Todos ganan

– La clavó mi compañero Antoni Batista en Twitter. “Las decisiones de tribunales europeos son como el EGM: todos ganan”, anotó, estableciendo como término de comparación el estudio de audiencias cuyos resultados hacen que todos los medios se declaren vencedores, aunque hayan palmado chopecientos mil oyentes, lectores o espectadores. Básicamente, es lo que ha pasado con la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea sobre lo que tiene que hacer Bélgica ante la reclamación española de detener y entregar a Carles Puigdemont y al resto de los expatriados del procés. De acuerdo a la interpretación al fondo a la derecha, el fallo supone que el coyote Llarena está a dos minutos de ver cumplido su sueño de poner grilletes al correcaminos Puigdemont y, en segundas nupcias, de meterlo, junto a sus acompañantes expatriados, en la trena una temporadita. No tan larga como antes de la reforma del delito de sedición, pero sí lo suficiente como para que los tildados de prófugos purguen por poner en solfa la indisoluble unidad de la nación española.

El párrafo 100

– Esta lectura triunfalista choca radicalmente con la de los propios interesados y sus berroqueñas defensas, que corrieron a celebrar el fallo del TJUE como un gran espaldarazo a su causa. Según su versión, ya no es solo que las extradiciones queden en vía muerta, sino que hay un párrafo —el número 100, en concreto— que desmontaría todo el proceso judicial sobre el 1 de octubre al negar la legitimidad del Tribunal Supremo español para juzgar unos hechos que no eran de su competencia. Yendo a la literalidad de lo expresado por los magistrados del órgano radicado en Luxemburgo en esas líneas, la apreciación resulta tan voluntarista, cuando menos, como la de quienes dan por hecha el inminente cumplimiento de las euroórdenes por parte de Bélgica.

Nada claro

– El resumen es que hoy las cosas están igual de confusas que ayer. La pelota vuelve a estar, como al principio, en la Justicia belga, que lleva cinco años encontrando el modo de frustrar los lúbricos deseos del contumaz togado Juan Pablo Llarena. Mosquea un tanto que en su pretendidamente satisfecha comparecencia de ayer, Carles Puigdemont dijera que, de cara al futuro, lo de menos eran las consecuencias personales del fallo. Parecía que, una vez consciente de lo inevitable, estaba asumiendo como mal menor su inminente detención y entrega a España, igual que la de los demás consellers que pusieron tierra de por medio en 2017. Todo hace pensar que a este culebrón todavía le quedan unos cuantos capítulos.