Hace unos días murió en Barcelona un trabajador de Glovo. Aunque en realidad para Glovo, legalmente, no era un trabajador, sino una persona que “prestaba un servicio”; algo así como un emprendedor o empresario de su propio tiempo. Las personas que trabajan para Glovo no están bajo ninguna regulación laboral, más allá de que tengan que pagar cuota de autónomos. Y eso sin contar con que además por compañerismo o por dinero, subcontraten ese servicio.

Estos últimos meses se comienzan a ver por Iruñea repartidores de Glovo. Algunos de ellos van en bicicletas destartaladas, y otros en ciclomotores, generalmente viejos. Parece imposible que a estos últimos les llegue para la gasolina, cobrando una tarifa en torno a los tres euros por envío, más bonificaciones. El modelo de negocio de Glovo se inscribe en lo que se viene a llamar economía colaborativa, una especie de eufemismo para nombrar una relación laboral que no se quiere considerar trabajo (ni sujetar a sus reglamentaciones). Una app gestiona la relación “colaborativa” entre alguien que desea un producto y alguien que se lo lleva a casa, o, dicho de otro modo, una empresa te lleva a casa lo que quieras por medio de trabajadores o trabajadoras que no contrata.

Glovo, como tantas otras starts apps de la economía colaborativa, son la punta de lanza de una transformación en el mundo laboral que nos cuesta llegar a entender. Sus predecesores fueron otras formas de desregulación que llevan décadas funcionando: la subcontratación, el trabajo temporal, la variedad de falsos autónomos que han venido proliferando, etc. Pero, esta nueva vuelta de tuerca nos permite ver cómo se profundiza algo que veíamos venir. El trabajo ya no es lo que era. Hace tiempo que no lo es.

Las personas que acceden ahora al mercado laboral no han visto la degradación progresiva de las condiciones laborales (no solo del salario) de las últimas décadas. No han participado de la vieja concepción por la cual el trabajo, además de un salario, te dotaba de un lugar en la sociedad. No han conocido la vinculación entre el trabajo y el reconocimiento, o entre trabajo y dignidad. Tampoco han participado del sueño del ascenso social por medio del trabajo (de la “antigüedad”, del “trabaja duro y mejorarás”). Para ellas, el trabajo es solamente ya un intercambio de tiempo y esfuerzo a cambio de unos (pocos) euros. Un intercambio que dura un tiempo. Después vendrá otro, diferente.

Aquí hemos de hacer una salvedad: quien tiene suerte, formación, papeles, tiempo y colchón familiar para poder estudiar, sabe leer convocatorias y tiene quien le informe puede aspirar al único ámbito en donde el trabajo es todavía estable: el funcionariado. Sin embargo, esto tampoco es lo que era: algunos ámbitos se han desregulado completamente (como la universidad), otros se han ido privatizando y los últimos han sufrido una tendencia fuerte de interinidad y amortización de puestos. Cada vez hay menos plazas en el bote salvavidas (a no ser que quieras ser policía, que te mete en otros problemas que no caben aquí).

Decía un filósofo que no es posible describir Inglaterra si nunca has salido de ella. Viajar y conocer otros territorios es la única clave para describir el propio. O dicho de otro modo: si todo el mundo fuera blanco, nada sería blanco, no existiría una palabra para nombrarlo. Quien se enfrenta ahora al mercado laboral no tiene con qué comparar. No ha visto ninguna degradación, y probablemente no vea diferencias sustanciales entre las opciones que se le presentan. Tampoco quienes hemos conocido mejores tiempos en lo laboral y en lo sindical hemos sido capaces de ilustrar en la medida necesaria esta degradación, pues las actitudes adaptativas y de renuncia (resiliencia le llaman ahora), han prevalecido en nuestra actuación. Quien se enfrenta ahora al mercado laboral, más allá de poder constatar que su vida no transcurre de forma satisfactoria, no sabe lo que es la precariedad. Esa palabra no es suya. Posiblemente le suene tan ajena que no le diga nada sobre su situación, y por tanto no le movilice. Quizás debamos repensar la utilidad de un concepto que, lamentablemente, ha envejecido muy rápido.

Mientras sigan vigentes las reformas laborales morirán trabajadores y trabajadoras víctimas de la precariedad, las exigencias de tiempos imposibles para trabajos sin ninguna seguridad. Pero también morirán mientras sigamos empeñados en mantener un sistema capitalista y de consumo desenfrenado que nos invita a consumir más, que crea supuestas necesidades que además queremos cubrir a cualquier hora del día y de la noche sin tener en cuenta las consecuencias que ello conlleva.

Secretaría de Comunicación de CGT/LKN