A los bares de copas les sucede lo contrario que a la plaza del Ayuntamiento de Pamplona, que se antoja inmensa el 6 de julio por televisión y que decepciona por su tamaño en vivo un día cualquiera. Oscuro, ruidoso, lleno de gente y bien entrada la noche, un garito puede parecer minúsculo y rebosante. Vacío, en silencio y a media luz una mañana de noviembre, las paredes se han separado de la barra y la zona de baile se ha ensanchado.

Allí hay espacio para mucho más de lo que uno imagina. Caben miles de historias. De todo tipo.

Desde el sábado 7 de marzo, hace exactamente ya 263 días, los bares de copas de Navarra han sido noticia, pero no han generado historias. Les falta la gente. La marcha nocturna nunca regresó tras el apresurado desconfinamiento de la primavera. El repunte de julio, con bares y discotecas a medio gas -donde nadie lo imaginaba, en mitad de la pista, surgieron mesas, sillas, mamparas, taburetes, repisas para geles desinfectantes-, quedó sepultado por la avalancha de nuevos casos y restricciones todavía vigentes. La promesa de vacunas efectivas en las últimas dos semanas aporta luz a largo plazo, pero el sector sabe que será el último en recuperarse del todo, si es que alguna vez lo hace.

San Nicolás y Comedias, desiertas y con los bares cerrados. Foto: Javier Bergasa

La epidemia ha dejado en la lona a una actividad que da empleo en Navarra a 3.400 personas, que teje una red de 425 empresas, la mayor parte pequeñas, y que factura 340 millones de euros según los cálculos de Asbana, la asociación que agrupa a discotecas y salas de fiesta de la Comunidad Foral. Las calles del Casco Viejo de Pamplona, epicentro en la capital de lo que se conoce como ocio nocturno, ya habían quedado desiertas antes del toque de queda, con las progresivas limitaciones que fueron clausurando barras, cenas, comidas y finalmente terrazas. San Nicolás, Estafeta, Calderería y Navarrería quedaron convertidos en escenarios fríos, silenciosos, casi espectrales.

Aunque en realidad, la noche de Pamplona, la de Navarra y la de tantos otros lugares, apenas se parecía antes de la epidemia a lo que un día fue. Ha mutado con el correr de los años, ha viajado por distintos pueblos y barrios, ha cambiado sus horarios, ha atravesado crisis, se ha transformado y adaptado a las modas. Y en 2020 afronta quizá su mayor reto en casi medio siglo de historia. Y de eso trata también esta historia.

Diego Garralda lleva más de tres décadas pinchando música en diferentes locales de Pamplona. Desde By-by y Sector en la calle Abejeras a comienzos de los años 90, a Zentral, en el Mercado de Santo Domingo, en la actualidad. Desde las cabinas de música se logra la perspectiva que a veces falta a pie de barra. Y diagnostica una noche en retroceso desde hace años: "No hay gente para tanto sitio, todo está concentrado en lo Viejo; y en lo Viejo, en apenas tres o cuatro calles. Aquellos mogollones que se veían antes ya no existen. Cambian las generaciones, las costumbres. Quienes tenemos más de 40 ya estábamos en los bares con 16 años, podíamos pedir alcohol sin problema, por lo que nos acostumbramos a una determinada manera de salir por la noche, de bar en bar. Desde hace años es inconcebible servir alcohol a menores. Quizá el poder adquisitivo que se necesita para salir tampoco es el mismo que entonces. El botellón terminó por implantarse, incluso con frío. Y junto a todo ello surgieron las bajeras, algunas acondicionadas con todo detalle. Y, además, la ciudad ha crecido a lo ancho, hay mucha gente que se queda en los nuevos barrios".

