La radical transformación del Sevilla en apenas un mes se sintetiza en algo tan objetivo como los resultados. Ha enlazado cuatro victorias y dos empates, cuya traducción supone la apertura de un hueco de ocho puntos respecto a la zona de descenso y la clasificación para las semifinales de la Europa League tras eliminar, nada más y nada menos, que al Manchester United, favorito al título.
En la competición, nada hay más elocuente que el signo de los partidos; no obstante, es posible acudir a diversos indicativos que ilustrarían quizá con mayor fidelidad el extraordinario impacto de la llegada de José Luis Mendilibar al club andaluz. Sustituto de urgencia de Jorge Sampaoli, quien a su vez había relevado en octubre a Julen Lopetegui, el técnico vizcaino asumió un reto muy complejo. El Sevilla atravesaba una profunda crisis que amenazaba su permanencia en la máxima categoría y se le ofreció un contrato que finaliza en junio.
Una ola de escepticismo acompañó el anuncio de la operación. No ya en redes sociales, algo previsible, sino en muchos medios de comunicación que opinaron alegremente y hasta le faltaron al respeto a Mendilibar. Les parecía improcedente recurrir a los servicios de un profesional que en su dilatada trayectoria nunca había dirigido a un grande. Cierto es que, pese a su breve paso por el Athletic, su figura está asociada a conjuntos como Eibar, Valladolid, Osasuna, Levante y Alavés. De ahí que se dijese o sugiriese que la dimensión (deportiva, económica y social) del Sevilla le quedada muy ancha.
Desde luego, el acto de su presentación fue sintomático. El semblante de Monchi era un poema, cabizbajo, ocultando el rostro entre sus manos, mientras Mendilibar respondía a la prensa, resultó de lo más significativo. Se diría que el artífice del milagro sevillista desde que se hiciera cargo de la dirección deportiva a comienzos de siglo, dudaba de su propia decisión. Ese mismo Monchi es quien ha saltado al terreno de juego del Sánchez Pizjuán para celebrar como un hincha más los triunfos sobre el United y el Villarreal.
Tremendo contraste que podía hacer extensivo al ambiente de unas gradas deprimidas, asustadas, que en un santiamén han pasado a saborear la euforia, a deshacerse en muestras de cariño y admiración hacia los jugadores que ayer eran diana de su frustración y, cómo no, hacia el hombre del chandal que ocupa el banquillo local. Cómo no, los grandes doctores del fútbol se han sumado rápidamente a la fiesta; ahora ponderan la sabiduría, la personalidad, el método de Mendilibar. Analizan con grandilocuencia las claves de la mutación de un equipo que iba camino del matadero.
Los nervios de Mendilibar en sus comparecencias, ese afán por ser conciso y no meter la pata, son comprensibles. Nadie mejor que él era consciente de la presión que le circundaba. Partiendo de que la empresa se las traía, ni se le escapaba ni se le escapa todavía que estaba muy cuestionado y que solo una reacción fulminante le procuraría la tranquilidad necesaria para trabajar.
Mendilibar insiste en alabar la talla de los futbolistas. Quiere que todo el mundo crea que el resurgir del Sevilla descansa en la materia prima que tiene a su disposición. Obviamente, jamás ha contado con una nómina de internacionales que incluye hasta tres campeones del mundo y una amplia lista de tipos consagrados (Navas, Rakitic, Lamela, Fernando, Suso,…). Claro que la realidad no es tan simple. De entrada, porque son los mismos mimbres que tuvieron a su cargo Lopetegui y Sampaoli, y el Sevilla ha estado ocho meses alicaído, codeándose con los más flojos de la división.
El fenómeno Mendilibar radica en la gestión del grupo, en el modo de elevar su autoestima y articular los mecanismos tácticos para mejorar un rendimiento que no era de recibo. Por supuesto que la calidad del vestuario ha facilitado la aplicación de una terapia de choque que enseguida ha rendido frutos. Esa activación se ha combinado con varios golpes de fortuna, ese factor que asoma cuando la dinámica interna es acertada. El empate arrancado en la visita a Manchester es paradigmático. Pero allí también salió a relucir un espíritu combativo, un inconformismo que ni los de corto sabían que poseían.
Mendilibar no se ha casado con nadie, ha tratado de implicar a la mayoría. La densidad del calendario y las urgencias clasificatorias obligaban a exprimir todos los recursos. Ha acometido una generosísima distribución de minutos. Ocho y nueve cambios de un partido a otro, sin apenas altibajos en la respuesta del bloque. A ver qué ocurre el jueves en San Mamés, destino habitualmente ingrato para un técnico que ha callado un montón de bocas.