El escritor Alejandro Palomas ha cerrado recientemente con Una vida una saga que le ha llevado a recorrer la historia de una familia cuya madre, Amalia, nos ha acompañado durante más de una década.
Llorar con esta novela es inevitable, y una vez más nos demuestra que quienes tenemos la suerte de tener una familia, de tener ese refugio que llamamos familia, tenemos siempre un lugar al que volver. ¿Qué les diría a quienes sienten que no tienen esa suerte?
Fíjate que yo a veces pienso en eso; no tanto en lo afortunado que he sido en una parte, porque mi familia ha sido muy disfuncional, y hemos tenido que currarnos mucho esa cosa, reestructurarla mucho porque durante muchos años fue muy difícil. Pero no tener un refugio último, esa orfandad en vida me parece que yo no sé cómo sería. No lo puedo imaginar. Debe de ser como un vacío, una orfandad constante, una búsqueda de tu lugar en el mundo, un no tener espejo en el que descansar.
La familia, lo explica, no tiene que ser algo perfecto. Es una carrera de fondo en la que vamos aprendiendo de nuestros errores y mejorando.
Sí, claro, es que somos individuos. Una familia está formada por individuos y no coinciden en los momentos, no coinciden en los altos y bajos emocionales… Hay veces que alguno de ellos necesita separarse para coger aire porque hay familias muy intensas. Si tú quieres vivir realmente tu familia como laboratorio de experiencias es muy intenso y cansa mucho, porque se mueve mucha gente ahí. Hay muchas voces.
Hablando de momentos, es verdad que ya en Una madre, Un perro y Un amor nos demostró que el eje de sus novelas gira en torno a momentos muy concretos, muy señalados para las vidas de estos personajes. Ahora, tristemente, nos encontramos en un cuarto momento, el de la pérdida o el miedo a la pérdida. Pero también había pérdida en las anteriores. ¿Cómo nos enfrentamos a ella una vez tras otra?
Yo no me enfrentaría a eso, yo no creo que podamos prepararnos para eso. Eso es parte de la vida, de las sorpresas que te da, porque tú no sabes cuándo va a venir eso. Es una ansiedad que no va a ninguna parte, no tiene razón de ser. Cuando mi madre se estaba muriendo recuerdo que le preguntaba a todo el mundo si tenía madre o no. Enseguida preguntaba: “¿Y cómo es? ¿Qué sientes?”, porque yo me quería preparar, y me daba tanto pánico que pensaba: “Si por lo menos más o menos sé por dónde va, me puedo ir preparando”. Preguntaba hasta que una señora me dijo: “Deja de preguntar, porque será más duro de lo que crees y cada uno lo vive de una manera totalmente sorprendente”.
Igual de poco preparados están también los hijos de Amalia, esa mujer que nos ha acompañado durante 10 años de nuestra vida. ¿Qué ha sentido al despedirse de ella?
Yo he hecho un poco de trampa aquí, porque yo no me veía capaz de despedirme de ella. Tuve que despedirme de la mía y para mí el hecho de que Amalia esté viva es como seguir un poco con la mía. Lo que he hecho es abrir otros formatos. Cierro formato ficción, pero abro el formato novela gráfica, teatro… Entonces, estoy trabajando con ella todo el rato.
¿Entonces nunca va a despedirse de ella?
Nunca. Ya lo he aceptado. El día que quiera ya lo haré. Para mí es necesario tenerla, así que ahora tenemos cómic, obra de teatro… Encontraremos formatos distintos.
Es un personaje al que es fácil tenerle cariño. Tiene momentos muy espontáneos, de decir: “No sé cómo se le ha ocurrido decir esto”. No tiene filtros ni los necesita.
Para ella no existe la maldad, entonces no tiene que filtrar nada. Ponemos filtros cuando tenemos que defendernos y cuando estamos en sociedad. Pero ella no tiene nada de lo que defenderse. No entiende que haya que defenderse de nada, y eso que ha tenido una vida complicadísima con un hombre muy complicado, pero una vez él no está, es como cuando sacas a un animal de un refugio.
Uno de los elementos importantes de la novela también son las flores, el girasol, símbolo de amor y admiración. Es lo que siente un hijo por su madre, ¿no?
Bueno, idealmente es lo que todo hijo siente por su madre. A ver, yo durante estos 10 años he descubierto muchas facetas de las relaciones madre - hijos. Y también he descubierto que una de las peores orfandades es la orfandad en vida. Es decir, esas hijas que no se sienten queridas por sus madres o que tienen relaciones horribles con sus padres. Eso es terrible, porque tenerlos y ser enemigos me parece impresionante. Los girasoles... yo recuerdo que hay girasoles porque cuando mi perro murió, salí del veterinario y di un largo paseo. Mi refugio son las floristerías y las bibliotecas, y recalé en una floristería. Entré para comprarle flores, y cuando las estaba comprando pensé: “No puedo comprarle flores porque todavía no tengo ningún lugar donde llevárselas”. Las dejé y cuando me iba vi que había un cubo de flores con un girasol. Lo cogí, fui a la florista y le pedí que lo envolviera para regalo y que a la primera persona que entrara con un perro se lo regalara. Eso lo sigo haciendo desde entonces.
A lo largo de las tres novelas anteriores, ¿qué le han contado los lectores? ¿Alguna anécdota compartida?
Me han contado tantas cosas de sus familias, de sus madres.... Hay una cosa muy bonita que pasó con Una madre, sobre todo, y una de las cosas que recuerdo que más me decían era: “Ostras, he terminado la novela y he llamado a mi madre. Tenía una necesidad de hablar con ella y de abrazarla y de quererla y cuidarla…”. Parece que no, pero mueves cosas en el mundo, incides en la realidad, y eso es imparable.