Enrique Ibáñez, Chuma Unzué y Carlos Tabar. Foto: Iban Aguinaga

Los hosteleros del centro de la ciudad viven el cambio en primera persona. Enrique Ibáñez es copropietario junto a Chuma Unzue y Carlos Tabar de Kabiya (cuesta del Labrit), Canalla (avenida de Bayona) y Rock Collection, (en la calle Olite, en la antigua Carbonera). Completa el retrato de Diego Garralda con una fecha clave: 2008. Aquel año cerró casi década y media de crecimiento económico continuo y la crisis que vino se llevó por delante empleos, negocios e incluso costumbres. "La gente descubrió que existían otras alternativas de ocio y, en lugar de salir de noche se puso a hacer, como yo digo, un montón de cosas que acaban en 'ing': running, trekking, biking, sofing y hasta leing", dice con sorna. La crisis, además, resultó eterna. La recaída de 2012 termina de hundir las facturaciones, las cenas de los viernes prácticamente desaparecen. Y en 2015, cuando el paro empieza a reducirse de verdad y el consumo parece recupera vigor, la sociedad ya es otra.

Un 30% menos de población joven que en 2000

Conviene echar un vistazo a las estadísticas para corroborar las impresiones. Nastat publica anualmente el padrón de población y lo divide por tramos de cinco años de edad. Si tomamos al grupo comprendido entre los 20 y los 35 años la evolución es clara. Pese a que Navarra ha incorporado en torno a 100.000 personas, los grupos que pisan las calles de noche se han estrechado de forma progresiva, con una caída cercana al 30% en dos décadas. Si en 2000 Navarra tenía 140.000 personas en esa franja de edad, hoy apenas se superan los 100.000, una cifra que además difícilmente crecerá de manera significativa durante las dos próximas décadas.

Con la demografía no se puede discutir: hay menos gente joven. Es un hecho.

No era así cuando todo comenzó.

El Disco Club 29, la música y un cambio de época

Aunque noche hubo siempre, dos hitos jalonan el mestizaje entre los bares y la música que puso patas arriba el mundo en los años 60. El primero se sitúa en diciembre de 1967, cuando Javier Osés y Fernando Sáez abren en el número 29 de la calle Navarrería Disco Club 29, donde por primera vez en Pamplona, una ciudad que entonces apenas se asomaba a la modernidad, se pinchaba pop y cada uno bailaba como le parecía. ."Hay que tener en cuenta que aquella era una Pamplona en blanco y negro, muy triste, de sabañones y tremendamente aburrida", recordaba Osés en 2017, a propósito del 50 aniversario del local, que apenas duró dos tres años abierto.

Hay que esperar unos años para que la noche adquiera de verdad vida propia. Al desperazamiento de finales de los 60 ha seguido la efervescencia política y cultural de los 70. Abren las primeras discotecas (Young Play, Amazonas, Gure Kayola) y los hijos del baby boom de los 50 se acercan a la veintena. Cambian los valores, y la libertad, si no se toca, al menos se intuye. Navarra es joven. El 55% de la población tiene menos de 35 años; hoy no llega al 36%. Se vacían los pueblos y la ciudad crece.

1975: Y al morir Franco, Conocerte es amarte, baby

Nuevos barrios van a escribir la historia. Calles recién aparecidas, bautizadas según el religioso gusto oficial de la época, acogen nuevos y altos bloques de viviendas. Y en sus locales comerciales surgen los primeros pubs. En 1975, un mes y cinco días después de que muera Franco, Fernando García Guibert abre en Monasterio de Cilveti Conocerte es amarte, baby. El local, de nombre maravilloso y al que no le faltaba ni la coma del vocativo final, ha pervivido en la memoria de miles de pamploneses: inauguró San Juan como referente en la noche pamplonesa.

Es el segundo hito de esta historia.

"Fernando tuvo un mérito tremendo, fue un precursor", recuerda ahora Javier Laspalas, peluquero, que también aportó años después su parte en la construcción de la noche de Pamplona. El Conocerte, o el Baby, fue un local emblemático, moderno, donde por primera vez el público gay podía sentirse cómodo en su ciudad. No era ni un bar ni una discoteca, sino algo intermedio, desconocido hasta entonces. Llegaba gente de Vitoria, de San Sebastián. Muy cerca atendía también Villa Concepción, el primer local del tío Enrique. Se hizo zona.

