n este número de IN hemos tenido la suerte de hablar con Markel Alberdi (Eibar, 1991), exnadador olímpico y récord de España en 4x100 en los propios Juegos de Río 2016. A sus 30 años vive alejado de la natación, un deporte que ha sido su vida pero que ahora no le llena. Vive con Maier, su pareja, en Donosti y asegura que son polos opuestos, y por eso se complementan.

Se conocieron hace dos años y dos meses, y en aquel entonces Markel acababa de dejar las pastillas que le había recetado su psiquiatra. También iba al psicólogo y estaba luchando por saber ser quién era. Quería ser sincero desde el principio con Maier. Ella le escuchó y trató de comprenderle desde el principio. Decidieron pasar juntos la pandemia a pesar de llevar pocos meses juntos. Lo pasaron genial, aunque el exnadador tuvo varias recaídas.

Continúan viviendo juntos en Donosti. Ella es enfermera en el quirófano de urgencias del Hospital de Donosti y él es responsable comercial de Europa en Fagor. Alberdi está curado y se atreve a hablar de su caso y de cómo vivió la sensación de “no saber quién era” o de “estar vacío”, sentimientos que nunca antes había vivido.

Hasta 2016, Markel Alberdi no había entendido otra cosa en su vida que no fuera nadar, estudiar, exámenes y competir. Estudiar para aprobar o entrenar para competir. Memorizar para pasar los exámenes o entrenar cada más duro para lograr bajar el tiempo del cronómetro que le diera la oportunidad de llegar a torneos importantes. Pero un día ese camino le llevó a explotar y a perder las ganas de pelear por ir a los Juegos. Lo tenía cerca pero no sentía la necesidad de ir. No entendía qué le pasaba, ya que los dos primeros años en la Blume -residencia de deportistas de alto rendimiento- había ido genial. Los dos primeros cursos los compaginó con sus estudios a distancia de ingeniería mecánica y en el último, prefirió dedicarse en exclusiva a conseguir el sueño. Ir a los Juegos Olímpicos de Río.

El año empezó bien pero un día comenzó a dormir menos, otro mucho menos y así sucesivamente hasta que tan solo dormía tres horas y entrenaba ocho. Su exigencia le impedía entrenar a medio gas pero su mente como su físico empezaron a flaquear. Intentó comunicar a sus entrenadores qué le pasaba y puede que como confiesa, “no supe transmitir qué me estaba sucediendo”.

La mente le estaba diciendo basta pero él seguía. El sueño había pasado hace semanas a un segundo plano y en el primero tan solo estaba reducir el tiempo del crono para llegar a Brasil. Dejó a un lado los mensajes que le mandaba su cuerpo y siguió, pero forzó la máquina hasta que en dos semanas perdió mucho peso, y todo a muy poco tiempo del clasificatorio. No logró la mínima e internamente el sentirse fuera le hizo sentir paz. Quería alejarse de su vida, no lo entendía.

El exnadador fue el tercer mejor nadador español en aquel torneo, con lo que logró clasificarse al Europeo. Pese a los fantasmas de abandonar que le estaban inundando la mente decidió seguir y luchar seis meses más por lograr el objetivo. Aun así, decidió hacer varios cambios como decir a sus entrenadores que necesitaba un psicólogo deportivo urgente y que quería salir de la Blume. Quería sentirse como una persona normal. El psicólogo llegó pero enseguida le advirtió que ellos tan solo están para prevenir. Él aceptó y fue la primera vez que empezó su camino por saber quién era y sobre todo por entender qué le pasaba. Al mismo tiempo, salió de la Blume y se alquiló un piso pequeño en Madrid donde se sentía mejor. “Estaba pasado y no me apetecía ir a la piscina, me producía rechazo”, dice.

