De un humilde campo de tierra a un crecimiento colosal del club que le ha permitido tener más de 400 fichas: así ha sido la increíble transformación del Club Deportivo Lezkairu en sus 40 años de historia. Lo que comenzó como un sueño de unos pocos apasionados por el fútbol, hoy es una realidad que ha unido a generaciones enteras de jugadores. Un recorrido que nos habla de esfuerzo, pasión y de cómo una pequeña semilla puede convertirse en un frondoso árbol. Todo ello, evidentemente, gracias al trabajo incansable y desinteresado de un grupo de personas lideradas, siempre, por José María Gárriz, presidente del club.
“Antes del Remacha, yo tuve un equipo de juveniles que no funcionó bien y lo tuve que quitar. Vinieron después unos hermanos, Enrique y Juan Lacuey. A Juan le conocí con dieciséis años del Remacha, del colegio que había en Biurdana. Comenzaron a jugar mal, no había gente. Enrique, que era muy lanzado, y un buen entrenador –se estudiaba todo sin tener título– hacía una hoja con todos los datos. Empezó llamando a los que tenía, diez, once jugadores… así se empezó. Luego, cogíamos a gente hasta de ONG’s, de la casa sin fronteras, que se llamaba”, comienza relatando el presidente sobre los inicios del club.
Preguntando por la evolución del Lezkairu, Gárriz comenta que “fuimos subiendo de categorías y llegamos a Primera Regional. A un entrenador le pagamos 80.000 pesetas entonces del carnet. No empezó la temporada porque se fue a Osasuna, y tuvo que coger el Regional Pedro Amiano. Llevamos 40 años y ahora estamos que tenemos que echar a la gente. No hay sitio, y el Ayuntamiento no hace más. Sí que hizo un proyecto con dos campos de fútbol, un polideportivo, y unas piscinas municipales. Yo ya digo, que acabaré la vida y no lo veré. Pero ahora estamos funcionando muy bien gracias a la junta directiva. Estoy encantado con la junta que tengo ahora. La gente está muy contenta”.
Sin embargo, este crecimiento ha llegado a un tope que, sin quererlo, se ha convertido en obstáculo. “Ahora tenemos mucha gente, esa es la diferencia. No tenemos sitio. El proyecto del Ayuntamiento estaba en la asociación de vecinos. Alguno se queja, pero no hay sitio. No nos han cambiado el césped desde que se inauguró el campo. Nos ponen petachos, como a los pantalones. No hay más que hacer, no hay, de momento, más solución”, lamenta el presidente.
“Antes era de arena, y a la gente le costaba venir. Ahora es una maravilla. Empezaba a crecer, y no crecemos más porque no tenemos sitio. Tenemos la filosofía de que todo niño o niña pueda jugar a fútbol independientemente de su nivel hasta fútbol 11. No hacemos pruebas. Y, ahora, tenemos un barrio muy joven que en los próximos años subirá la demanda de chavales que quieran apuntarse. Sería una pena no poder dar cabida a vecinos del barrio. Me he dado cuenta de que hay tres campos municipales: el de la Rotxapea, el de San Jorge, y el nuestro. El nuestro tiene 34, 35 equipos jugando el fin de semana, y más equipos entrenando. En San Jorge, por ejemplo, juegan menos equipos o en la Rotxapea no se abre los domingos. Está muy descompensado y no se da a basto”, continúa expresando el presidente.
Siguiendo en la idea de ese crecimiento, Gárriz apunta directamente al momento exacto en el que se cambia el campo. “Y sabíamos que íbamos a ir a más. Estamos también Liceo Monjardín, Mendillorri, Escolapios, Paderborn... un montón de equipos a los que añadimos cuatro de Boscos que juegan el domingo”, agrega.
Preguntado por el futuro del Lezkairu, que ya mira hacia el medio siglo de vida, Gárriz comenta que “el club crecerá hasta donde nos deje el campo y el Ayuntamiento. No podemos hacer más de lo que nos dejen. El objetivo sería subir en juvenil y Regional y, sobre todo, seguir fomentando la práctica deportiva de los niños y niñas del barrio”.
Un cambio desde dentro
Dieciséis temporadas lleva ligado Pablo Asier Ovelar al Lezkairu, quince de ellas como jugador y ahora ha iniciado su carrera en los banquillos. Él, que llegó en el segundo año de campo en infantiles, puede contar desde dentro la evolución del club que le ha atrapado y no puede dejarlo.
“Al principio, cuando llegué, jugaba en el San Agustín. Estaba desapareciendo y un amigo me lió para venir aquí. Hice amistad, he tenido alguna oportunidad de irme, pero nunca he dado el paso definitivo porque estaba muy a gusto y el club ha ido dando pasos creciendo muy rápido. Me ha dado cosa dejarlo, así que aquí sigo”, comenta sonriente.
Preguntado por cómo ha vivido desde dentro el cambio y el crecimiento del club, Ovelar reconoce que “ha sido una pasada. Cuando empezamos, había solamente un equipo por categoría. No teníamos ni fútbol 7 y estábamos en el campo de tierra. Ahora, desde que se hizo el campo nuevo, ves cómo ha ido creciendo el club hasta haber casi 500 fichas. El club ha llegado a estar en Preferente, que antes ni el Remacha lo podía imaginar. Me siento parte de esto y me siento súper orgulloso”.
“Es muy poco tiempo y da casi vértigo. Ves al juvenil, que ha llegado incluso a Liga Nacional, y cuando jugaba yo... éramos casi el peor equipo de Navarra. Ves que hemos llegado a finales de Copa de Regional… da un poco de vértigo pensar de dónde venimos. Éramos el Remacha, y ahora es un club que se respeta, que tiene base, que organizamos torneos y vamos también a los de fuera… Es una pasada”, añade.
Por último, cuestionado sobre qué le hace especial al Lezkairu, Ovelar detalla que “es un club muy familiar. Cuando llegué, recuerdo que me dijeron que para ducharnos teníamos que ir a la granja del presi a por la bombona de butano. Ver ahora, que el hombre se emociona, es un gustazo. Yo le conozco desde que tengo 14 años y es casi de la familia”.