- La pandemia del coronavirus ha situado a la economía mundial en una difícil tesitura, al tener que hacer frente a unas nefastas consecuencias que superan incluso las del la Gran Recesión de 2008. El catedrático emérito de la Universidad de Deusto e investigador senior del Instituto Vasco de la Competitividad Orkestra Mikel Navarro cree que esta crisis también ofrece la oportunidad de repensar el modelos económico y político para adaptarlos a una nueva realidad.

¿Qué claves explican que en un espacio tan corto de tiempo se haya producido una caída tan pronunciada de la economía?

-Por un lado, se ha producido un shock de la oferta provocado, en un primer momento, por el corte de suministros cuando estalla la pandemia en China y luego cuando el Gobierno decreta el cierre de las actividades no esenciales. A esta situación se le une un shock de la demanda que se crea al confinar a las personas, con lo que el consumo se detiene en gran medida, y a la aplicación de ERTE y despidos que genera incertidumbre en la ciudadanía, que opta por apretarse en cinturón como medida de prevención. Hay que recordar la elevada temporalidad del mercado de trabajo. Esos trabajadores temporales no han visto renovados sus contratos, y sube la tasa de desempleo. Esta precarización del mercado laboral junto con las medidas brutales que se han implantado por la covid-19 explican la crisis económica.

¿Estamos en el peor escenario?

-Afortunadamente, no se ha producido un shock financiero. El sector bancario está más saneado y además se han aplicado medidas urgentes que persiguen que no se acentúe la crisis por parte del sector financiero. Gracias a esto no se ha registrado un derrumbe del crédito que habría agudizado la crisis.

¿Por qué las iniciales previsiones de recuperación en V ahora apuntan a una más lenta?

-No se ha superado la crisis sanitaria, y hasta que no lo haga la economía no se normalizará. Dejada atrás la fase crítica, la deuda que va a quedar es enorme, y el Estado deberá decidir cómo paga sin que tenga muchas posibilidades. No tiene mucho margen de decisión para quitar de un lado para ponerlo en otro, tan solo podrá jugar con dos soluciones, endeudarse o cobrar más.

¿Quiénes pagarán?

-El Estado necesita grandes contribuyentes como Google, Amazon, Microsoft o Facebook, por ejemplo, pero residen en paraísos fiscales. ¿Cómo lograr que paguen? Se necesitarían acuerdos internacionales, que de momento no se dan. Lo mismo ocurre con los ricos, que tienen sus fortunas en unos paraísos fiscales que no desaparecerán si no hay pactos internacionales. Y creo que esto va a ir para largo.

De modo que...

-Te quedan los de siempre, y especialmente los jóvenes. Estudios indican que entre 2008 y 2018 la distribución de la renta ha evolucionado a favor de la gente de edad, incluidos los pensionistas, y en contra de los jóvenes. A los pensionistas se les puede congelar la pensión pero, ¿qué gobierno se atreverá a rebajarla? El peso recaerá en la población activa, aquella en edad de trabajar a la búsqueda de un empleo o que ya lo tiene, que sufrirá unos ajustes muy serios. Otro colectivo perdedor será el de las mujeres, esta crisis está teniendo un impacto de género del que no se habla.

Una consecuencia clara es el fortalecimiento del Estado.

-Tiene un movimiento pendular. Tras la Segunda Guerra Mundial se incrementó el papel del Estado porque se consideró que el mercado fallaba, y se desarrolló el Estado del Bienestar y se procedió a nacionalizaciones. En la década de los 70, invierte su tendencia y comienza una etapa muy liberal repleta de privatizaciones. Ese desmantelamiento del estado provoca el estallido de la Gran Recesión de 2007-2008 y se hacen evidentes los grandes retos sociales (cambio climático, envejecimiento, etc) que provocan que la gente comience a ver que se ha ido demasiado lejos y que un sistema capitalista no funciona sin un Estado fuerte.

Y llega el covid-19.

-Las causas evidentes no siempre impulsan a la acción, si una rana está en el agua y se calienta paulatinamente morirá cocida, pero si se le introduce de repente en esta agua caliente saltará. Y la actual crisis es tan bestial que salta la rana, y el Estado tiene que intervenir. La sociedad ha visto que el Estado puede tener fallos, pero los del mercado son de tales dimensiones que reclaman la intervención estatal.

¿Qué tipo de intervención debería desarrollar?

-La intervención del Estado no puede ser como la de la década de los 50, tiene que ser un Estado emprendedor. Uno de los problemas que tenemos para hacer frente a los retos futuros es que no existe una solución clara y para afrontarlos hace falta equivocarse. Pero el Estado que tenemos ahora tiene miedo a emprender porque se puede equivocar. No tenemos interiorizada la cultura de la experimentación.

¿Cuál es el modelo que se plantea?

-Un Estado en el que se introduzcan indicadores de resultados en el sector público. Necesitamos un Estado emprendedor fuerte, pero puede convertirse en peligroso si no existe también una sociedad fuerte que haga de contrapeso, con think tanks, con organizaciones independientes, y remarco independientes, que analicen los retos. Si queremos un Estado experimentador, igual las comunidades autónomas no son tan malas. De este modo, puede cotejar los diferentes modelos y decidir por el que cree que mejor funciona.

¿La globalización peligra?

-En general, las crisis acentúan procesos que ya empezaban a manifestarse y, en este caso, si tomamos datos desde 2008 en adelante, las exportaciones, las inversiones extranjeras, en una palabra, la globalización ya comenzaba a retroceder debido a guerras comerciales o a la automatización de las empresas, que les permite repatriar producción que tenían en países emergentes.

¿Qué incidencia tendrá la pandemia en este proceso?

-Lo va a acelerar. Por ejemplo, ya se está reconsiderando la inversión. En estos últimos seis meses gobiernos avanzados comienzan a adoptar medidas de control de la inversión extranjera en el país, ante el riesgo de que empresas fuertes que atraviesan dificultades derivadas de la crisis sean compradas por países extranjeros, como China. Del mismo modo, la crisis acentuará una vuelta atrás en las relaciones comerciales externas. Serán las propias empresas las que se planteen los riesgos del comercio exterior y tendrán muy en cuenta las posibilidades que le ofrece la digitalización para producir dentro lo que antes se fabricaba fuera. También actuarán los gobiernos promoviendo la compra de producto nacional, que en el sector sanitario será clarísimo.

¿Es el fin de la globalización?

-La globalización no caerá de una manera sustancial, tendremos que seguir importando para producir y continuaremos exportando. Afectará a la alimentación, la farmacia, la alta tecnología estratégica y poco más. Respecto al resto, se tenderá a un comercio internacional más sensato, donde cada zona se especializará en productos específicos que serán los que exporten.

¿Qué capacidad de reacción tenemos para aprender de las consecuencias de esta crisis?

-Cualquier crisis genera oportunidades, abre ventanas pero durante un tiempo muy breve. Por este motivo, hay que aprovechar ese espacio de tiempo para adaptar la economía y la sociedad a un nuevo modelo, hay que comenzar a trabajar cuanto antes, porque una vez transcurrido un tiempo, las personas comenzarán a desmotivarse y perderemos la oportunidad del cambio.

"El sistema capitalista no funciona sin un Estado sólido, pero debe tener el contrapeso de una sociedad también fuerte”