En su última novela, Amada Carlota, Marta Robles vuelve a explorar los límites del alma humana con la lucidez que la caracteriza. A través de la mirada del excorresponsal de guerra Tony Roures, la madrileña nos adentra en una historia con una inhóspita trama marcada por los bebés robados del franquismo, las heridas del pasado y las contradicciones de un héroe profundamente humano.
El detective Tony Roures vuelve a ser protagonista en esta cuarta entrega: Amada Carlota. ¿Qué le permite este personaje que no le permitiría otro narrador?
Para empezar, me permite meterme en la piel de un hombre, cosa que me resulta muy interesante. Además, me sigue sorprendiendo cómo les sorprende muchas veces a los hombres que me entrevistan que mi personaje sea tan creíble, y que les resulte a ellos tan masculino como ellos mismos se sienten. Y luego, este personaje me permite contar muchas cosas, porque es un tipo que ha visto en la guerra de todo. Ha contemplado que las atrocidades que se producen en las guerras las hacen personas normales. Es mucho más complejo seguir siendo bueno cuando te ponen al límite y tu vida depende de un instante. En ese momento, emerge el héroe que llevas dentro, pero muchas más veces el villano. Roures viene con muchos arrepentimientos, porque sabe que incluso él no ha actuado bien siempre. Para mí un héroe del siglo XXI es el hombre o la mujer que es capaz de reconocer sus errores.
Uno de los pilares de la novela son los bebés robados. ¿Qué le sorprendió más en su proceso de investigación?
La teoría del gen rojo de Vallejo-Nájera. Lo desconocía por completo. Cuando me puse a escribir y a investigar, me di cuenta de que este director de los servicios psiquiátricos del franquismo trataba de demostrar la existencia de un gen rojo, que suponía que todo lo que tuviera que ver con el marxismo era degenerado, moralmente, intelectualmente y socialmente inferior. Por eso, se podía incapacitar a las mujeres republicanas para que criaran a sus hijos y era mejor arrebatárselos y dárselos a familias de otra condición, lo digo con mucho retintín. Pero realmente, me parece aterrador.
Entonces, ¿cree que la literatura tiene más fuerza que los ensayos históricos para mostrar hasta qué punto esas ideas calaron en la vida real?
Sobre todo, creo que la literatura es más efectiva que un ensayo histórico, un documental o un relato para tocar el corazón de los lectores. Estamos absolutamente anestesiados, porque recibimos tanta información constantemente de atrocidades que se cometen en el mundo que, para sobrevivir, casi nos untamos en aceite. Y, como bien decía Shakespeare: “Quien no siente el dolor ajeno, acaba convertido en un monstruo”.
En la novela también nos invita a preguntarnos por diversos temas como los límites del perdón, la verdad y la identidad...
Me gusta mucho poner a mis personajes a dudar sobre determinadas cuestiones. Me gusta que no sepan si tienen que perdonar o no una infidelidad, cuáles son los límites de su propia relación... La relación que tienen el detective Roures y la jueza Carlota Aguado es una relación muy abierta, y para tenerla hay que tener la cabeza preparada para ello. No es fácil, en absoluto. Cuando ella le es infiel a él y con una mujer, él no sabe qué hacer. No sabe si tiene que perdonar, si es mejor, si es peor, qué le está pasando por el cuerpo... Y además, como él ha cometido también una infidelidad y no se lo ha contado..., pues empieza a valorar cuáles son los límites de la sinceridad también. Hay muchas cuestiones y muchos planteamientos de lo que es la intrahistoria de todos los personajes que aparecen aquí. Hay uno que me interesa muy especialmente y es ese sentimiento que tienen las víctimas de abusos, de maltratos, de sometimiento..., que es ese sentimiento de culpabilidad espantoso que parece que no pueden borrar jamás. Lo que he hecho en Amada Carlota es tratar de conseguir que mis personajes femeninos se fueran liberando de esa carga de la culpa. Eso me parece, no solo liberador, sino muy luminoso. Es una novela con mucha oscuridad, dolor, momentos de angustia y de miedo, pero también tiene mucha música y momentos en los que puedes incluso sonreír cuando te metes dentro de la cabeza de los propios personajes.
¿Le emocionan los premios que aglutina en su trayectoria?
Me emocionó muy especialmente, en el ámbito de la literatura, que me dieran el premio Fernando Lara en 2013 por Luisa y los espejos. Pero, si te digo la verdad, me hace ilusión que me den los premios grandes y los pequeños. Tengo muchos premios, la verdad, porque soy muy mayor (risas).
Después de cuatro novelas, ¿continuará la saga protagonizada por Tony Roures?
No lo sabe ni él, pero yo creo que sí, que es posible que Roures continúe su camino. Sí que es cierto que ahora tengo en mente otra novela antes de seguir con Roures, aunque ya veremos, porque Roures es como si estuviera vivo. Yo lo llevo al lado y además me gusta mucho, porque es un personaje que le gusta a los hombres y le gusta a las mujeres. Los hombres se sienten mucho en su piel y las mujeres, mis amigas, siempre me dicen: “Podrías presentarme algún Roures...”. Y les digo: “Pues, lo siento. Yo los escribo, pero no los conozco”.
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