Esa sensación le frustraba pero siguió peleando por llegar en la mejor condición posible al Europeo, y llegó el día. Las cosas no salieron como esperaban y quedaron fuera, no irían a los Juegos. Una vez más, sintió alivio y pensó en volver a casa pero los ingleses dudaban de si ir o no en la prueba de los 4x100. Esta indecisión provocó que durante dos meses, Markel y sus compañeros tuvieran que seguir entrenando con la vista puesta a una hipotética clasificación. Finalmente un día el entrenador le comunicó que iban y esto a Markel le creó alegría por cumplir el objetivo y angustia por pensar que tenía que seguir tres meses más entrenando.

Disfrutó mucho los Juegos y más sabiendo que a la vuelta dejaría atrás la Blume, las batallas contra el reloj, su casa en Madrid, los entrenamientos de 8 horas al día, la autoexigencia que vivía y todo lo que había conocido hasta ese momento en su vida. De algún modo dejaría atrás a ‘Markel, el nadador’ que todos conocían pero no sabía lo que eso significaría.

Nada más volver empezó a nadar por su cuenta en Eibar, pero no le veía el sentido. Había perdido el objetivo de reducir el tiempo de un cronómetro para lograr la clasificación para un torneo. Entonces, le surgieron preguntas sobre quién era y no lo sabía. Tras esto su primera decisión fue alejarse de la natación y dejar sus equipos. “La decisión la tomé yo y llamé a todos para comunicárselo el mismo día”, asegura el exnadador.

Todo esto sucedió hace cinco años y su vuelta a casa dulce se tornó en amarga nada más pisar Eibar. Estaba perdido y por ello, decidió ir al psicólogo para empezar un camino que ha durado hasta hace pocos meses y que ha compaginado con el psiquiatra. Al principio las sesiones eran semanales pero con el tiempo fueron espaciándose en el tiempo. Asegura que en todo este tiempo y gracias a los especialistas ha logrado encontrar su camino, saber quién es y recordar con cariño su pasado como nadador. Le costó comprender que la vida es un camino de largo recorrido y no uno de 100 metros, en línea recta y bajo la tensión de reducir el tiempo.

Markel Alberdi pasó tres años en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid, conocida como ‘La Blume’. El sobrenombre se puso en honor al exgimnasta olímpico Joaquín Blume que falleció en un accidente de avión junto a su mujer en 1959 cuando tan solo tenía 25 años. Tiempo después en 1975, se crearon dos residencias de alto rendimiento, una en Madrid y otra en Barcelona, ambas con su nombre.

En la actualidad tan solo sigue abierta la de Madrid y cuenta con 180 habitaciones individuales completamente equipadas y cuatro habitaciones adaptadas. Tiene dormitorios para monitores y amplias estancias para el servicio médico y la administración. Cuenta con todos los adelantos tecnológicos, y una amplia variedad de servicios comunes. En total, la residencia cuenta con una superficie construida de más de 12 000 m² distribuida en seis plantas más ático y garaje.

Joaquín Blume fue el campeón de España absoluto durante diez años consecutivos y participó solo en los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952, ya que España se negó a ir a los de Melbourne 1956 como protesta por la presencia de la URSS, que había invadido Hungría. Su prematura muerte dejó huérfana a la gimnasia rítmica española y no encontró un relevo hasta que apareció Jesús Carballo en los años 90 y posteriormente Rafa Martínez o el tres veces medallista olímpico Gervasio Deferr.

“Desde muy pequeño he nadado mucho. Empezó siendo un hobby, pero a medida que pasaban los años fui tomándomelo

en serio”

“Mi vida se reducía a estudiar en la uni y a entrenar. Cuando lo dejé no sabía quién era yo. Me sentía vacío por dentro”

“Estuve tres años en Madrid y al principio fue genial pero luego me autoexigí mucho y llegué a mi límite. Nunca antes me había pasado”

“A la vuelta de los Juegos intenté seguir nadando en Eibar, pero sin objetivo y terminé dejándolo. Fui al psicólogo porque necesitaba ayuda”