Camareros en el Conocerte es amarte, baby, a comienzos de los 80. Foto: José Castells

Habla Fernando García Guibert, de 70 años, que hace más de 20 desapareció de la noche pamplonesa después de traspasar otro local, el Opera, que se convirtió en la cita obligada de los más trasnochadores, aquellos que a las seis de la mañana querían tomar la última copa o buscaban una redención improbable. "Yo mismo elegí el sitio, prácticamente en la primera calle de San Juan. No había nada, quería que hubiese sitio para aparcar y que no tuviera portales cerca", continúa Guibert, que mantiene la memoria fresca de unos años irrepetibles. "Abrimos el 25 de diciembre a mediodía, para el aperitivo. Cerramos para la comida y por la tarde volvimos a abrir€ Fue un exitazo y eso que ni siquiera pusimos publicidad, simplemente el boca a boca. En San Juan entonces no había nada, al margen de las primeras discotecas y algún pub, pero de otro estilo, como el Golden, donde los camareros iban vestidos de traje. En nuestro caso los camareros eran gente guapa, chicos y chicas, íbamos a Francia a comprar la música, tratábamos de traer los últimos éxitos. Cada año cambiábamos la decoración, hacíamos fiestas, nos travestíamos y hacíamos espectáculos. Fue divertido y fue diferente".

San Juan: las puertas del recreo abiertas de par en par

Muy pronto el bar se convierte en un punto de encuentro en las tardes y, sobre todo, los fines de semana. Acuden pintores, artistas, los políticos más jóvenes y modernos de la época. "El local era pequeño y San Fermín, una locura, con gente en la calle. Pamplona entonces era una ciudad diferente, todos nos conocíamos. Si alguien quería llegar a alcalde tenía que venir al bar".

Tras aquella apertura todo estalla. Los bares y las discotecas de un barrio entonces joven se llenan y se reproducen. En Pamplona, San Juan es, directamente, el lugar donde hay que estar... Y así será durante unos años. La sociedad estrena democracia, los horarios se relajan, la madrugada se estira, con la jornada laboral de cinco días la noche del viernes se suma a la del sábado. "Al morir Franco, La sensación de libertad era tremenda. Fue como si nos abrieran de par en par las puertas del recreo", explica José Castells, que como fotógrafo inmortalizó los primeros años 80 y que ahora regenta La Fogoneta.

1985: El rock duro de los 80 en el Casco Viejo

El Casco Viejo en el que Marisa Marco abrió con cuatro socios en mayo de 1985 el bar Garazi (Calderería, 36) se parece en poco al actual. "Fueron tiempos duros", reconoce ahora después de 35 años al frente de uno de los locales con mayor tradición rockera y musical de Pamplona. El bar nace con toda la ilusión, con un concierto de Malos Tratos para inaugurarlo y con las ideas claras. "La música la comprábamos primero en Londres, en Camden Town. La traíamos en autobús, en una maleta, porque en el avió no nos cabía y los vuelos eran caros. Luego ya la comprábamos en Kilkir, en la calle Compañía", explica Marisa.

Tras el Garazi, abre el Terminal, que se suma a los que ya existen, como el Toki o, algo más alejados, el Malkoa, el Primi, el Lancelot, el Tutt, el Ribera... Poco a poco, como dicen los hosteleros, "se hace zona". Pero en 1985, el barrio también se ha degradado, hay quien se refiere a él como el chino. Deambulan los yonkis y corre la heroína; el sida se cobra una factura de muerte y estigma, la fiesta se mezcla con la vida cotidiana y las protestas de los fines de semana. Muchos vecinos no aguantan más.

En mayo de 1987, a unas semanas de las elecciones forales y municipales, el Ayuntamiento de Pamplona, en manos del PSOE y de Julián Balduz, manda parar. Y aprueba una ordenanza limitar los horarios de apertura de los bares del Casco Viejo de Pamplona. La una de la madrugada es el tope para unos establecimientos que, en su mayor parte, carecen de cualquier insonorización. "Nosotros sí la teníamos, desde el principio habíamos preparado el local para ello", cuenta Marisa. La decisión del Ayuntamiento enciende a los hosteleros y a grupos de jóvenes: disturbios, detenciones, prisión incondicional.

