La Unión Europea se ha construido, principalmente, a través de las conexiones económicas de sus miembros. Desde la genésis del proyecto, tras la Segunda Guerra Mundial, se estimó que las vinculaciones comerciales de sus miembros generarían un consenso que facilitaría posteriormente una unión política y administrativa. En ese proceso, el euro ha jugado un papel decisivo, pues las políticas monetarias han quedado supeditadas a lo que determine el BCE. 

La moneda única se estrenó en los mercados internacionales de divisas en 1999, pero fue en 2002 cuando llegó a los bolsillos de los ciudadanos como la moneda de curso legal que sustituyó a las divisas nacionales. Los ministros de Economía de los países fijaron en 1,16 el cambio del euro frente al dólar. El primer año de funcionamiento público fue el más complicado, pero en los siguientes tres años, hasta 2005, continuó una senda alcista que le condujo a rebasar los 1,35 dólares a finales de 2004. En julio de 2008, la crisis que explotó ese verano en Estados Unidos por el desplome del sector inmobiliario provocó que el euro se afianzará aún más frente al dólar, aunque por poco tiempo.

El contagio de la recesión no tardó mucho, pero con un componente local, como era la elevada deuda pública de muchos países europeos. La actuación al frente del BCE del ahora primer ministro italiano, Mario Draghi, fue decisiva para atacar la alta volatilidad del euro. “El BCE está listo para hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente”, dijo Draghi en 2012, dando la confianza necesaria a los mercados para seguir confiando en la móneda única, que quedó estabilizada entre los 1,2 y los 1,5 dólares. En 2015, la cotización de la divisa europea cayó hasta los 1,05 dólares por el comienzo de las compras de activos públicos y privados por parte del BCE. En marzo de 2020, descendió a los 1,06 por el efecto de la pandemia. Empezó a recuperarse hasta que llegó 2022, donde las caídas han sido generalizadas frente a un dólar cada vez más fuerte.