En su afán por blanquear la imagen de club elitista que invalida todo el proyecto, la Superliga ha anunciado a bombo y platillo que todos sus partidos se verían en abierto. Como si fuera una impresionante novedad histórica. Y, acto seguido, ha explicado las bondades económicas del fútbol gratuito. El problema es que eso ya se ha probado –durante décadas– y no funciona, porque solo con los ingresos publicitarios nunca le salen las cuentas al fútbol de elite. Y, por eso, una liga nacional tras otra han ido yéndose al sistema de pago, con el único debate de cuánto hay que cobrar para no espantar al personal (a ver cuándo se pone las pilas la Liga española, que es de las más caras). Y como no nos creemos que los promotores de la Superliga ignoren eso, solo nos queda pensar que ese fútbol para todos es pura demagogia que duraría muy pocos años en el todavía improbable caso de que algún día exista la Superliga.