Marisa Marco, en el Garazi, bar que abrió hace 35 años. Foto: Iban Aguinaga

En todas las crisis hay un momento en que se toca fondo. Y la de los años 80, económica, politica y social, está terminando entonces. El Casco Viejo inicia una transformación completa. "Al principio la gente venía en coche, aunque viviera en la calle de al lado. Cuando comenzaron las obras de la peatonalización, que fueron para mejor, algunos nos decían que no vendrían", cuenta Marisa, apoyada en la barra del bar, con el poster de Pearl Jam a sus espaldas. La banda de Seattle es, junto a The Cult, Guns&Roses y ACDC, una de las referencias inexcusables de un local que vivió años dorados en los años 90 y durante la primera década de este siglo.

1985 Casino Eslava. Y Pamplona se volvió moderna

El Garazi no es el único lugar emblemático que se inaugura en 1985. En un rincón de la plaza del Castillo abre en noviembre de aquel año el Casino Eslava, con Javier Laspalas al frente, que disfrutó durante unos años de un éxito arrollador. "Lo hicimos con algo de inconsciencia, pero también con mucha juventud e ilusión, y así salió adelante", recuerda ahora.

El local rompió moldes desde su apertura, cuando sonó, como primera canción, la versión de La Vie en Rose que Grace Jones había firmado en 1977. "Aquello ya daba una idea del tono del local -recuerda Laspalas-, que buscaba mezclar clases sociales, algo que en Pamplona no era habitual. Allí podían juntarse unas chicas pijas de la Universidad de Navarra con una cuadrilla de mozos de Huarte, por decirte algo. La gente comenzó a volver al Casco Viejo. Yo viajaba y queríamos un local de estilo europeo. Comprábamos la música en sellos de Bruselas, cinco y diez discos por semana, y el viernes por la tarde noche, cuando empezábamos a ponerla, era espectacular".

El Casino Eslava, en una fiesta a mediados de los años 80. Foto: José Castells

Prince, The Cure, house, techno... Músicos y estilos que hasta el momento apenas habían sonado en Pamplona hallaban su sitio el entonces magnífico local que un día diseñó Eusa. "Tuvimos tanto éxito que hubo que poner a un par de chicos en la puerta para regular la entrada porque queríamos que la gente estuviera cómoda, aparecíamos en una guía de Nueva York como el mejor local de San Fermín. El ambiente era abierto y cosmopolita, queríamos que todo el mundo estuviese cómodo. Algunos todavía me dicen que no ha vuelto a haber un bar como aquel".

A comienzos de los 90, el Casco Viejo de Pamplona comienza a desbancar a San Juan y a Iturrama como la zona preferida de una fiesta aún también empieza a remitr en los pueblos con la instauración de controles de alcoholemia, pero que sigue funcionando a todo gas. Cambian, eso sí, los gustos, las modas y la legislación, que irá poniendo coto al desparrame. A los hosteleros les toca adaptarse. Lo sabe bien Andoni Saez, que ha tenido que hacerlo unas cuentas veces. A finales del los 90, compaginaba el pop y la música electrónica en el No Problem, a donde había llegado en 1996. Con las restricciones horarias de 2002, que pusieron fin a los after, y en una ciudad de alma rockera como Pamplona, se volcó en el pop y el indie. El No Problem se convirtió en el Singular. "Aquella fue la apuesta más difícil de mi vida, lo hicimos implicando mucho a la gente del entorno, apostando por la música en directo cuando entonces no se hacían tantos conciertos de este estilo".

Siglo XXI. Subsuelo. La importancia de reinventarse

En 2008 le surge la oportunidad de su vida y se hace con la gestión del Subsuelo, un local magnífico, en la Plaza del Castillo. "Esto es la Champions para cualquier hostelero de Pamplona", explica ahora, señalando la bóveda artesonada y la pieda de un local que ha vuelto a ser adaptado a las medidas de seguridad que impone la epidemia. "Abrimos en diciembre de 2008 y fue un triunfo más o menos hasta 2013", cuando el recrudecimiento de la crisis y la apertura de Zentral lo deja sin el público que lo había acompañado durante ese tiempo. Tocaba cambiar. "Ser responsable de un equipo de gente hace que vivas el negocio al día, que nadie tenga que contártelo. Con mucho dolor de corazón decidimos cambiar la música y dar a la gente joven lo que les gusta". En unos meses, y con el empujón del público universitario, las facturaciones se habían multiplicado por cuatro y por cinco.

