l peso demográfico que tiene Pamplona y Comarca en el conjunto de Navarra, un 56%, está muy lejos de ser un crecimiento sostenible aunque no sea un fenómeno exclusivo de Navarra sino generalizado y a escala planetaria. La mitad de la humanidad, 3.500 millones de personas, vive hoy en día en las ciudades y se prevé que esta cifra aumentará a 5.000 millones para el 2030. Sin ir más lejos, entre 2013 y 2018 la población del área metropolitana de Pamplona se incrementó en 9.322 personas, mientras que el resto de comarcas perdieron 6.245 habitantes. Revertir ese desequilibrio territorial es uno de los grandes desafíos a los que se enfrenta la Administración foral y al que va dirigido un ambicioso plan estratégico de lucha contra la despoblación en el entorno rural. Doce medidas de choque, algunas de ellas pioneras, y que se encuentra en fase embrionaria. Esta necesidad de reequilibrar el territorio encuentra en este momento un aliado inesperado que es la pandemia. La crisis sanitaria se ha convertido en una oportunidad única para hacer más atractiva la vida en los pueblos, para que parejas y familias se animen a cambiar su piso por una casa con vistas al monte, para explorar nuevos nichos de empleo y para atraer talentos e inversores privados dispuestos a innovar en negocios que reviertan en la calidad de vida de los pueblos. Los nuevos Bonos de Impacto Social con cuño del Gobierno de Navarra serán un sistema pionero a nivel del Estado, con aval público, para que las empresas arriesguen su dinero en proyectos alternativos en el ámbito rural. Son planes con mucho camino por recorrer pero que deberán asomar este nuevo año. Y acabar con problemas como los que sigue padeciendo zonas como el Pirineo con las conexiones a Internet o los colapsos en carreteras cuando se producen temporales. O los todavía tímidos pasos que se están dando en telemedicina o teletrabajo, claves para lograr las mismas oportunidades entre los pueblos y las ciudades. Pirineo, Prepirineo, Zona Media, comarca de Sangüesa y Ega-Montejurra son las zonas más afectadas por la despoblación y el envejecimiento. El fortalecimiento de las grandes ciudades como Pamplona o Tudela ha ido aparejado a un debilitamiento del papel que han jugado otras ciudades intermedias -referentes en su día en las diferentes comarca- como son Estella, Sangüesa, Zubiri, Aoiz o Tafalla.

La pandemia también ha acelerado otros cambios positivos en las ciudades, principalmente aquellos que tienen que ver con la movilidad. La transformación de grandes vías de tráfico a favor del peatón o de la bici, que hoy nadie cuestiona, eran puestas en tela de juicio apenas cuatro años atrás en ciudades como Pamplona. Los planes de peatonalización han transformado los cascos urbanos en espacios más amables, sobre todo, para el peatón si bien los nuevos carriles bicis no han atraído en la misma proporción a nuevos ciclistas, seguramente por falta pedagogía, de continuidad de trazados o de soluciones bien hechas, tal y como se quejan los usuarios más incondicionales. A su vez, el transporte público que había seguido una línea ascendente en los últimos años ha sufrido un serio revés en esta crisis sanitaria por el miedo a los contagios en espacios cerrados. Todo indica que le costará tiempo recuperarse, lo que a su vez exigirá un refuerzo de fondos públicos y de inversiones para transformar espacios compartidos y hoy cerrados que necesitan adaptarse en su propio diseño. El transporte público es precisamente uno de los puntales para la lucha contra el cambio climático junto a la rehabilitación de viviendas, la reducción de residuos (en 2021 empiezan las obras del centro medioambiental de Imarcoain), la optimización del agua, el uso de biocombustibles o el autoconsumo en instalaciones públicas. Las ciudades están sujetas a nuevos corsés donde el medio ambiente y la calidad de vida ya están parametrizados. Que sean inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles es uno los objetivos de la Agenda 2030 de la ONU. Acceso a una vivienda, transporte público, reducción de riesgos de desastres, edificios sostenibles, producción y consumo responsables o la lucha contra la contaminación son algunos de los retos recogidos en un documento, traspasado al ámbito nacional, que también dibuja otros indicadores más sociales y culturales vinculados a la salud y el bienestar, a una educación de calidad, a la reducción de las desigualdades, a avances en la igualdad de género o a salvaguardar el patrimonio cultural. Ciudades vivibles, diversas, creativas y activas. Sostenibles, sí, pero no excluyentes.

Hay más ejemplos. Singapur, Helsinki y Zúrich encabezan el ranking de ciudades inteligentes. Y lo son precisamente porque han sabido gestionar adecuadamente problemas como el que ha generado la pandemia. La velocidad/fiabilidad de Internet para conectarse o la compra on line de entradas para ocio son aspectos que se miden en positivo en esa estrategia europea denominada Smart City: optimizar recursos pero también mejorar la calidad de vida.

La crisis sanitaria nos lleva por otro lado a un nuevo escenario social. Es posible que cambie el modo en el que nos relacionamos y salimos, y nuestra manera de vivir las grandes fiestas como los Sanfermines. Tendremos que reinventarlas sin duda para vivirlas intensamente y de forma segura sin perder la esencia de un patrimonio cultural único.