduras, 43 mantas y 12 botellas de coñac. Escasa lista para 47 personas. “El primer día cuando entramos a la mina en Undiano nos fijamos que había bocadillos en la zona donde se comían, pero no los cogimos. En cambio, días después, cuando el hambre apremiaba, un compañero y yo recorrimos los seis kilómetros hasta esa zona, llegamos y comprobamos que estaban con moho, despedían ese polvo verde. Regresamos, agotados, sin nada, y los compañeros nos preguntaron por los bocadillos. No nos creyeron que no los traíamos, pensaban que nos los habíamos comido. El hambre fomentaba las discusiones, pero el compañerismo entre todos nos permitía superar estos obstáculos”, contó Eusebio Pérez Martín, natural del pueblo granadino de Láchar, que llegó a Navarra con 17 años y comenzó a trabajar en 1963 en Potasas. Al principio no le gustó y tras un año, pidió el finiquito, pero en 1971 regresó y se le admitió.
Entre los encerrados había la mayoría navarros, pero también andaluces, manchegos, asturianos, leoneses y guipuzcoanos, con una media de 30 años y un periodo de estancia en la empresa de entre seis y ocho años. Felipe, el veterano del grupo, provenía de las minas de Puertollano, en Ciudad Real. Javier Urroz, de la Milagrosa, comenzó a trabajar en la mina porque le animaron los asturianos de Potasas que vivían en su barrio. “El peor recuerdo de aquellos días fue cuando descubrimos que una rata muerta yacía en el depósito del agua, porque ya no podíamos beber de allí”, relató Urroz, que comenzó a trabajar con 18 años en la mina.
Urroz ensalzó “la camaradería” del grupo, vital para sumar quince días de encierro sin prácticamente víveres, con el agua contaminada, con humedad y con frío, que a su vez, provocaron en algunos compañeros, gripes y problemas estomacales. “Entramos ilusionados porque creíamos que podíamos obtener las libertades y los salarios que reivindicamos”, detalló.
las asambleas
Las reivindicaciones
De qué hablaban
Los trabajadores organizaban asambleas diarias en las que hablaban de temas muy variados, donde cada uno podía decir “tranquilamente lo que pensaba”, reiteró San Martín: de la situación de la empresa, de la clase obrera en general y sobre la política. Leían En lucha, Los fundamentos del Leninismo o el libro de Mao Tsetung. Defendían “la democracia popular para acabar con la oligarquía y el imperialismo”, y anhelaban “un Frente Democrático Popular contra el fascismo”.
Aquel 21 de enero de 1975, aunque la empresa les negara sus peticiones, salieron porque no podían aguantar más. Cantaron La Internacional y abandonaron el encierro de una mina tomada por la policía en el exterior. Desconocían si de ahí los iban a llevar presos. Los guardias los identificaron e interrogaron y en dos autobuses los trasladaron a sus casas, escoltados con un land rover y un autobús de grises por delante y otro con otros cinco Land Rover y un camión de ametralladores por detrás. La gente se agolpaba en los arcenes para recibir a quienes habían defendido en las calles esos días. Sus dudas sobre la reacción de la ciudadanía quedaron resueltas a pesar de que los 47 fueron despedidos.
Tuvo que declararse la amnistía laboral varios años después para que parte de ellos regresara a la mina, como Felipe. “En vez de ir a la mili, con 18 años entré en Puertollano; luego me pedí una excedencia y con 38 años en 1965 comencé en Potasas y tras ser despedido en 1975, regresé después de la amnistía. Y es que la mina engancha”.
previo al juicio de abril
de potasas a madrid
Rueda de prensa con medios internacionales. Carlos del Barrio y Luis Barbarin, dos de los mineros que se encerraron en Potasas, viajaron a Madrid antes de la celebración del juicio en abril para explicar cómo transcurrieron esos quince días y los motivos. La abogada Paca Sauquillo, de Organización Revolucionaria de Trabajadores, que participó en el juicio de los 47 mineros en Pamplona, organizó una rueda de prensa “semiclandestina” en su despacho, a la que asistieron infinidad de medios internacionales. “Recuerdo la cantidad de medios de comunicación que acudieron a esta cita. Narramos nuestra historia y contestamos a muchas preguntas”, contó ayer Carlos del Barrio. “En esa época, muchos de nosotros éramos muy jóvenes y carecíamos de experiencia política. Yo tenía 24 años, y aquella huelga me cambió la vida”, resaltó. “Desde entonces me comprometí a trabajar para solucionar estas problemáticas”, concluyó.