Andoni Saez, en el Subsuelo, local de éxito que regenta desde 2008. Foto: Iban Aguinaga

Pero reinventarse no es solo cambiar la música. También exige vivir atento a los cambios sociales. Y si la crisis de 2008-2013 terminó de enterrar la noche de los viernes, la recuperación de que comienza a asentarse en 2014-2015 vuelve a llenar los restaurantes los sábados a mediodía. Y cientos de personas que tienen ganas de tomarse una copa y bailar después de comer se encuentran con que apenas hay locales donde hacerlo. Siguiendo lo que ya era tendencia en Alicante o Albacete, por ejemplo, es el Baviera de la Plaza del Castillo, un recinto minúsculo y con paredes de moqueta, quien decide subir la música y se llena hasta los topes desde las seis de la tarde.

El éxito, que fue replicado por muchos otros locales, muestra el camino por el que, seguramente, continúe el sector una vez que se controle la epidemia. Una noche más diurna y con un abanico de edad más amplio. "Los 50-55 años de hoy no son los de hace 20 o 30 años. Hoy hay gente de esa edad que tiene a los hijos ya criados o que se ha separado y que quiere salir", explican desde el Rock Collection de la calle Olite. "La diferencia es que la gente más joven, que a lo mejor ya trabaja y vive aún con sus padres, sale jueves, viernes y sábado. Los otros, pues una o dos veces al mes", añade Andoni Sáez, quien antes de la epidemia abría el Subsuelo los sábados e incluso los viernes por la tarde.

"Los bares de noche siempre hemos sido los malos de la película, por los aforos, por los horarios, por el ruido. ¿Alguien controla el aforo de un centro comercial?", reflexiona Javier Ubanell", desde el Tinglado.

El adelantamiento en los horarios es general en todas las comunidades. "Nos estamos haciendo más europeos, es un hecho. Hay ciudades en otros países desde las dos de la tarde tienen marcha", explica Diego Garralda. Y, aunque los límites hayan existido siempre, lo que ha cambiado es la tolerancia. Si hace 25 o 30 años, existía una hora de cierre oficial y otra real, hoy ambas tienden a coincidir. Aunque siempre exista la picaresca. "Nos han ido empujando poco a poco hacia la tarde", explica Andoni. "Apenas quedan sitios donde la marcha dure toda la noche como hace unos años. Quizá Asturias, donde preguntas a la gente a qué hora cierran, incluso a los propios camareros, y te dicen que no saben... Un poco como era antes aquí".

El futuro. El día y la tarde, cada vez más protagonistas

"Es que es mejor empezar antes", explica Marisa Marco desde el Garazi quien, en cualquier caso, ve un porvenir "complicado para la noche y especialmente para esta calle". "Todo se ha ido concentrando cada vez más en unos pocos locales del centro -admite Andoni Saez- pero yo creo que esto sí tiene futuro". Hay cantera entre su clientela, que por las noches ronda los 25 años.

Es la generación que ha crecido con las redes sociales. Que ha hecho del like un nuevo modo de interacción. "Hace unos años, si conocías a alguien que te gustaba un sábado te pasabas la semana esperando al jueves por la noche o al viernes para volver a verla. Hoy quizá se ha perdido esa magia y por ahí se ha podido escapar algo de público", explica Enrique Ibáñez, de Kabiya-Canalla. "El efecto de las redes yo creo que ya lo hemos descontado", añade su socio, Carlos Tabar, quien tiene claro que "la gente va a seguir saliendo". Ambos reclaman de la administración un mayor control a los bares que sobrepasan los decibelios que tienen permitidos, destacan la importancia de hacer las cosas bien, aportando "calidad" y recuerdan que hay publico que "escoge ciudades para hacer turismo en función del ocio nocturno que tenga".

Son conscientes, en cualquier caso, de que las costumbres van cambiando. Y quizá por eso, Carlos Tabar, presidente de Asbana. apuntaba hace ya más de un año que "el ocio nocturno es cada vez más diurno, cultural y familiar", apuntaba hace ya más de un año. "El problema -añade ahora mientras piensa en sus locales cerrados- es que no nos dejan ni reinventarnos".