Los Sanfermines se miden en números. Es curioso. Unas fiestas difíciles de cuantificar en las que manda más lo espontáneo que el programa, las emociones más que los hechos, pero que acaban convirtiéndose en una suma de todo tipo de cifras. Empieza el día 6 con la cuenta atrás y poco a poco todo va sumando hasta el balance del 14. Arranca cada mañana con los minutos que ha durado el encierro y desde allí el reloj va girando.
Sabiendo que el tiempo sanferminero es un tiempo diferente. Que en cuanto pisas la calle, las horas se encogen porque el día se llena de encuentros, citas, comidas, vermús... Es como si estuviéramos todo el día corriendo de un lado para otro. Tratando de llegar o finalmente llegando. Haciendo cola para casi todo, con ese tiempo de espera que en estos días nunca desespera. La vida en San Fermín quieras o no se mide de otra manera.
Pero es una vida donde demasiadas cosas cuestan más de lo que valen. Curioso también en unas fiestas donde lo que más vale es, precisamente, aquello que no tiene precio, ese ambiente único que cada día se vive en las calles de Iruña.