Las tasas de inflación siguen marcando cifras muy elevadas. No obstante, empiezan a mostrar síntomas de estar alcanzando su techo en los últimos meses. En España, el dato del IPC de octubre ha situado el crecimiento de los precios en el 7,3% durante el último año, en retroceso desde el máximo del 10,8% observado en julio. En EEUU, también se ha producido una pequeña corrección hasta el 8,2% en octubre, frente al máximo del 9% en junio. La economía de la Eurozona, sin embargo, sigue embarcada en un proceso de aceleración de la inflación, con un nuevo máximo del 10,7% publicado recientemente, con especial preocupación por las tasas superiores al 20% observadas en los países bálticos.

Ante este contexto global inflacionista, los bancos centrales han respondido con sucesivos incrementos de los tipos de interés. El giro hacia una política monetaria contractiva pretende contener la demanda y reducir la presión sobre nuevos incrementos de precios. Las tasas de crecimiento del PIB se han ido recortando a lo largo de este año desde valores iniciales alrededor del 4% hasta situarse cerca de terreno negativo. El riesgo de recesión se cierne sobre las economías avanzadas.

El desempleo típicamente se mueve en dirección contraria al crecimiento económico, tiende a subir en periodos de recesión económica mientras que disminuye durante la fase expansiva del ciclo económico. Esta relación empírica se conoce como la Ley de Okun (en honor de Arthur Okun, economista estadounidense que a finales de los años 60 del siglo pasado ejerció como presidente del Consejo de Asesores Económicos de su país). La explicación es muy sencilla e intuitiva; en periodos de expansión económica la creación de empleo aumenta y permite rebajar la tasa de paro. En la fase bajista del ciclo económico la tasa de crecimiento del PIB disminuye mientras que la tasa de desempleo aumenta por la destrucción neta de empleo que provoca la contracción de la producción. En la peculiar crisis económica actual, los últimos datos de las tasas de desempleo tanto en EEUU como en la Eurozona no cumplen la Ley de Okun, con valores próximos a mínimos históricos (un 3,5% en EEUU y un 6,7% en la Eurozona). En España, la tasa de desempleo de después del verano se ha incrementado ligeramente respecto al valor del segundo trimestre (ha subido del 12,48% al 12,67%) pero es todavía inferior a la de hace un año (14,57%) o a la de antes de la pandemia (14,41%). Esta fortaleza del mercado de trabajo puede aliviar en parte los graves efectos que este episodio de alta inflación y tipos de interés al alza está teniendo sobre el bienestar social. Mientras la mayoría de los trabajadores puedan mantener su empleo soportarán mejor la subida de los precios y estarán en mejor disposición para atender los pagos de su endeudamiento financiero (hipotecas). La inflación reduce el poder adquisitivo de los ingresos de los trabajadores (en menor medida si los salarios suben a tasas que compensen las subidas de precios) pero será menos dañina si no viene acompañada por un incremento del número de trabajadores desempleados.

¿Por qué no aumenta la tasa de paro? La demanda de empleos que las empresas quieren cubrir está cayendo por la ralentización de las ventas, pero, al mismo tiempo se está observando una reducción similar de la oferta de trabajo disponible. Es decir, la tasa de paro no aumenta con la desaceleración de las contrataciones porque está disminuyendo el número de personas buscando trabajo. Este hecho podría deberse, en España, a que con la última reforma laboral se han creado los contratos fijos discontinuos, que no contabilizan como desempleadas a personas que se encuentran a la espera de retomar una actividad laboral de carácter estacional. Pero hay otro motivo, más estructural, que también están influyendo en esta tendencia.

La demografía actual presenta un mayor flujo de salida que de entrada de trabajadores al mercado de trabajo. Según los datos del censo de población del INE, en 2021 había en España cerca de 3 millones de personas en edad próxima a la jubilación (60-64 años) frente a 2,38 millones en edad de la incorporación al mercado de trabajo (20-24 años). Con estos datos cada año se “liberarían” aproximadamente unos 120.000 empleos cada año. El fenómeno del baby-boom de los años 60-70 del siglo pasado combinado con fuertes caídas de la tasa de natalidad a partir de los años 80 explican esta alteración de la estructura demográfica, observada tanto en Europa como en Norteamérica. La situación es muy excepcional, ya que el crecimiento natural de la población debería de determinar un tamaño de las cohortes de jóvenes que entran al mercado de trabajo muy superior al de los mayores que se jubilan (como, por cierto, ocurría en los años 80 y 90 del pasado siglo). La pirámide poblacional invertida implica una caída continuada de la población activa y empuja la tasa de paro a la baja.

La economía se ralentiza, pero el paro no sube. No se cumple la ley de Okun mientras que la población activa se va recortando. Los aparentes buenos datos del desempleo siembran la duda sobre el futuro, ¿qué nos deparará la tendencia a la baja de la masa laboral? Esta cuestión pertenece ya a otro debate, de gran calado económico y social, que seguro requerirá de mucha atención en el futuro.

El autor es profesor del departamento de Economía Universidad Pública de Navarra